Juan José Prieto Lárez
Cuando menos lo
esperábamos Dios nos arrebató a un amigo infinito. La fatalidad lo halló en la
travesura del asfalto, sin tiempo de encender la astucia para escapar de los colores
oscuros de la noche. Y por el tejado de la sorpresa su costumbre de vida dio el vuelco último su vuelo de pájaro
inquieto.
Para mí que Dios
se durmió cuando Valentín Malaver señalaba las luces de su humilde travesía
para cortejar la grandeza que prodigaban sus manos hacedoras. Con su alma de
muchacho capeando bambalinas de brumas repetidas en el Guayamurí, a donde subía
en escalinatas hechas del corazón de yaque. Perseguía el perfume de las
pitahayas, y el tierno orégano por cada rincón de Guarame, donde las culebras
bailaban con él cuando los primeros luceros hundían sus filos de creyón regando
resplandores en la mar juguetona de Guacuco.
En estas andanzas
de Valentín, el canto de los abuelos cuidó sus sentimientos, para propiciar su
alegría y su festival de contenturas cuando escuchaba el chillido de las
chicharras, la copla del conoto, la elegía de la señora paraulata encaramada en
su zócalo de tuna. Él se sentía jubiloso, le gustaba que los chiritos comieran
en su casa, en su casa de palma, en su casa de troncos, en la casa de Ofelia.
Seguía dormido
Dios. Y Valentín pudo hacer que las piedras tuvieran vida, y llegaran hasta él
para que esculpiera sus formas, y salir a divertirse en salones, museos y
muchas partes donde eran bienvenidas. Valentín iba con ellas de la mano,
enseñándoles las pisadas en silencio hacia los arenales de donde ellas venían.
Él, las embarcaba en barcos de sueños, sin ataduras, libres como los pájaros. Ellas
se hicieron pájaros para cosechar rumbos en sus balandras con sus velas de
canciones.
Quisiéramos que nunca
se fuera nadie. Pero así es Dios. Aunque esta vez pudo equivocarse, porque
Valentín fue ejemplar. Persiguiendo el lado humano más acentuado, cuestión que
practicaba siempre con los amigos. Perseguía las buenas acciones del hombre
hacia el prójimo. Se persiguió así mismo en el espejo de la entrega solidaria,
porque nunca lo encandiló el atisbo amarillento que enferma y hace palidecer.
Las palabras tímidas fueron su firma de entereza, su distancia del maltrato,
egoísmo y temblores mediocres.
Estos días han
sido duros, porque uno ve la tristeza en el rostro de los guarameros,
ensimismados, con el dolor a cuestas. Las florcitas de las acequias dormidas
sin agüita escapada del Matasiete. Los pajaritos con trinos convulsos por el
ahogo en el guargüero, como si fueran hombres de montes inclinados de la pena.
Los pelícanos no se lanzan en picada por vivir, prefieren quedarse en piedras
negras, como dispuestas al descanso para siempre, como si les faltara alguien.
Ahora en el patio
de Valentín pareciera desplomarse el cielo de tanta lágrima, como canecas
agrietadas dejando salir el mar que llevan dentro. Creo Dios se equivocó y
llegó a la casa donde el canto a la
Cruz de Mayo se dejaba escuchar con un gentío como oleaje, ofreciendo
sus cantos, poemas y oraciones. Ahora la casa de Ofelia está vacía sin
Valentín, pero es que ahora él está en el corazón de cada uno de nosotros, con
su Guayamurí, todas sus piedras, sus pájaros, y su humildad y su bondad.
Insisto que Dios se equivocó esta vez.
peyestudio@hotmail.com
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