Juan
José Prieto Lárez
La fama de buen
cantante le llegó rápido y como pólvora iba dejando el esterero de verso y
prosa fina. Fue lo mejor en la Margarita de los ochenta, apuntalando la estirpe
de intérpretes como Chico Mata, Jesús Ávila y otros tantos consagrados. Un
cuatro fue y sigue siendo su ángel guardián, su confidente y mejor amigo.
Juntos continúan recorriendo este país junto al aplauso de gente de mucha fama,
maestros de la música. Canta y toca con un sentimiento enraizado en la más
genuina margariteñidad, aprendida y cultivada con noble esmero. Desde sus
comienzos no paró de ir de pueblo en pueblo festejando el santoral ñero, así
como invitaciones de los muchos compadres apilados en su apretada agenda. A estas alturas del relato ustedes se
preguntarán quién es el juglar de tanta salutación, no lo diré, porque a los
panas se les echa vaina, no se divulgan sus encoñadas aventuras, es un pacto de
caballeros, no se le somete a escarnio. Claro, si siguen algunas señas lo
sabrán y dirán que tengo razón. Este jacarandoso compai, picaflor por obra y
gracia de la música. En una tarde mágica asuntina nos confesó una de sus
correrías en Punta de Piedras, sin nombrar a la santa, en una fiesta de Nuestra
Señora de Las Mercedes. Él fue el invitado de lujo, puesto que sus
interpretaciones ocupaban el primer lugar en el hit parade en las emisoras del
oriente del país. Su galillo parecía no descansar, estremeciendo públicos con
jotas y malagueñas.
Esa noche en el templete
puntapiedrero la multitud se amontonó a la sombra de una cálida noche, la luna
parecía un ojo mirando todo, el beso incesante del oleaje a los barcos viejos
comidos de salitre, al viento danzar entre los uveros, a lo lejos las
titilantes luces de la isla de Coche como púas refulgiendo el filo de un baile
infinito, como en un tazón de plata por los reflejos que viajan desde Araya. Un
desfile de grupos y cantantes cumplieron su turno, tejiendo un enjambre de
voces cargadas de lo nuestro. El clandestino amigo cerraba la jornada mojada de
sudor y cerveza y ron, güisqui a chorros. Entre el gentío destacaba una
muchacha de piel dorada como una tarde tierna, ojos de gotas esmeraldinas, su
cabellera de rayo halado y cuerpo de ola jadeante dispuesta a dejarse arrastrar
a las orillas del brindis amoroso. Sus ojos la miraron queriendo dedicarle todo
el celaje de la fortuna de saberla un fruto apetecible. Cuando los aplausos
cesaron se le acercó y entre chispasos de deseo se perdieron por entre calles
más abajo, hasta la casa de ella.
_Y tú marido mijá? Preguntó con algo de temor, alcanzando a escuchar
solo…
_No te preocupes está en …lamar.
No descansaron hasta la
alta madrugada, cuando los cuerpos pedían un reposo. De pronto se escucha una
llave que entra en la cerradura. Como disparado por un resorte tiró la ropa por
un balcón que da al patio, mientras reclama: no estaba en la mar pues? Ella le
respondió te dije en Porlamar, es petejota. Para el escape saltó a una mata de
lechosa y dejándose chorrear cayó sentado entre espinas de yaque que protegían
a otras de ají para que no se las comieran las gallinas.
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