Fachada de siglos bajo la sombre de la fe.

Autor: Juan José Prieto Larez

El tiempo camina el rostro de los asuntinos.

Autor: Juan José Prieto Lárez

Espacio de los misterios.

Autor: Juan José Prieto Lárez

La promesa.

Autor: Juan José Prieto Lárez.

Toño, de museo.

Autor: Juan José Prieto Lárez

martes, 26 de agosto de 2014

TRES AMIGOS DE LAS ARTES

Tres amigos de las artes: de derecha a izquierda Gustavo Pereira, Asdrúbal Marcano y Juan José Prieto Lárez. 



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domingo, 24 de agosto de 2014

TARDE ASUNTINA


En una tarde asuntina la música alivio la calor del sábado 23 de agosto de 2014.

 Juan Rojas y su cuatro maestro.
Autor: Juan José Prieto Lárez 

 Luis Teodoro García trajo recuerdos.
Autor: Juan José Prieto Lárez

 Miriam Tabasca chinguita por cantar.
Autor: Juan José Prieto Lárez

Música hasta el cansancio Faustino y Ramón.
Autor: Juan José Prieto Lárez

El compai Ibrahim Bracho.
Autor: Juan José Prieto Lárez 


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EL VUELO DEL BÚHO - Los cuernos de la lechosa

Los cuernos de la lechosa

Juan José Prieto Lárez

La fama de buen cantante le llegó rápido y como pólvora iba dejando el esterero de verso y prosa fina. Fue lo mejor en la Margarita de los ochenta, apuntalando la estirpe de intérpretes como Chico Mata, Jesús Ávila y otros tantos consagrados. Un cuatro fue y sigue siendo su ángel guardián, su confidente y mejor amigo. Juntos continúan recorriendo este país junto al aplauso de gente de mucha fama, maestros de la música. Canta y toca con un sentimiento enraizado en la más genuina margariteñidad, aprendida y cultivada con noble esmero. Desde sus comienzos no paró de ir de pueblo en pueblo festejando el santoral ñero, así como invitaciones de los muchos compadres apilados en su apretada agenda.  A estas alturas del relato ustedes se preguntarán quién es el juglar de tanta salutación, no lo diré, porque a los panas se les echa vaina, no se divulgan sus encoñadas aventuras, es un pacto de caballeros, no se le somete a escarnio. Claro, si siguen algunas señas lo sabrán y dirán que tengo razón. Este jacarandoso compai, picaflor por obra y gracia de la música. En una tarde mágica asuntina nos confesó una de sus correrías en Punta de Piedras, sin nombrar a la santa, en una fiesta de Nuestra Señora de Las Mercedes. Él fue el invitado de lujo, puesto que sus interpretaciones ocupaban el primer lugar en el hit parade en las emisoras del oriente del país. Su galillo parecía no descansar, estremeciendo públicos con jotas y malagueñas.

Esa noche en el templete puntapiedrero la multitud se amontonó a la sombra de una cálida noche, la luna parecía un ojo mirando todo, el beso incesante del oleaje a los barcos viejos comidos de salitre, al viento danzar entre los uveros, a lo lejos las titilantes luces de la isla de Coche como púas refulgiendo el filo de un baile infinito, como en un tazón de plata por los reflejos que viajan desde Araya. Un desfile de grupos y cantantes cumplieron su turno, tejiendo un enjambre de voces cargadas de lo nuestro. El clandestino amigo cerraba la jornada mojada de sudor y cerveza y ron, güisqui a chorros. Entre el gentío destacaba una muchacha de piel dorada como una tarde tierna, ojos de gotas esmeraldinas, su cabellera de rayo halado y cuerpo de ola jadeante dispuesta a dejarse arrastrar a las orillas del brindis amoroso. Sus ojos la miraron queriendo dedicarle todo el celaje de la fortuna de saberla un fruto apetecible. Cuando los aplausos cesaron se le acercó y entre chispasos de deseo se perdieron por entre calles más abajo, hasta la casa de ella.

   _Y tú marido mijá? Preguntó con algo de temor, alcanzando a escuchar solo…  
   
   _No te preocupes está en …lamar.

No descansaron hasta la alta madrugada, cuando los cuerpos pedían un reposo. De pronto se escucha una llave que entra en la cerradura. Como disparado por un resorte tiró la ropa por un balcón que da al patio, mientras reclama: no estaba en la mar pues? Ella le respondió te dije en Porlamar, es petejota. Para el escape saltó a una mata de lechosa y dejándose chorrear cayó sentado entre espinas de yaque que protegían a otras de ají para que no se las comieran las gallinas.


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EL VUELO DEL BÚHO - El trueque no es de ahora

El trueque no es de ahora

Juan José Prieto Lárez

No es una práctica inusual. Desde hace mucho tiempo atrás esta costumbre del trueque permitió la supervivencia de un número importante de pobladores en todo el mundo. Los pueblos, donde todo escaseaba, siempre había algo que cambiar por algo y todos terminaban teniendo todo, el hambre se ahuyentaba por un buen rato.

Los margariteños nunca estuvimos exentos de esta experiencia, nuestra condición de isla no nos permitía tener insumos alimenticios para abastecer la población, esta tierra árida no se adecuaba a cosechas productivas de un orden proteico al consumo humano. Una dieta a base de pescado era insuficiente, aunque con la técnica de salobrarlos era posible el cambalache por verduras café, cacao, papelón y mercancías secas. En este renglón de intercambio era usual que las gallinas jugaran el mejor de sus caldos para alentar paladares de ultramar.

Así pues, que en la mesa margariteña del siglo XIX el sancocho de gallina protagonizaba escena familiar del mediodía con auyama, yuca y pandelaño cosechados en el patio mismo permitían una suculenta tragazón para luego caer rendidos en un chinchorro guindado bajo una boscosa mata de mango. Para la cena, buena era la zurrapa. Bastaba una calentadita en las tibias brazas del fogón.

La historia está llena de sorpresas. Veamos: constituida la Segunda República luego del éxito de la Campaña Admirable en 1813, los realistas quedaron desperdigados por el centro y occidente del país. Para julio de 1814 Boves logra reagrupar unos cinco mil hombres comenzando a abrirse camino hacia Caracas. Con este escenario anunciado de guerra cruenta y feroz, las alarmas recorrieron el territorio nacional llegando a esta isla de gracia.

Con la precaria economía que los margariteños de entonces debían ataviarse todos los días surgió el sentido de solidaridad, patriotismo más bien, hacia los compatriotas caraqueños. La noticia impactó a los pocos isleños quienes con fervor patriota enviaron en cuanto pudieron unas quinientas gallinas para el sustento de los tantos capitalinos en la inminente emboscada realista que los acechaba. De estas aves estamos seguros se alimentó nuestra heroína María Luisa Cáceres, ya que ella fue una de las integrantes de la famosa Emigración a Oriente, ella más tarde recalaría en Margarita para ostentar el apellido Arismendi.

Como vemos aun en las más atinentes penurias, cuando se trata de la Patria sale a relucir el corazón fraterno para su salvación. De tal manera que los margariteños han sabido, con astucia, enfrentarse a las adversidades, como la de todos los días para nuestros pescadores que es el mar, sino también lo que acontece en tierra firme, mientras exista ese espíritu guerrero habrá Patria.


Fuente consultada: “Margarita en 302 historietas. Tomo II”, de Ángel Félix Gómez.

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viernes, 22 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Venancio son muchos

Venancio son muchos

Juan José Prieto Lárez

Venancio, sin apellido de compañía, le dice a todo el que le pregunta que él nació grande y viejo. No recuerda sus años, su memoria es una laguna sin orillas, además tiene un hoyo donde las huellas de lo andado se ahogan y desaparecen para siempre. Solo sabe que de día hay que caminar las angustias y de noche soñar, porque es cuando vive otra vida. Habita lo que queda de un rancho de bahareque, un cuarto, junto a un hilo de agua que niega secarse después de su caudaloso auge. La distancia que lo separa del pueblo llamado Los Dolores, es un pasillo de matas de plátano con hojas tristes buscando lamer algo de humedad, del otro costado las costillas flacas de un cañaveral empobrecido, sin ánimo de juntarse como antes.

Venancio sobrevive de hacer mandados y llevar recados, a cambio de una porción de comida, camisa y pantalón. Solo deja de deambular descalzo los domingos cuando sabe que en la iglesia hay mucha gente. Una vez que cada quien agarra por su lado él guarda las alpargatas en un bolsillo de lo que lleva puesto. De lo contrario nunca se acostumbró a no pisar la tierra que no fuera con el cuero de sus plantas. Desconoce el calor femenino, no sabe de arrullos, ni de un beso de llegada o despedida, solo aprendió a llegar e irse, así como sí sabe que es el día y la noche. Habla solo lo que le dicen que escuche, escucha solo lo que le dicen que diga. Lleva y trae de un lado y otro.

Cuando el silencio irrumpe recorriendo las callejas hasta cobijarlas, Venancio va a la par con el fajo de rutina a cuestas. Intuye que ya nadie quiere saber de él, entonces camina lento como si fuera el guía de los bostezos de la penumbra. Íngrimo va dejando a sus espaldas a cada quien con su miseria, maldiciones y venganza. Al llegar a su escondrijo escarba una caja de cartón con su único tesoro, un cabo de vela blanco al que le falta poco para rendirse y una estampita de José Gregorio Hernández,  y la coloca encima de una lata de leche condenada al óxido antiquísimo haciéndole de altar. Se imagina que es alguien bueno y merece ese lugar. La poquitica luz hace brotar de las paredes las mismas sombras de todos los días.

Antes de entregarse a la condena de la noche se persigna con la costumbre de la mano izquierda, porque con la derecha se equivoca. Tendido en un catre mira el cielo a través de una tronera en el techo con pestañas de caña brava, Él dice que ese es su espejo y espera que algún día los luceros bajen para iluminarlo y poder conocer su rostro. De un momento a otro el sueño comienza a hacer lo suyo. Es cuando germinan penas y secretos inconfesables, parecieran difuntos resignados a la clemencia celestial. El perdón trastabilla sin despertarse ni soltar prenda. Como no lo llaman no se despabila. Es como si encontraran en Venancio el deseo de seguir viviendo, pero son tantos que lo alelan. Por eso, unos viven en él de día otros viven en él de noche, pero sigue siendo Venancio el que lleva y trae recados y hace mandados.


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domingo, 17 de agosto de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Religión adentro

Religión adentro







Juan José Prieto Lárez


No lo llamaremos pueblo porque no lo fue, un caserío tampoco. Una comunidad, esa sería la definición más acertada. Solo era una explanada, un lunar de tierra en el cuerpo verde de una sábana vegetal. En un principio fueron no más de diez chozas de palma, no más familias que nuestros dedos. La nada como testigo de carencias y saber nada de sí. Ese minúsculo territorio la llamaron Angustia y las mujeres y niñas se mentaban igual. Los hombres eran nombrados Espíritu, todos eran un solo espíritu. No distinguían entre el bien y el mal, solo apreciaban la yuca y las gallinas, de las que nunca supieron cómo llegaron a ese remoto punto del inmenso territorio desconocido por ellos. La muerte era muy normal, sin llanto desgañitado, pero si el aire perfumado por la esencia de la savia de los árboles gigantes. Los que morían eran enterrados al pie de ellos para que llegaran pronto al cielo, un camino seguro para no desviarse en la travesía, sin dilación.

Por alguna casualidad un ramalazo de cristiandad pasó calmo por las arenas movedizas de la herejía. No fue del todo inútil la rauda visita, después de un veloz rosario y los pellizcos de agua bendita. Como muestra de la salutación en nombre de Jesús Sacramentado, les dejaron un cartón con la imagen de un santo con el nombre en letras que ellos no supieron nunca lo que decía. Nada más entendieron que todas las mujeres y hombres deben tener un santo que los ilumine y proteja del mal, cuál mal, se preguntaban. El cartón pasó unos días clavado a una vara con una espina de naranja hasta que alguien recordó que el librito que les enseñaron con el mayor de los apuros, la misma imagen tenía cuatro tablas a los cuatro costados. Cortaron unos palos de bambú y lo mismo hicieron, y en una mesa amarrada con bejucos lo pusieron, no sin darse cuenta que estaba opaco el rostro de la imagen celestial. La matrona rompió un huevo de gallina y con la clara pulió la acartonada figura. La sombra de un samán hizo lo demás. El hombre más antiguo elaboró unos cirios con un patuque de savia de los muertos viejos, guate de gallina y trocitos de palo secos, una hoja de lirio de agua fue la mecha.

En medio de un redondel colocaron la mesa con su carga santoral y cuando el astro se perdiera de vista encendieron los cirios y todos haciendo hileras en frente, se sentaron a mirarlo. Al concluir una letanía mal aprendida de los fugaces forasteros de la palabra de Dios notaron dos gotas que se venían lentamente llevándose consigo la pulitura. Como no sabían lo que era un milagro nadie decía nada. La matrona conociendo la fragilidad de la clara del huevo exclamó: se le está derritiendo el huevo al santo por la candela. Un adolescente soltó una carcajada como pícara expresión. Todos rieron y se abrazaron y hasta bailaron el santo, supieron lo que es una fiesta. Entre la maleza se movían sombras horizontales hasta que el sol despuntó insolente, las mujeres seguían cantando y los hombres pasaron días sin probar un bocado. Años después allí mismo en la misma explanada, surgió la ciudad de San Lucas, allá en las enconadas riberas de Río Negro.


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sábado, 16 de agosto de 2014

Festividades en honor a Nuestra Señora de La Asunción- Fotos

Reina asuntina de los margariteños.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”.

 ...y de pronto llegaron las Guarichas de Punda y pusieron el sabor.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”.

El galán de las Guarichas: Carlos Sanabria.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”. 

Una santa (Magaly Salazar) dos chinamos (Ibrahim Prieto y Gustavo Núñez).
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”. 


Los Topotopos amenizaron la calurosa tarde.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”. 


Y otra y otra para el pueblo.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”. 


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martes, 12 de agosto de 2014

Asdrubal Marcano - Rostro maestro

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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La obra más original de Tomás Cazorla, realmente de museo.

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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La lengua más larga de La Asunción...la de Totoño

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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Si la cuidaste vuelve

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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Alguien anda entre los libros

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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Romagitana - Penúltima oración

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”

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domingo, 10 de agosto de 2014

MENTIRAS Y SENTIMIENTOS QUE RECONONOZCO - Freddy Villarroel Lárez

MENTIRAS Y SENTIMIENTOS QUE RECONONOZCO


“La revolución será completa cuando
la lengua sea perfecta”.
George Orwell


“Siempre tienes que recordar que la literatura depara el placer de imaginar, y a la vez la tortura de corregir, pero ambos vienen a ser dos caras de la misma moneda. Si las monedas de tres caras son posibles, y en la literatura nada es imposible, entonces debo agregar el placer de hablar de la literatura, de sus secretos y sus mecanismos. No creo que nadie más que un escritor disfrute contando a quienes quieran escucharlo los trabajos y los placeres que le depara el oficio”.  Así empieza Sergio Ramírez su escrito Consejos Solicitados, publicado en Siete Días en El Nacional del domingo 12 de agosto de 2012.

Juan José Prieto Lárez sabe el significado de una palabra, es un contador de historias, relata las ocurrencias del azar en las noches primitivas; busca las obsesiones de las cosas que lo rodean, lo acechan y lo acompañan. La quietud por lo vivido o lo que creyó vivir, ver u oír.

En sus relatos y cuentos de espantos vivos en el patio de su casa, en las afueras y en las calles hay como una revisión biográfica de su memoria; se reconcilia con los sueños, actúa como un cronista de fantasías con una presencia constante de La Asunción, coincidencia  de signo de pasado con alusión vinculada a signo del futuro en el presente. Parafraseando a Ortega Y Gasset, Juan José no sabe lo que pasa y eso es lo que pasa. Lo que pasa es que la noche es su escenario donde bailan armoniosamente el ambiente y la anécdota.

Es importante destacar que en los trabajos de Pey (como cariñosamente le decimos), coexisten dos tendencias: esos relatos que son recuerdos vivos de fantasías juveniles y sus poesías. En ambos trabajos quiere demostrar que carece de lo que mucho tiene, amor, comprensión, reconocimiento y sobre todo el cariño que  delata que en verdad es lo que siempre ha querido. Con todos estos relatos se ha levantado un monumento a su memoria. No se considera un gran escritor pero si tiene fe literaria.

En sus poemas la luz sobresale por el amor, el reconocimiento de sus seres queridos y sobre todo por la aceptación de un clima humano y espiritual que lo retrata quieto en la vida aceptando y protegiendo la belleza del lenguaje para decir y descifrar lo sensible y lo inmutable en el hombre.

Gandhi afirmaba que “la vida es vida solamente cuando hay amor”. Los escritos de Pey son conmovedores, explicativos, intelectualmente honestos y narrativamente seductores van mucho más allá que el simple amor a la mujer o la pasión por narrar vivencias inventadas para hacer de la mentira un elemento real de la literatura.

Sergio Ramírez anotaba “uno  lo que escribe en los libros son mentiras pero deben ser mentiras bien contadas, en las que se puede creer a ciegas. Esto me pasó a mi también, dice el lector, y uno recibe entonces su corona de triunfo porque se ha hecho acreedor de la credibilidad ajena”. Ahora bien, lo que he conversado y he leído de Juan José, todo lo he creído y sobre todo estoy de acuerdo con el filósofo alemán Nietzsche cuando decía “ La madurez del hombre está en haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando niño”. Juan José sabe que no hay nada más peligroso que seducir con la palabra.


Freddy Villarroel Lárez
San Antonio de Los Altos, marzo 2013.

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LA LENGUA DESNUDA - Aquel abril de Mick Jagger

Aquel abril de Mick Jagger


Juan José Prieto Lárez

Aún era perceptible una tensa calma en toda Venezuela. Los acontecimientos del once de abril y los siguientes, sumieron a Venezuela en una suerte de estrés postraumático, vivir cómo estuvo tan cerca el desvanecimiento de Venezuela, y la desgarradura al orden democrático en pleno siglo XXI no debía llevar otra etiqueta que de inconcebible. Permitiendo algún margen de error en el gobierno que apenas configuraba el articulado de una nueva Constitución tras aprobación plena como la luna llena por el pueblo, no podía menos que considerarse de inaceptable y aberrante la imposición de un brevísimo tirano como lo fue Carmona Estanca.

Bajo esta atmósfera de borrones y cuentas nuevas, la patria se debatía en hacerse adulta o seguir sumisa a una oposición descarnada y dispuesta a continuar su rapaz intento por destronar al presidente Chávez de su mandato, otorgado por la gran mayoría de los venezolanos. Lo sucedido en Caracas dejaba ecos insoslayables en el interior de la República, que se traducía en una angustiosa espera. Margarita no escapaba de esa febril situación de incertidumbre, los acosos no cesaban y la tergiversación mediática por parte de los medios de comunicación privados no dejaba una brecha de equidad informativa disponible a la tranquilidad del común ciudadano.

En La Asunción, a pocos días después del golpe, por un día, cambió la temática impuesta por los sucesos de aquel once que jamás debió ocurrir. Lo sucedido era inusual, o por lo menos inesperado. Como reguero de pólvora se corrió la voz de que el líder de los Rolling Stones, Mick Jagger estuvo caminando por el bulevard 5 de Julio.  Los comentarios dieron un vuelco total a los aciagos días del golpe. Todos lo vieron, pero nadie sabía quién era aquel tipo en bermudas, chancletas de goma, franela a rayas y sombrero de fieltro roído por el sol y polvo de todo el mundo.

Llevaba lentes de sol y con manos en los bolsillos pasó inadvertido por el pasillo de mármol como toda una estrella del espectáculo. Con esa pinta tan playera y usual por los visitantes era improbable que alguien pudiera darse cuenta que el roquero activo más antiguo del planeta estuviera en las calles de esta ciudad tan apacible y lejos de la estridencia artística, con demasiado silencio para un concierto a pleno día.

Lo poco que dejó de su fugaz visita fue una parada en la esquina de La Piñata, el festejo ubicado al frente del Palacio Legislativo, donde bebió en dos sorbos una lata de cerveza.  El testimonio más fidedigno que pude recoger de esa visitación fue el de Ramón “Tulo” Gónzález, quien en ese momento estelar entró a comprar un refresco sin sospechar que el vecino, más corto de estatura, era el mismísimo Jagger, el que siente simpatía por el diablo, según la canción del grupo trotamundos. Alguien lo alertó del colosal personaje contiguo. Cuenta Ramón que en medio de la atónita sorpresa buscó verle la cara a la sospechosa reliquia musical y no pecar de incauto. Al intentar la averiguación el sujeto trajeado a lo tropical le sonrió y ofreció su mano a modo de salutación, una vez comprobada la identidad del visitante ambos sonrieron como amigos que se encuentran en algún abril.



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EL VUELO DEL BÚHO - Abnegada Nevada

Abnegada Nevada






Juan José Prieto Lárez

Los hombres de mar también tienen sus mascotas, a las que miman, quieren y con las que se relajan luego de una dura faena. El alimento nunca les falta y su cuerpo adquiere dimensiones colosales con respecto a otros. Por lo general son perros o perras que merodean las rancherías, durmiendo encima de los trenes, en compensación vigilan el territorio de intrépidos visitantes con intención poca amigable.

La costanera de Boca del Río está sembrada de enramadas donde los pescadores arruman sus redes y botes siempre listos para lanzarse a la mar cuando el alba apenas se anuncia. La ruta por lo general es toda la costa hasta el istmo de La Restinga durante las temporadas de tal o cuales peces. Toda la sapiencia marina heredada de sus ancestros es puesta en práctica, los pasos de luna, mareas, profundidades según el enjambre de lo que viene de la hondura de Cubagua.

Un pescador experimentado nacido en ese rincón marino fue Félix Marín, quien llegó a tener algunos botes y un grupo de muchachos duchos en estas labores de fuerza y precisión, tampoco le faltaba una mascota, tenía una perra, negra como la noche más oscura, la llamó Nevada. La bravura canina se fue dando a conocer entre los marineros, quienes al acercarse a la ranchería de Marín primero debían hacerle carantoña a la huraña centinela. Cuando su amo se levantaba ahí estaba Nevada mirándolo a la espera de una orden. A cada paso que daba cuando revisaba el tren ahí estaba Nevada oteando el rastro. En muchas oportunidades Nevada era embarcada para alguna brega y ella con sus patas alzadas a estribor lamía el viento salitroso cual si fuera el espinazo de un lebranche o una lisa. Muchas veces solo se sabía de ella por sus ladridos, porque era parte de la oscurana.

Resulta que Nevada queda preñada del único perro que aceptó el cortejo, Catire le decían por su pelaje marrón claro y ojos verdosos, así que la panza fue creciendo aunque nunca se alejó de la ranchería. Todos le acariciaban su abultada barriga y ella encantada por sentirse querida. Una noche se corrió la  voz que venía un cardumen de tajalí, en menos de dos horas los motores enrumbaron hacia el istmo, esta vez Nevada no pudo ir por avanzada preñez, pero no consideraron que ella sabía la ruta y se largó con su animosa carga.

A poco de arribar para zarpar nuevamente al amanecer apareció Nevada jadeando y como pudo se acomodó bajo el chinchorro de Marín, quien con el pie descalzo le sobaba la panza. Los cachorritos se movían inquietos y Marín pensó en voz alta: ¡epa muchachos Nevada pare esta noche! Todo rieron hasta que el sueño los venció, cada cría tendría a fulano de padrino. A punto de una de la mañana Nevada tenía seis perritos en su regazo, a la una y media los navegantes estuvieron listos para partir en busca del cardumen. Cada uno de ellos se despidió de Nevada y sus cachorros, ella se les quedó mirando y veía a los hijos hasta que quedaron solos juntados en la arena. En cuanto se repuso comenzó la titánica travesía de vuelta a Boca del Río. Cuando la expedición llego a puerto a eso de las diez de la mañana se encontraron con Nevada que los esperaba atenta en el muellecito de la playa. Todos saltaron de los botes y alzaron a la abnegada madre y mejor amiga.


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EL VUELO DEL BÚHO - Una bala

Una bala



Juan José Prieto Lárez

Una bala atravesó la cabeza de la humilde mujer. Salió muy temprano con su hijo, Manuelito de apenas cinco años de edad a comprar lo que fuera para comer, le daba igual si por lo menos lo hacía una vez al día, a la hora que fuera. Eloísa había quedado viuda sin haber nacido el único vástago hasta ahora parido. Tenía tres meses de embarazo cuando su concubino, Lázaro, fue apuñalado por no dejarse robar lo que había cobrado el viernes en un edificio en construcción por los lados de El Paraíso, muy cerca de la Plaza de Madariaga. Los dos hacían vida en lo alto de la Charneca, en un rancho como los miles de ranchos que pueblan la gran Caracas. Los escasos centavitos con los que contaba, gracias a la solidaridad de la barriada, le permitían a Eloísa, al menos para una sopa, por lo general de hueso de res. Para ella y su hijo. Nada de magníficas suculencias. En una bolsita plástica acumulaba los trozos de verduras al alcance del precario presupuesto, no podía darle el gusto a la exigencia, por ello el mercado de Quinta Crespo era el ideal por tres razones fundamentales: el más económico, era válido el regateo y de vez en cuando un alma caritativa la proveía de alguna yerba para aromar el caldo bendito de cada día. Todos los días volvía como una pavesa integrarse a su mundo donde se consumía su dignificación.

“Así vive el pobre, de limosna en limosna”, no pensaba en nada más, a medida que al peregrinaje se sumaba el pedimento a un santo que fuera capaz de hacer redundante la vianda, una vez más. Subía y bajaba con el infortunio, acunado en ella, y a ella no le importaba porque era su cruz y nadie hacía nada por quitársela, o al menos aliviarle la carga. Un centenar de escalones era el monumento a su constancia, su homenaje la sonrisa de su hijo alabando su integridad sin rencores, sin desprecio a la sociedad de la ciudad. El destino le prohibió soñar, le quebró el aliento de las aspiraciones, la volvió sobreviviente a su propio riesgo. Por eso no se le escuchó jamás un lamento, porque entendió que no valía la pena vivir de prisa. Muchos en el barrio corrían igual suerte, su único atractivo era ver crecer a Manuelito, eso ya era bastante, lo demás se lo dejaba a Dios.

A las tres de la tarde de un jueves, dejándose llevar por el cansancio, caminaba por una de las dos aceras que más conocían sus pasos, siempre las mismas. No era diferente la fatiga al resto de otras tres de la tarde cuando con Manuelito remontaba las empinadas escalinatas, sabía que librar una batalla contra el tedio era inútil. De la nada surgió un hombre enorme, fornido, blandiendo una poderosa pistola, y mirando a todos lados, al pasar junto a ella le arrebató a su hijo. Comenzó a correr de espaldas poniéndolo como escudo contra unos policías que iban tras él con sus armas de reglamento en mano. Eloísa clamando por Manuelito no le importó situarse en medio del bien y el mal. Fue todo muy rápido, violento, y ella cayó sangrando a borbotones por la cabeza. A su lado quedó la bolsita con las verduras y unos trozos de hueso de res. De Manuelito nunca se supo nada.


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sábado, 9 de agosto de 2014

Hasta siempre Chú

Un amigo eterno, inseparable del recuerdo de esta ciudad que llora su despedida. Para Chú el más infinito afecto y nuestra más sentida oración por su alma.


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Esquina asuntina, testigo del paso de los siglos.

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”


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