Venancio
son muchos
Juan José Prieto Lárez
Venancio, sin apellido
de compañía, le dice a todo el que le pregunta que él nació grande y viejo. No
recuerda sus años, su memoria es una laguna sin orillas, además tiene un hoyo
donde las huellas de lo andado se ahogan y desaparecen para siempre. Solo sabe
que de día hay que caminar las angustias y de noche soñar, porque es cuando vive
otra vida. Habita lo que queda de un rancho de bahareque, un cuarto, junto a un
hilo de agua que niega secarse después de su caudaloso auge. La distancia que
lo separa del pueblo llamado Los Dolores, es un pasillo de matas de plátano con
hojas tristes buscando lamer algo de humedad, del otro costado las costillas
flacas de un cañaveral empobrecido, sin ánimo de juntarse como antes.
Venancio sobrevive de
hacer mandados y llevar recados, a cambio de una porción de comida, camisa y
pantalón. Solo deja de deambular descalzo los domingos cuando sabe que en la
iglesia hay mucha gente. Una vez que cada quien agarra por su lado él guarda
las alpargatas en un bolsillo de lo que lleva puesto. De lo contrario nunca se
acostumbró a no pisar la tierra que no fuera con el cuero de sus plantas. Desconoce
el calor femenino, no sabe de arrullos, ni de un beso de llegada o despedida,
solo aprendió a llegar e irse, así como sí sabe que es el día y la noche. Habla
solo lo que le dicen que escuche, escucha solo lo que le dicen que diga. Lleva
y trae de un lado y otro.
Cuando el silencio
irrumpe recorriendo las callejas hasta cobijarlas, Venancio va a la par con el fajo
de rutina a cuestas. Intuye que ya nadie quiere saber de él, entonces camina
lento como si fuera el guía de los bostezos de la penumbra. Íngrimo va dejando
a sus espaldas a cada quien con su miseria, maldiciones y venganza. Al llegar a
su escondrijo escarba una caja de cartón con su único tesoro, un cabo de vela
blanco al que le falta poco para rendirse y una estampita de José Gregorio
Hernández, y la coloca encima de una
lata de leche condenada al óxido antiquísimo haciéndole de altar. Se imagina
que es alguien bueno y merece ese lugar. La poquitica luz hace brotar de las
paredes las mismas sombras de todos los días.
Antes de entregarse a
la condena de la noche se persigna con la costumbre de la mano izquierda,
porque con la derecha se equivoca. Tendido en un catre mira el cielo a través
de una tronera en el techo con pestañas de caña brava, Él dice que ese es su espejo
y espera que algún día los luceros bajen para iluminarlo y poder conocer su
rostro. De un momento a otro el sueño comienza a hacer lo suyo. Es cuando
germinan penas y secretos inconfesables, parecieran difuntos resignados a la
clemencia celestial. El perdón trastabilla sin despertarse ni soltar prenda.
Como no lo llaman no se despabila. Es como si encontraran en Venancio el deseo
de seguir viviendo, pero son tantos que lo alelan. Por eso, unos viven en él de
día otros viven en él de noche, pero sigue siendo Venancio el que lleva y trae
recados y hace mandados.
peyestudio@hotmail.com
NOTA: QUEDA PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O COMPLETA DE ESTE MATERIAL, SIN CONSENTIMIENTO DEL AUTOR.
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