Juan José Prieto
ÍNTIMO
Colección Poesía Venezolana
Serie Breves
A Isabel
…que deja su aliento en mis
sentidos
ÍNTIMO
Sea lo que sea cuando estamos
Nunca supe qué fui yo, hasta que tú descubriste lo que soy.
Indagando de ti en páginas desgarradas, vueltas adolescentes, como el inicio de
la sed penetrando impronta; hallándonos extraordinarios, siendo uno y siendo
todos, quebrando la influencia por salirle al paso bárbaro, llamándote nunca.
Desconocido -incierto, aunque fiel- paso junto a tu puerta que gira y me
mira consciente de lo que intento con
semejante joya que eres en la ventana imantada donde brilla un rostro en
la penumbra asomada -extraña desde el patio- y explica la búsqueda frente al
espejo del zaguán, allí donde mora el
perfume de tu ausencia.
Trato nacer niño, asistiendo en cada regazo, por olvidar el veneno
terrible sembrado en las orillas débiles, donde siendo pez el navegante dominó
las aguas con furia y los esqueletos alcanzaron otras costas.
Tenerte ha sido breve, dándome tu eternidad, sentados
en lo amargo con un trozo de llanto recorriendo la miseria que nos hacen. Somos
los dos, el centro de nosotros vestidos de angustia, somos -y es lo que
importa- la brasa viva, roja siempre.
Agoniza madre, dibujada en la cornisa azul envuelta en
bruma de silencio. Oyéndote el misterio pronunciado en la almohada hundida de
rocío encendido por la aurora que te mira paciente y te escucha clamar el viaje
que has de emprender.
Búscame al paso de la vida, al soplo del viento,
camino del tiempo, encuéntrame siendo tú y yo.
Preséntate de la nada porque te espero desde mucho,
cuando eras límite y espacio, cuando lo profundo era despertar diferente preguntando
por las mañanas.
Apaga la oscuridad encima del dominio, haciéndote
morada lejana en cada madrugada. Tu sombra de espuma abre remota la carne,
llamando la voraz sacudida de los dientes de oro descendiendo de la luna. Lame
el dolor de la piedra tocándote el sufrimiento.
Persigo un gesto hecho fuego mientras tu mano guarda
una angustia. Desnuda, prendada como un lirio inmóvil al morir sediento,
haciéndose relicario sordo, leve, sombrío.
Vuelvo ave por el río abandonado, soportando la
mordida huesuda que yace en las grietas, con el mensaje descifrado como
doncellas desterradas. Nunca desaten su impiedad y no pronuncien su nada para
herir con la sorpresa de la serpiente.
Brindaremos en la danza extendida entre centellas y
truenos, buscaremos humedades para reconocernos sin rostro, avivando el galope,
tornándose huracán. La calma anunciará lo posible del regreso sin tregua.
Callada la piel renuncia para abandonar el frío, lo
posible es el milagro y pronto una salvaje belleza habitará la desgarradura
pronunciando un rostro invisible, esperando ser aclamado.
Me desvela la mujer que deja su aliento en mis
sentidos. Ella, la que no veo, pero que cruza mi respiro dejándome distinto,
alcanzable al misterio invasor. Exige una caricia urgida.
Lejana, en la orilla de la hoja mordida de brillo,
cuando anuncian los mangos el vértigo inminente, copiosos los picos, el festín,
reina.
Pálida, la hendija muerde el golpe apenado del
abandono, con sabor inocente, repetido de palma y puño, inclinados a la respuesta.
Nos iremos gritando con el asombro de volver en
pupilas de fuego, rasgadas aun con la fortaleza accesible, en las venas curadas
de entusiasmo.
No me despidas del amor en la batalla humilde donde
rogaré el suspiro despavorido por los desconocidos venidos con la piedad
nocturna y fría para hacerse escándalo de bien.
Más labios en el carruaje destartalado deslumbrando
con su ímpetu, queriendo hacer posible del tesoro. Un argumento repartido en la
morada de quien dibuja y cree en las auroras.
Sintamos arder el desierto, la bestia esplendorosa vestida de
arlequín olfateando el nacimiento mendigo de hombres y mujeres con sus labios
de eternidad.
El humo habrá de disiparse tejiendo olvidos, fundando
transparencias en las máscaras derrotadas en el ámbito de la luz.
Aguarda la semilla lo magnífico para crecer en los sentidos, la voz en lo amoroso para responder en la
dureza del árbol -que es más que pétalos, una dulzura del nuevo canto- en otros vientres presurosos ante la llegada
de la estación buena.
Las túnicas florecieron con la nieve, encontrándonos
tumbados de la embriaguez en las fuentes de manzanas y perlas. Donde reinaste
entregada a mi pecho de instantes estremecidos.
Y tu perfume súbito anegó los temblores guardados en
lo profundo hasta venirse al puñal macizo y sublime.
Las manos dicen de la forma y contenido, un ritual
esquinero donde el aceite noble recibe la tarde y abrasa para dorar el cuerpo
todo de la masa hecha famosa. Un bocado aturde cualquier aburrimiento espantoso
antes de caer la noche.
Mis perros de viento acuerdan fustigar al extraño
humedecido encima por el espanto esculpido en la hilera marfilesca que rompe en
deseos de acosar.
La mayor desgracia del hombre no es perder un hijo, es
negarlo. Ese abismo lo devorará lentamente hasta que la oscuridad haga
ensangrentar su conciencia.
No bastará la riqueza, pues todo lo que con ella se
construya será la traición propia de quien la posee. Sus huesos confesarán la
desdicha de haber sido lanzado al marasmo de la imbecilidad.
Recuerdo cuando éramos todos parte de cada uno. Fue
cuando las doradas pieles se hicieron bárbaras para construir la insolencia, el
vejamen y la angustia.
Guardaré en mi pecho las llagas mordidas por la
bestia, en el alma calmaré vendavales pero no sé cuánto podré resistir. Pienso
que las colinas no serán suficientemente altas para contenerlos.
Confieso que en los mares y desiertos permaneceré
ahíto de contemplar mis recuerdos libres como aquella vez, antes que
desgarraran mi bandera.
De ti sólo sé la distancia que hay para ganar tu
mirada, pero nunca volteas y sigo cultivando el tiempo para que un día sientas
que estoy detrás de ti, a esa distancia que tú no sabes.
No tiene sentido disponernos si no hallamos lo que nos
perturba, quizás sea el anhelo, entonces habrá que moderarnos.
Intimo es toda la maravilla que hallamos sintiéndonos
dueños de tomarnos ocultos la última gota de nosotros.
Recibe mujer en silencio el vasto tesoro de ser amada
y palpa la frescura del perfume que abriga el lecho de fuego.
Voy en camino me esperan los prisioneros de una
historia construida de mentiras, voy en camino para estar presente cuando las
celdas del olvido hagan desaparecer esa cicatriz y podamos cortar flores en los
campos frescos.
Iré por esos caminos regando raíces, pendiendo verdades.
Mi soledad se despide como el fuego convulso, de
súbito se despoja de toda estación haciendo devorar la carne en el placer
conmovido mientras contempla el gesto y el instinto.
Celo que se dibuja en el esplendor que consume su
destino como pieza perdida. Bastardo nácar sobre los escombros de las aves que
amanecieron buscando el ocaso en los desiertos, oyendo la palidez salvaje del
suspiro y el vértigo desgarrador del vacío.
Pronto habrán de caer las caretas sobre rocas agudas,
eligiendo deshacerse para dar paso a rostros lúcidos, cubiertos de ramajes
transparentes colmados de luz.
Qué canta la palabra en la flecha para que el largo
escampado -con nombre de selva y valle- siga cantando como la chispa del
relámpago y el trepitar del trueno.
El mar anciano marca el prólogo de la ausencia,
acariciando el rostro gigantesco de lo posible y lo eterno.
Salvaje enamorada, traspasable por criaturas y jinetes
anhelantes de lo oscuro. Pero resistes en la cara dulce, inocente, alegre, para
siempre serás risa.
He visto llover todas las horas de
cualquier día.
He visto llorar al hombre todos los días a cualquier hora.
Veo al pueblo llorar todas las horas, todos los días por
todos los hombres.
Espeso el humo como la niebla donde los pasos saltan a
tientas del alivio. Caudal de lágrimas forja el ritual exacto de lo que se
busca mientras más espesa se hace la luz.
El plomo veloz acude inocente sobre la vida esparcida
junto al himno y la consigna. Yacen cuerpos envueltos en la bandera tierna que
se inicia en los vientos.
Unos detrás de otros con un inventario sin límite. Un
puñado de gritos vueltos ceniza descubren la desnudez macabra de los que cantan
por el tesoro. Son los que comulgan indecibles tras el sufrimiento horrendo de
quienes se arriman a la lámpara.
Estremece su soberbia el ogro cuando disfraza su boca
de sabor patrio.
Mentira su benévola esperanza, vete a los nervios y surcos de
la tierra y has de ella tus sueños.
Casa de moradores
…no me digas de los que te abandonan
Duerme ciudad y sueña intacta en el mármol esmeralda,
con tus ruinas escuchando un salmo. La madrugada aparece en las cumbres donde
se delata el exilio desgarrado por besos lejanos.
De una esquina a otra se mezclan las voces para anunciar
su presencia como si de pronto sintieran necesidad de concedernos una
recompensa. Tal vez en el fondo pronuncien su propio miedo palpitando en la
llama encendida a una imagen asombrada por el breve milagro de sus manos
juntas.
En la iglesia no hay confusión. Una misma oración
alimenta las almas que acuden a abordar la mudez penitente en torno al aroma
del incienso. Roza una señal venida de la cruz.
Por todos lados acuden susurros, algunos suben tapias
o mueren de indiferencia. Otros reclaman espacios, pero hay los que habitan
camisones y camas abandonadas.
muro en lo
hundido de la rabia por la palabra insana, no ha de volverse a abrir aunque la
estrella encandile el sentido aniquilando la indiferencia.
Vamos todos a la casa del poeta, donde la palabra
embriaga, vuela la inventiva, y nos sentimos con los labios frescos de
contarnos cómo una golondrina adorna el corazón del hombre. De decirnos la
primavera es el arrollo donde se desnuda y se baña el cielo.
Cuando salgo a tocar la noche suspiro en los cogollos
trepados en horcones con mejillas maduras, siempre con ráfagas de inefable
perpetuidad.
El patio callado lame todos los días, todas las noches
lame las hojas, a las criaturas y tiembla de nostalgia.
Carruajes de remolinos y centellas atraviesan la
memoria y sonríen en sus polvorientas redes,
sienten el rumor bramando entre huesos cocidos de ausencia. Más allá
están las mariposas en las violetas y los crisantemos.
Terrible ha de
ser terrible, que sea para siempre esa enfermedad extraña que rodea al hombre y
hace estallar su corazón; mientras las ciudades y los pueblos sufren la agonía
perversa, poderosa.
Y los cuerpos esperan humeantes la procesión mientras
la lluvia pregona aquietar la pesadilla que mutila la paz hecha alegría.
La soledad camina entre soledades mirando amarguras,
acariciando beldades, gozando desilusiones, viviendo muertes. Sentimos su
secreto al verla pasar de compañera.
Se prende la mirada en la luz tersa, anidada en el
roto de una teja.
Tantos árboles agrupados
tanto tiempo
testimonian el paso
de
tantas
generaciones.
Cuesta a veces ciudad imaginarse uno sin ti, amiga
callada, amada; sin embargo pretenden solo imaginar ese encanto tuyo, querido,
anhelado.
Cuéntame calle de las tantas pisadas que soportas, de
cuántos llevas, de cuántos traes. Cuéntame de cuántos pasos vagos.
Dime casa de tus moradores cuánto te aman; no me digas
de los que te abandonan. Duele verte ruinosa.
A la montaña de la gloria
El rostro de vernos en el pájaro vasto del tiempo
***
El carruaje de la
historia nos hace transitar entre sueños bebidos desde aquel 31 de julio de
1817, cuando la sal decoró pechos y almas de unos campesinos aferrados al lomo
de la libertad. En navíos esperanzados desnudaron la argucia macabra que
buscaban sembrar desalmados de ultramar, con la bilis como espejo y una corrida
horripilante de colmillos afilados para hendirlos en la luna nueva que habría
de allanarnos las auroras por venir.
Hoy nuestra nave
sigue el rumbo señalado por la rosa de los vientos, sorteando litorales y
arando entre espumas mejores estrellas para anclar en profundos puertos, donde
jamás historias deshonestas puedan anidar cadenas de opresión y desdichas. Solo
pensemos por un instante si hubiese sido posible encontrarnos de nuevo de no
ser por el despertar del sable y los cantares del hombre que queremos ser.
Pero no todo
quedó allí, las estrategias por desposeernos continúa, y nuevas luchas truncan
los campos con luto, nuevos ladrones irrumpieron partiendo la noche a
dentelladas. Pero qué lástima y tristeza por esa pretensión de no advertir que
después de ciento ochenta y cinco años sigue ardiendo el volcán en la humana
geografía del hombre soñado en Matasiete. Solo algunos fueron engañados por la
tiranía que asomaba su mortaja para empaparla del oro de los valles, y vimos a
Simón, el héroe, arrumado, desolado, desencajado del sueño de los cielos donde
viste guerrero, igual cuando murió en Santa Marta.
¿Y acaso ha
cambiado la historia? ¿No fueron otros personajes, pero con la misma arrogancia
los que intentaron profanar los corredores de la paciencia y tomar el timón sin
saber hacia dónde remar? Qué cobardía, Dios, empuñar la contentura de los
balcones donde el pueblo se mira muy de cerca como queriendo tocarse y leer
juntos proclamas amorosas, de justicia, envueltas en perfumes de catedral;
donde no se olvida que somos el beso, donde siempre hay una luz encendida para
que el miedo huya y una torre anuncie la alegría y el llamamiento al trabajo
humilde y creador.
A las cuatro de
la tarde el viento hacía sonar su
trompeta entre yaques maltrechos, con ropajes de algodón colgados con la
humedad a cuesta, pero no importó, las lágrimas abonaron ese glorioso esfuerzo.
El amor a esta tierra había triunfado sobre los dos mil infantes y seiscientos
caballos que pretendieron despojarnos de lo único que tenemos y que más amamos:
este trozo de tierra.
Hemos comenzado a
escribir nuestra propia historia.
Haces de dagas
sobre el lomo de la tierra queriéndola hacer catástrofe. Gracias a Dios por
concedernos un corazón musculoso que hizo florecer de nuevo el bosque y aún más
leñadores.
Seamos memoria
libro
piel y creación
Seamos nosotros mismos la causa.
Seamos ave y serpiente
fuego y agua
gesta y acecho
Seamos sangre y testimonio
rugir y palabra
bandera
Seamos himno
escudo
¡Seamos Patria!
Exilio es navegar
con el rostro olvidado en una duradera y enfermiza monotonía donde se reclama
olvido. Solo el incienso guardado en la memoria se atisba con angustias,
encendiéndose las pesadillas.
Los fantasmas
citaron en sus castillos a incautas almas desunidas para violentar las cumbres
de la resurrección. Hicieron fanfarria en lo tenebroso como augurio a la muerte, que desde las troneras hacía
muecas y lanzaba babas ansiosas de sangre.
Déjame completo,
salvaje, arrojando candela sobre el oro sostenido al cinto del bandido. Déjame
también cavar su fosa para que los vampiros no se envenenen.
Escribo a
escondidas, para salvarme de crecer hecho espejismo. Descubro así las torres
intactas que me esperan para la fiesta de la palabra.
Tiemblas y te
liberas con tus labios encendidos, no portas el salmo. Te adueñas del callejón
triste, opaco, haciéndote vencedora de la estrechez irreverente.
Y cómo no tenerte
si te tiendes en mi remoto sueño donde escucho el rumor de la sangre bajando
desde el sol.
Estuve junto a ti, sentados en un banco del
parque triturando hojas secas. En el lago un cisne daba muerte a su compañera.
Cuídame de los
barcos perdidos que despliegan sus visiones volviendo inmóvil su hallazgo.
Líbrate de las aguas extendidas porque ahogan la alegría.
Para esta tierra
Que es lección de vida, lección de universo
Esta tierra de gracia descubre su
corazón y enciende surcos en sus raíces con la vasta seña de luciérnagas
arrojadas a la disculpa del ocaso haciendo brillar instantes y rescatan rostros
escondidos entre sombras.
Somos los de aquí, piel y sueño de
muchos nombres iluminados por el rayo, hecho viento y lluvia y hecho carne y
hecho hueso que antes de preferir el extremo se tornaron en cordillera, se
hicieron espada y se volvieron llanura y se convirtieron en hombres y mujeres
inolvidables.
Todos acudimos a la construcción de
episodios para esta América de un verde profundo, de venas cristalinas, y una
fuerza indoblegable para saltar la alambrada inaudita que trunca el paso de los
luceros camino al infinito.
Vamos a echarnos el cuento del tiempo
dibujando en las aguas que inundan el sorbo de nuestros días, sumidos en las
entrañas de las nubes huecudas, por donde se cuela la hierba, compañera de la
estación amiga, que siente la travesía horaria de la bitácora. Es la cubierta
de un buque con inocentes y pecadores, ensartando dardos en la rueda de la vergüenza.
Hay quienes no atinan.
Vamos a secretearnos los amores
dejados en las escuelas y plazas donde los fulgores revelaban el misterio de la
seducción. Escuchábamos, con cierta reserva, lo sublime y lo trágico, por no
comprometer tan deprisa el provenir. Cuando fuimos mayores asumimos los riesgos
por no hallarnos viejos y solos.
Debemos tomarnos de la mano
deslizando los pasos y la sonrisa por cuanta ladera hallemos, vamos a andar
entre susurros como galeones a la espera del ataque corsario.
Buscó aparecer el dolor mordiendo con
rabia para hacernos sembrar las rodillas. Debemos dominarlo con la pasión del
domador, con la calma del león.
Las trenzas de lo que decimos, serán
llama florecida con pétalos frescos respirando desfiles de frutas regadas en
los límites de lo concebible.
Queridos
hermanos, es tiempo de cruzar juntos la vasta extensión de la libertad, es el
momento de no abandonar la senda de lo escrito, donde como roca se derrama el
espíritu de bienaventuranza.
Es la hora de no confundirnos.
Amarillo, candoroso, hombro primero de la patria, transitas
la tierra llorando fiebre convertida en oro –negro, lo mientan- en las entrañas
que habitamos.
Azul con la sonrisa que ilumina al hombre, al río, al
mar. Espejo de luz, canto caribe.
Caballo en galope, firme en rojo, bronce y acero para
la honra, pena en el alma por la sangre derramada.
Respiremos
hasta encontrarnos en los huesos que llevan clamores surgidos del manto rasgado
por desnudos ecos de perros muertos, cuando tan solo por los aires mil palomas
se llaman igual.
¡PAZ!
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