La Mirada Rota
Juan José Prieto Lárez
Luego, mucho
tiempo después, Arturo encontró entre sus papeles una foto donde aparecía
Alicia, sola, mirando a su lado izquierdo, donde debía estar él. La vieja
fotografía mostraba la cicatriz de haber sido rasgada. Él había desaparecido.
Recordó cuando se les hizo aquella gráfica un fotógrafo que luego las vendía
como un recuerdo “de vida”. Volvió a revivir ese episodio y la posterior
certeza del amor que se profesaban. Pero nada es eterno jamás, sabía.
Guardó el
recuerdo “de vida” en la misma cajita de sus evocaciones. Había pasado mucho
tiempo para detenerse más tiempo del justo para añorar lo imposible que fue la
relación. Había pasado mucho tiempo, ambos escogieron sus caminos en la vida
sin volverse a ver. Todos los días se sumaban al olvido de lo que no pudo ser.
Esa fue la
norma que quisieron darle a sus vidas.
Un día en un
diario cultural Arturo en sus ojeadas acuciosas descubrió una corta reseña
donde leyó: “no hay nada más difícil que dibujar la mirada de una mujer
desnuda”, el autor de esta sentencia era el maestro Milo Monara, dibujante italiano,
de renombre mundial en el campo de las bellas artes, colaborador de notables
directores cinematográficos. De inmediato regresaron las páginas de su historia
de amor, cargadas de todos los momentos que estuvo al lado de Alicia, de todas
las miradas que ella tenía para con él. Nadie como ella.
Una
cronología gráfica dispuso el esplendor de sus años felices, un asfixiante amor
convenido los hizo felices mientras duró, unos cuantos años fascinantes. Todo
se resumía luego al misterio de la foto donde él no estaba, y ella miraba su
ausencia. Los momentos íntimos revivieron sin pausa. Esa íntima entrega donde
se revelaban intensos deseos, donde abundaban las promesas, donde los sueños
parecían impostergables, donde la mirada delataba la desnudez.
Cerró los
ojos para resucitar la ocasión de aquella foto, aquel instante de donde se
esfumó, o más bien lo esfumaron, buscaba recordar qué mirada tenía Alicia
cuando bajaban las escaleras del Teatro Nacional, si era las misma cuando una
tarde cualquiera decidió no seguir a su lado, esa mirada sí la recordaba, era
de indecisión, incertidumbre por lo que debía pasar posterior al rompimiento,
él en cambio, demostró aplomo ante la decisión, porque sabía que jamás ella
tendría a su lado un amor tan sincero como el suyo.
Aquella
noche después de la función teatral hicieron el amor, y esa mirada se le
presentó aclarándole su angustia interna, de súbita dolencia por que pronto
tendría que decirle que todo debía llegar a su fin, más sin embargo, en el
fondo sabía la verdad, se enfrentaba a una jugada por conocer la desdicha de no
ser correspondida. Todo lo contrario a lo que significaba él, Arturo.
Cuando hubo
descifrado el dilema de la sumisa mirada, se despojó de todo resto de rencor y
la perdonó, comprendió que es cierto lo difícil de una mirada de una mujer
desnuda aunque no se pinte, sino que se mire, porque pudiera estar pensando en
la fatalidad aunque esté desnuda al lado del hombre que pronto dejará de amar
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