sábado, 2 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - El Último Bolchevique

Juan José Prieto Lárez

Una calurosa tarde de agosto supe la historia. Félix Brito, “El Cumanés”, me echó el cuento. Todo sucedió en el reacomodo político en la Venezuela de los años sesenta, cuando se pretendió petrificar todo aquello que oliera a Unión Soviética. Algunos adoctrinados, con un maltrecho entrenamiento ideológico, trasnocharon su desobediencia para enfrentarla a una realidad urgida por marcar la diferencia entre una supuesta mejor vida, como pararrayos a la incipiente revolución cubana como posible trasmisora de la fiebre del todos somos iguales.

Aquí en La Asunción, un insignificante eslabón en el escenario proselitista nacional, se libraba una gran batalla con sangre joven dispuesta a incendiar las intenciones derechistas de esta entonces tierra de nadie. En el viejo Parque Luisa Cáceres de Arismendi de la capital neoespartana, estaba la famosa lira, enfrente de la Catedral, donde los valses y pasodobles de la Banda Gómez deleitaban a parroquianos y visitantes.

Detrás de este icono de la pulcra herencia cultural conseguida al paso de la historia por los asuntinos, se construyó en tiempos de Pérez Jiménez, una fuentecilla circular con un peculiar dispensador de agua; un angelito carajito, meón. Todo de blanco, sin alas, pero un angelito era. Precisar a estas alturas quién o quiénes iniciaron con el empeño de convertirlo en comodín publicitario de toldas partidistas, no es el punto. Lo cierto es que de la noche a la mañana, este angelito meón se convirtió en el alusivo propagandístico más visitado, al menos en Margarita. Cada mañana el Parque Luisa Cáceres se atiborraba de visitantes para ver de qué color había amanecido el querubín meón. Si más blanco que su propia piel fueron los adecos, si de amarillo los urredistas, si de rojo los comunistas, si de verde los copeyanos, y así sucesivamente. Pero cuando no era rojo en algún lugar pintoresco de la ciudad amanecía una bandera negra, como un día en el Castillo Santa Rosa. Una perfecta táctica de persuasión a la impresión que pudiera causar el angelito de la plaza. Así que eran varios los elementos utilizados por los últimos bolcheviques asuntinos.

Los ojos de Cumanés brillaban cuando contaba de las odiseas para lograr llamar la atención del electorado. Desde persecuciones hasta muchos días de arresto, pero todo por la causa de los pueblos oprimidos del mundo en levantar su voz ante el opresor. En cualquier esquina podría aparecer una pinta protestataria, o algo así como: ¡el pueblo unido jamás será vencido! Pero nunca la cuenta de cuatro o cinco revoltosos pudo aumentar, algunos todavía viven para contarnos sus vivencias juveniles, otros han partido al mitin infinito del máximo líder universal.

Finalmente, en conchupancia expresa entre los partidos conservadores decidieron impulsar una suerte de puntofijismo local, y así aniquilar a los rojos bolcheviques y se fueran con sus cuitas a otra parte. Ellos blandían la bandera rebelde por un cambio que  nunca llegaba. Pusieron a prueba la vida y la muerte, con escaramuzas muy bien pensadas. Doblegaron el pánico y la gloria los recompensaba, a medias. El último bolchevique pasó a retiro cuando el silencio sopesó, la retirada o una vejez imposible. Ahora “El Cumanés” puede contar su cuento sin temor a desertar de las filas rojas.


  
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