Aquel abril de Mick Jagger
Juan José Prieto Lárez
Aún era
perceptible una tensa calma en toda Venezuela. Los acontecimientos del once de
abril y los siguientes, sumieron a Venezuela en una suerte de estrés
postraumático, vivir cómo estuvo tan cerca el desvanecimiento de Venezuela, y
la desgarradura al orden democrático en pleno siglo XXI no debía llevar otra etiqueta
que de inconcebible. Permitiendo algún margen de error en el gobierno que
apenas configuraba el articulado de una nueva Constitución tras aprobación plena
como la luna llena por el pueblo, no podía menos que considerarse de
inaceptable y aberrante la imposición de un brevísimo tirano como lo fue
Carmona Estanca.
Bajo esta
atmósfera de borrones y cuentas nuevas, la patria se debatía en hacerse adulta
o seguir sumisa a una oposición descarnada y dispuesta a continuar su rapaz
intento por destronar al presidente Chávez de su mandato, otorgado por la gran
mayoría de los venezolanos. Lo sucedido en Caracas dejaba ecos insoslayables en
el interior de la República ,
que se traducía en una angustiosa espera. Margarita no escapaba de esa febril
situación de incertidumbre, los acosos no cesaban y la tergiversación mediática
por parte de los medios de comunicación privados no dejaba una brecha de
equidad informativa disponible a la tranquilidad del común ciudadano.
En La Asunción , a pocos días
después del golpe, por un día, cambió la temática impuesta por los sucesos de
aquel once que jamás debió ocurrir. Lo sucedido era inusual, o por lo menos
inesperado. Como reguero de pólvora se corrió la voz de que el líder de los
Rolling Stones, Mick Jagger estuvo caminando por el bulevard 5 de Julio. Los comentarios dieron un vuelco total a los
aciagos días del golpe. Todos lo vieron, pero nadie sabía quién era aquel tipo
en bermudas, chancletas de goma, franela a rayas y sombrero de fieltro roído por
el sol y polvo de todo el mundo.
Llevaba
lentes de sol y con manos en los bolsillos pasó inadvertido por el pasillo de
mármol como toda una estrella del espectáculo. Con esa pinta tan playera y
usual por los visitantes era improbable que alguien pudiera darse cuenta que el
roquero activo más antiguo del planeta estuviera en las calles de esta ciudad
tan apacible y lejos de la estridencia artística, con demasiado silencio para
un concierto a pleno día.
Lo poco que
dejó de su fugaz visita fue una parada en la esquina de La Piñata , el festejo ubicado
al frente del Palacio Legislativo, donde bebió en dos sorbos una lata de
cerveza. El testimonio más fidedigno que
pude recoger de esa visitación fue el de Ramón “Tulo” Gónzález, quien en ese
momento estelar entró a comprar un refresco sin sospechar que el vecino, más
corto de estatura, era el mismísimo Jagger, el que siente simpatía por el
diablo, según la canción del grupo trotamundos. Alguien lo alertó del colosal personaje
contiguo. Cuenta Ramón que en medio de la atónita sorpresa buscó verle la cara
a la sospechosa reliquia musical y no pecar de incauto. Al intentar la
averiguación el sujeto trajeado a lo tropical le sonrió y ofreció su mano a
modo de salutación, una vez comprobada la identidad del visitante ambos sonrieron
como amigos que se encuentran en algún abril.
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