miércoles, 10 de septiembre de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Llantos de futuro

Llantos de futuro








Juan José Prieto Lárez

En mis vespertinas visitas a los alrededores de la Plaza de Bolívar y Luisa Cáceres en La Asunción, no son más que el acompañamiento a mi hijo Juan José al núcleo de música perteneciente al Sistema de Orquestas Infantil y Juvenil, donde ejecuta el corno. Desenfundo mis recuerdos cuando yo era alumno de los maestros Eduardo Serrano y Razés Hernández López, ambos ya fallecidos, además de pertenecer a los coros de la Facultad de Odontología y Humanidades dirigidos por el maestro Roberto Ruiz, por si fuera poco cuando fui integrante del grupo “Son boleros” teniendo como director musical al amigo Carlos Belfort. Con este preámbulo armónico pretendo destacar la febril afición de escuchar música cualquiera sea su género. Andaba uno cazando los eventos en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela (UCV), de ellos quedarían gratos recuerdos y el sabor melodioso de la anécdota.

Recuerdo dos. La primera fue cuando el maestro Antonio Estevez dirigió la Cantata Criolla en homenaje al poema de Florentino el que cantó con el diablo, del Alberto Arvelo Torrealba dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Venezuela en el Aula Magna de ese recinto universitario. Corrían los años ochenta, aquella estancia universitaria estaba a reventar, todos los asientos, incluyendo las larguísimas caminerías alfombradas que desde muy temprano fueron ocupadas. Llegó la hora. Cada músico ocupó su lugar, buscando la afinación final de su instrumento, cuando el murmullo amainó apareció por la puerta lateral izquierda del escenario la rigurosa figura del maestro, digo rigurosa porque es muy conocida la exigencia del maestro cuando de dirigir se trataba, recordemos que fue el fundador del Orfeón Universitario de esa máxima casa de estudios. Salió con su bastón en la mano izquierda y en la derecha su batuta, pelo blanco, anteojos de parape, revestido de un flux negro, camisa inmaculada y su corbata haciendo juego con el traje. Justo cuando el maestro levantó sus decididos brazos para hacer sonar la más emblemática pieza llanera, en el balcón de la sala se adelantó el  agudo acorde del llanto de un niño. Sin más remedio bajó los brazos en señal de destemplanza por la imprudente inocencia, se volteó hacia el público diciendo a viva voz ¡me sacan ese carajito de aquí! El concierto concluyó sin más tropiezos.

La segunda sucedió con Daniel Viglietti, quien luego de recuperarse de las atrocidades de la dictadura en su Uruguay natal, vino a Caracas a una serie de conciertos también en los ochenta. Esa noche el Aula Magna estaba que no cabía un alma más. Apenas comenzando el recital, cuando rasgaba las cuerdas de su inseparable guitarra comenzó a llorar un chamito, por el tono de su llanto era de meses, una y otra vez  interrumpía el inicio del canto rebelde del cantor sureño. Luego de algunas voces declamatorias, hubo silencio largo en la sala, solo se escuchaba el rasgueo de las legendarias cuerdas. Finalmente, al percatarse que ya no había interrupciones sentenció sutilmente: se durmió el guricito. Las canciones y aplausos se hicieron interminables.

Hoy resulta que los niños venezolanos son los protagonistas del más ambicioso proyecto por la paz mundial que es la música, nacido del Sistema de Orquestas de la mano del maestro José Antonio Abreu, postulado al Premio Nobel de la Paz.


  
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