sábado, 2 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Para mí que Dios se equivocó

Juan José Prieto Lárez

Cuando menos lo esperábamos Dios nos arrebató a un amigo infinito. La fatalidad lo halló en la travesura del asfalto, sin tiempo de encender la astucia para escapar de los colores oscuros de la noche. Y por el tejado de la sorpresa su costumbre de vida  dio el vuelco último su vuelo de pájaro inquieto.

Para mí que Dios se durmió cuando Valentín Malaver señalaba las luces de su humilde travesía para cortejar la grandeza que prodigaban sus manos hacedoras. Con su alma de muchacho capeando bambalinas de brumas repetidas en el Guayamurí, a donde subía en escalinatas hechas del corazón de yaque. Perseguía el perfume de las pitahayas, y el tierno orégano por cada rincón de Guarame, donde las culebras bailaban con él cuando los primeros luceros hundían sus filos de creyón regando resplandores en la mar juguetona de Guacuco.

En estas andanzas de Valentín, el canto de los abuelos cuidó sus sentimientos, para propiciar su alegría y su festival de contenturas cuando escuchaba el chillido de las chicharras, la copla del conoto, la elegía de la señora paraulata encaramada en su zócalo de tuna. Él se sentía jubiloso, le gustaba que los chiritos comieran en su casa, en su casa de palma, en su casa de troncos, en la casa de Ofelia.

Seguía dormido Dios. Y Valentín pudo hacer que las piedras tuvieran vida, y llegaran hasta él para que esculpiera sus formas, y salir a divertirse en salones, museos y muchas partes donde eran bienvenidas. Valentín iba con ellas de la mano, enseñándoles las pisadas en silencio hacia los arenales de donde ellas venían. Él, las embarcaba en barcos de sueños, sin ataduras, libres como los pájaros. Ellas se hicieron pájaros para cosechar rumbos en sus balandras con sus velas de canciones.

Quisiéramos que nunca se fuera nadie. Pero así es Dios. Aunque esta vez pudo equivocarse, porque Valentín fue ejemplar. Persiguiendo el lado humano más acentuado, cuestión que practicaba siempre con los amigos. Perseguía las buenas acciones del hombre hacia el prójimo. Se persiguió así mismo en el espejo de la entrega solidaria, porque nunca lo encandiló el atisbo amarillento que enferma y hace palidecer. Las palabras tímidas fueron su firma de entereza, su distancia del maltrato, egoísmo y temblores mediocres.

Estos días han sido duros, porque uno ve la tristeza en el rostro de los guarameros, ensimismados, con el dolor a cuestas. Las florcitas de las acequias dormidas sin agüita escapada del Matasiete. Los pajaritos con trinos convulsos por el ahogo en el guargüero, como si fueran hombres de montes inclinados de la pena. Los pelícanos no se lanzan en picada por vivir, prefieren quedarse en piedras negras, como dispuestas al descanso para siempre, como si les faltara alguien.

Ahora en el patio de Valentín pareciera desplomarse el cielo de tanta lágrima, como canecas agrietadas dejando salir el mar que llevan dentro. Creo Dios se equivocó y llegó a la casa donde el canto a la Cruz de Mayo se dejaba escuchar con un gentío como oleaje, ofreciendo sus cantos, poemas y oraciones. Ahora la casa de Ofelia está vacía sin Valentín, pero es que ahora él está en el corazón de cada uno de nosotros, con su Guayamurí, todas sus piedras, sus pájaros, y su humildad y su bondad. Insisto que Dios se equivocó esta vez.



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