sábado, 2 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Sonido, Aire, TV

Juan José Prieto Larez

Hay expresiones populares que habitan con uno para siempre. No hay nadie más  sabio que el pueblo. Al menos yo, ando atento a tantos decires, apegados a la cotidianidad, ahí está la sabiduría, interpretarlos también tiene sus riesgos al no atinar la esencia del mensaje.

Recuerdo a Tabardo con su bicicleta y su palangana de chicha, en la promoción de su exquisito producto hecho en casa, como la mayoría de los chicheros hacen y donde toda la familia tiene alguna tarea, revelaba parte de la fórmula mágica que lo llevó a ser, sino el mejor, al menos uno de los primeros expendedores de la isla de la espesada bebida. ¡la rica chicha cebada y goma!, así repetía desde muy temprano hasta después del mediodía. También las rifas de carros que hacia Casagüita, realmente era una caravana fiestera por toda Margarita. Un megáfono encima del vehículo a rifarse servía para enganchar a potenciales compradores de más de un boleto.

En Caracas por ejemplo, hay los voceadores. Son los se conocen de memoria la ruta de las camioneticas, pasando todo el día recitándola, no se precisa de la lectura de los minúsculos letreros escritos con grifin blanco en el parabrisas, o en unos cartelitos más pequeños todavía: Quinta Crespo, El Paraíso, Plaza Madariaga, Pedagógico, La India, La Vega, Universidad Andrés Bello! Esa es una ruta.

Nos encontramos con los vendedores que suben a las busetas y luego de una interminable verborrea solicitan la colaboración comprando un lápiz, chocolates, crema para golpes, o sino lo que uno pueda, la cuestión es no salir con el bolsillo vacío. En La Asunción por las tardes escuchamos el gargantazo  revelando sus delicias: ¡cachapas y mazorcas! Así, con gritos estruendosos nos enteramos de la mercancía, de interminables cosas que requieren la atención de la gente, al menos para darse un gusto.

Algo que escuche uno de estos días, y es el motivo de estas apreciaciones fue en la parada de la línea Juangriego en Porlamar: era un señor, ni muy joven ni muy viejo, con cierta discapacidad motora, pero una inventiva inaplazable. Llamaba a los viajeros desde la puerta de una de las unidades con un gancho imperdible si de comodidad se trata: ¡Juangriego! ¡Juangriego! Con sonido, aire y tv, inmediatamente uno se imagina el lujo de la nave por tan asequible precio. Luego revelaba la verdad de los placeres anunciando: ¡el sonido del motor, el aire de los cauchos y te ve por el espejo!


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