miércoles, 23 de julio de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Se ha escapado la voz

Juan José Prieto Lárez

Para el despacho de la crónica de hoy, tenía prevista otra historia. Estaba abocetada, el andamiaje que voy construyendo durante la semana, estaba a punto de fraguado, a decir de la mezcla de los elementos. Pero el jueves pasado a las cinco y media de la mañana, surgió lo imprevisto: Cucho Berbín había muerto. La estocada fue profunda, tanto, que un temblor terminó de sacudirme la soñarrera. La memoria, con tan sorpresivo detonante se afincó en el recuerdo de mi mamá. A Cucho La Asunción lo vivía todos los días, con su andar plantado en el lomo de un bastón, una cachucha lo retrataba como viejo sonero, sus bluyines cortos dejaban ver la torpeza amaestrada de sus otoñales rodillas, y eso sí, los labios ceñudos silbando, silbando, a toda hora, día tras día silbando, era su manía para estar contento, sin bufonadas, sino con afinada prestancia.

Por allá por los setentas, siendo yo un niño y La Asunción alcanzaba el rango de cuna de músicos, la Orquesta Ritmo del Caribe daba el palo en cuanta fiesta se programara en la isla y también en tierra firme. Cucho ya era la voz. Todos aupaban a aquel muchacho blanco y picaresco que hacía mecer las parejas con su tono nato de juglar caribeño. Las letras pegajosas de los mejores boleros mexicanos y portorriqueños le otorgaron el beneplácito de mejor intérprete de boleros en el disputado ambiente tutelar de la rumba. Muchacho al fin, no asistía a estas veladas imponentes de música fresca, hallando lugar en los primerizos amoríos. Cuando el Colegio de Médicos, a dos cuadras de mi casa, inició su época de oro, el escuchar la mejor música era el cielo. Así supe cuánto le gustaba a mi mamá aquella vieja pieza titulada Vieja luna, de Orlando de la Rosa. Cantada por Cucho era la compañía que la ciudad esperaba con ansias para conciliar el sueño propicio. Ella esperaba esa canción. Por la mañana su tarareo era la excusa de la evocación. Jamás, menos a estas alturas, olvidaré la letra tan decisiva: quiero escaparme con la vieja luna/en el momento en que la noche muere.

Ya creciditos y con la anuencia para los debutantes tragos, si no éramos invitados a tal fiesta nos sentábamos en la Plaza Mataíllas entregados al disfrute clandestino. Así nos aprendíamos las canciones que luego rendíamos al pie de alguna ventana de la elegida, no podía faltar Vieja luna y Quisiera, del maestro Augusto Fermín. Quizás con la timidez de emprender viaje Cucho esperó a que apareciera su vieja luna, aprovechando el silencio que hacía guardar su voz. Las madrugadas seguirán siendo las mañanas de la adversidad, como dice la canción.



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