sábado, 2 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Ensayo para una canción

Juan José Prieto Lárez

Nuestra democracia tiene sus páginas oscuras. O en el mejor de los casos, páginas  jocosas. Los revoltosos años sesenta fueron testigo de la sempiterna rebeldía juvenil que siempre aviva la llama de cualquier país. La Asunción, este pueblo resguardado por un regimiento silencioso, gente que se levanta y se acuesta con tan solo el pensamiento de refugiarse en las cuatro paredes y tejado de embrujo, donde la luna nunca se apaga.

No obstante se vivieron momentos apremiantes en la quietud puritana de esta comarca desnuda de rivalidad pero robusta en principios y grandeza ética. Hubo un personaje el cual prefiero resguardarlo de las exageraciones de lenguas distanciadas de la verdad, lo llamaremos Claudio. Vivía entonces muy cerca de la Plaza de Bolívar. Era ingenioso y considerando sus técnicas artísticas rudimentarias era un adelantado en la creación de artefactos bélicos, que por lo general no hicieron más que causar sobresaltos a media noche. De pronto la ciudad amanecía disfrazada de muro panfletario contra políticas gubernamentales. Pero como reza el dicho; “pueblo pequeño infierno grande”, todos sabían quién era el autor material e intelectual de tal o cual ocurrencia protestataria.

En cierta ocasión, se alborotó el país. Para evitar la trascendencia ruidosa en este silencio de penumbra que era La Asunción, el jefe de la Digepol, Miguel, giró instrucciones precisas a Evaristo para que buscara hasta debajo de las piedras a Claudio, quien poseía una batea para elaborar propaganda subversiva. Batea es un rectángulo que soporta una delgada superficie ahuecada que se utiliza para reproducir letras o dibujos, para ello se usa también una espátula de madera para distribuir la tinta encima de la zona a pintar. Al jefe le faltó explicar los detalles técnicos de la batea a Evaristo, quien valiéndose de algunos soplones gustadores de agua espirituosa hicieron el intercambio: información por aguardiente. Así dio con el paradero de Claudio y cuando era conducido a la funesta patrulla, dijo Erasmo con voz altanera y decidida a sus colaboradores: ya vengo voy a buscar la batea.

Muy bien, Claudio no aguantaba la risa dentro del móvil reclusorio a pesar de estar esposado como un vulgar delincuente, solo se imaginaba la cara del jefe.
-jefe  aquí tengo al solicitado. Pronunció orondo Evaristo en el Cuartel.

-Y esa Batea? Ripostó el mandamás.

-Usted me dijo que trajera la batea, Jefe. Contestó Evaristo entre la confusión más estrepitosa de su vida.

-¡Pero no la de lavar, váyanse al carajo toditos!, cuerda de ineptos.


   Así que la batea de Claudio es la más famosa de La Asunción.





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