Juan José Prieto Lárez
Nunca supe
su nombre de pila. Todos le decíamos Coromoto, por el venerable hecho de vender
filiaciones de Seguros la
Coromoto por toda la isla de Margarita. Con su moto Vespa y
su estropeado maletín de cuero marrón visitaba cada familia isleña. ¡Allá viene
Coromoto! ¡allá va Coromoto! ¡ya pasó Coromoto!
Siendo yo
muy muchacho lo conocí en la bodega de mi papá “El almendrón”, en la calle
Virgen de Carmen de La Asunción. Todos
los sábados, cerca de las once de la mañana se deja oír el bramido exhausto de
su motora bajando desde la de Plaza Bolívar. Debajo del exuberante almendrón la
pequeña nave reposaba su decolorada armazón luego de quitársele de encima aquel
hombre grande, pesado, de piel tostada, barriga prominente, y un lunar enorme
en la mejilla izquierda que cuando él reía parecía una picha corriendo buscando
el hoyo del ojo.
Con su mano
derecha saludaba a los presentes dispuestos a lanzarse a la aventura de contar
historias de la Margarita
de antes, un paseo por toda la geografía neoespartana y sus insignes
personajes. Otros llegaban a cancelarle su cuota semanal. Un tikecito amarillo
era el comprobante del cumplimiento a la modestísima suma por el bienestar
familiar.
Cuando su
humanidad había congeniado con el frescor de la sombreada fronda solicitaba la
primera fría, otras para los amigos. Poco a poco la tenida se animaba con la
preferente intención de pasarla bien, costumbre que se ha diluido en los
tumultos de centros comerciales de este progreso que nos ha hecho impersonales.
Esa adultez despierta, compartida dejaba al margen las diferencias partidistas
para insertar la vitalidad y la frescura del ritual costumbrista.
A poco más
de la doce del medio hacía su aparición mi hermano mayor, José Grabiel luciendo
rasgos de una descomunal resaca aturdiendo su despertar tempranero. Para
despacharla se daba un baño en la orilla del tanque a punta de totuma con
bastante jabón lechuga para despistar cualquier emanación etílica, luego,
varios pocillos de agua fresca al pie del tinajón que estaba debajo de la mata
de limoncillo alisaba la aspereza gargantina. Ahora muy vestido y mejor comido
se acercaba a Coromoto cuando mi papá estaba atendiendo a alguien a pedirle la
llave de la avejentada motocicleta: ya vengo Coromoto, voy a hacer una
diligencia, ya vengo. Lo convencía.
Pero pasaba
la tarde, el tiempo de las frías se acortaba, la agonía del día se dibujaba por
entre el confuso claror del ramaje almendroso. José no aparecía con la Vespa , con su compañera de fortunas
e infortunios.
Coromoto
bamboleándose, buscaba de dónde aguantarse mientras miraba por aparecer su secuestrada Vespa. Mi papá retenía la
angustia por el estado involuntario de Coromoto, presa de la asolación, la
tortura de la espera. Casi llegando la noche el chirrido de los frenos acabó
frente a la bodega, sin apagarla Coromoto se subió a su potro de lata con rumbo
a Porlamar. Que Dios y la
Virgen de coromoto lo lleven con bien, decía padre. A todas
éstas José ya se había esfumado porque sabía lo que se le venía encima.
peyestudio@hotmail.com
NOTA: QUEDA PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O COMPLETA DE ESTE MATERIAL, SIN
CONSENTIMIENTO DEL AUTOR.
0 comentarios:
Publicar un comentario