Abnegada Nevada
Juan José Prieto Lárez
Los hombres
de mar también tienen sus mascotas, a las que miman, quieren y con las que se
relajan luego de una dura faena. El alimento nunca les falta y su cuerpo
adquiere dimensiones colosales con respecto a otros. Por lo general son perros
o perras que merodean las rancherías, durmiendo encima de los trenes, en compensación
vigilan el territorio de intrépidos visitantes con intención poca amigable.
La costanera
de Boca del Río está sembrada de enramadas donde los pescadores arruman sus
redes y botes siempre listos para lanzarse a la mar cuando el alba apenas se
anuncia. La ruta por lo general es toda la costa hasta el istmo de La Restinga durante las
temporadas de tal o cuales peces. Toda la sapiencia marina heredada de sus
ancestros es puesta en práctica, los pasos de luna, mareas, profundidades según
el enjambre de lo que viene de la hondura de Cubagua.
Un pescador
experimentado nacido en ese rincón marino fue Félix Marín, quien llegó a tener
algunos botes y un grupo de muchachos duchos en estas labores de fuerza y
precisión, tampoco le faltaba una mascota, tenía una perra, negra como la noche
más oscura, la llamó Nevada. La bravura canina se fue dando a conocer entre los
marineros, quienes al acercarse a la ranchería de Marín primero debían hacerle
carantoña a la huraña centinela. Cuando su amo se levantaba ahí estaba Nevada
mirándolo a la espera de una orden. A cada paso que daba cuando revisaba el
tren ahí estaba Nevada oteando el rastro. En muchas oportunidades Nevada era
embarcada para alguna brega y ella con sus patas alzadas a estribor lamía el
viento salitroso cual si fuera el espinazo de un lebranche o una lisa. Muchas
veces solo se sabía de ella por sus ladridos, porque era parte de la oscurana.
Resulta que
Nevada queda preñada del único perro que aceptó el cortejo, Catire le decían por
su pelaje marrón claro y ojos verdosos, así que la panza fue creciendo aunque
nunca se alejó de la ranchería. Todos le acariciaban su abultada barriga y ella
encantada por sentirse querida. Una noche se corrió la voz que venía un cardumen de tajalí, en menos
de dos horas los motores enrumbaron hacia el istmo, esta vez Nevada no pudo ir
por avanzada preñez, pero no consideraron que ella sabía la ruta y se largó con
su animosa carga.
A poco de
arribar para zarpar nuevamente al amanecer apareció Nevada jadeando y como pudo
se acomodó bajo el chinchorro de Marín, quien con el pie descalzo le sobaba la
panza. Los cachorritos se movían inquietos y Marín pensó en voz alta: ¡epa
muchachos Nevada pare esta noche! Todo rieron hasta que el sueño los venció,
cada cría tendría a fulano de padrino. A punto de una de la mañana Nevada tenía
seis perritos en su regazo, a la una y media los navegantes estuvieron listos
para partir en busca del cardumen. Cada uno de ellos se despidió de Nevada y
sus cachorros, ella se les quedó mirando y veía a los hijos hasta que quedaron
solos juntados en la arena. En cuanto se repuso comenzó la titánica travesía de
vuelta a Boca del Río. Cuando la expedición llego a puerto a eso de las diez de
la mañana se encontraron con Nevada que los esperaba atenta en el muellecito de
la playa. Todos saltaron de los botes y alzaron a la abnegada madre y mejor
amiga.
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