domingo, 10 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Abnegada Nevada

Abnegada Nevada






Juan José Prieto Lárez

Los hombres de mar también tienen sus mascotas, a las que miman, quieren y con las que se relajan luego de una dura faena. El alimento nunca les falta y su cuerpo adquiere dimensiones colosales con respecto a otros. Por lo general son perros o perras que merodean las rancherías, durmiendo encima de los trenes, en compensación vigilan el territorio de intrépidos visitantes con intención poca amigable.

La costanera de Boca del Río está sembrada de enramadas donde los pescadores arruman sus redes y botes siempre listos para lanzarse a la mar cuando el alba apenas se anuncia. La ruta por lo general es toda la costa hasta el istmo de La Restinga durante las temporadas de tal o cuales peces. Toda la sapiencia marina heredada de sus ancestros es puesta en práctica, los pasos de luna, mareas, profundidades según el enjambre de lo que viene de la hondura de Cubagua.

Un pescador experimentado nacido en ese rincón marino fue Félix Marín, quien llegó a tener algunos botes y un grupo de muchachos duchos en estas labores de fuerza y precisión, tampoco le faltaba una mascota, tenía una perra, negra como la noche más oscura, la llamó Nevada. La bravura canina se fue dando a conocer entre los marineros, quienes al acercarse a la ranchería de Marín primero debían hacerle carantoña a la huraña centinela. Cuando su amo se levantaba ahí estaba Nevada mirándolo a la espera de una orden. A cada paso que daba cuando revisaba el tren ahí estaba Nevada oteando el rastro. En muchas oportunidades Nevada era embarcada para alguna brega y ella con sus patas alzadas a estribor lamía el viento salitroso cual si fuera el espinazo de un lebranche o una lisa. Muchas veces solo se sabía de ella por sus ladridos, porque era parte de la oscurana.

Resulta que Nevada queda preñada del único perro que aceptó el cortejo, Catire le decían por su pelaje marrón claro y ojos verdosos, así que la panza fue creciendo aunque nunca se alejó de la ranchería. Todos le acariciaban su abultada barriga y ella encantada por sentirse querida. Una noche se corrió la  voz que venía un cardumen de tajalí, en menos de dos horas los motores enrumbaron hacia el istmo, esta vez Nevada no pudo ir por avanzada preñez, pero no consideraron que ella sabía la ruta y se largó con su animosa carga.

A poco de arribar para zarpar nuevamente al amanecer apareció Nevada jadeando y como pudo se acomodó bajo el chinchorro de Marín, quien con el pie descalzo le sobaba la panza. Los cachorritos se movían inquietos y Marín pensó en voz alta: ¡epa muchachos Nevada pare esta noche! Todo rieron hasta que el sueño los venció, cada cría tendría a fulano de padrino. A punto de una de la mañana Nevada tenía seis perritos en su regazo, a la una y media los navegantes estuvieron listos para partir en busca del cardumen. Cada uno de ellos se despidió de Nevada y sus cachorros, ella se les quedó mirando y veía a los hijos hasta que quedaron solos juntados en la arena. En cuanto se repuso comenzó la titánica travesía de vuelta a Boca del Río. Cuando la expedición llego a puerto a eso de las diez de la mañana se encontraron con Nevada que los esperaba atenta en el muellecito de la playa. Todos saltaron de los botes y alzaron a la abnegada madre y mejor amiga.


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