Qué esperanza
Juan José Prieto Lárez
Un perfecto
cuadre de fechas nos permitió recorrer miles de kilómetros. Unas semanas antes
de la proeza, en la grama de los margariteños, como le decíamos a una pequeña
extensión en los jardines de la Universidad
Central de Venezuela ideamos el “plan perfecto”, Eddie
Figueroa y el suscrito. Otro miembro incluido en el propósito fue Adonis
Acosta, quien residía en la primogénita del continente, Cumaná.
La excusa
era visitar en Güiria a nuestro amigo Carlos Mendez, quien trabajaba en el Ince
de esa localidad. Todo salió como estaba previsto. Eddie y yo salimos en el
último autobús que cubría esa ruta desde el viejo Terminal del Nuevo Circo, la
idea era llegar temprano en la mañana a la tierra del Mariscal Sucre, así fue.
Al amanecer llegamos a la
Calle Bermúdez , casa “Los Buitres”, llamada así por los mismos
estudiantes que la residían. Unos catacos fritos, arepas, aguacate y café, fue
la combinación idónea para reponer el ánimo y el estropeo que dejaba aquellos
desmadejados autobuses. Luego de un buen reposo, por la tarde vinieron unas
frías. Había que pensar el seguir viaje a ese extremo casi irreconocible del
estado Sucre, donde decían las malas lenguas que si uno se caía al mar varaba
en Trinidad.
Entrando la
noche dejamos todo listo para enrumbarnos a Carúpano después de medio día, pero
la modorra era grande, total que salimos de Cumaná en la tarde y llegamos a
Carúpano bajo el acecho de la noche. El rebullicio es costumbre los fines de
semana, de allí sale y entra muchísima gente a muchísimas partes del país.
Llegamos a la
parada de los carritos que salen para Güiria y había varios, por lo que
pensamos que saldríamos rápido, pero resultó que ninguno quería ir para allá.
Ante la incertidumbre preguntamos qué pasaba, hasta que un señor que vendía
café nos dio razón: es que hay muchas palometas en la vía. Ignorantes al fin,
averiguamos qué era eso de palometas, hasta que nos dijo: son mariposas que
habitan en los manglares de la costa, entonces por efecto de las luces se pegan
a los faros haciendo imposible ver la carretera. Viéndolo de esa manera tenían
razón. Así estuvimos varias horas, y llegando pasajeros. Hasta que uno de ellos
se decidió a enfrentar las nubes de palometas. Llegamos a Yaguaraparo, puedo
decirles que parecía un pueblo fantasma. Ni un alma en ninguna parte, el
alumbrado público a oscuras, solo en las casas se podía ver una lucecita roja
muy tenue, las ventanas protegidas con tela metálica de la más fina, que no
fuera posible dejar pasar a una sola de esos engendros. Seguimos a Güiria, ya
era larga la noche y dimos otras vueltas buscando la dirección donde vivía el
amigo Carlos, hasta que por fin. A esa hora salimos en busca de unas cervezas
para dejar atrás el susto de las palometas. El sueño nos venció.
Al día
siguiente salimos a eso de las nueve a recorrer el pueblo, Carlos tenía que
trabajar. El sol estaba en plenitud de condiciones, el calor sofocaba y muy
pocos pobladores se veían en las calles. En la primera bodega nos detuvimos a
tomar algo, lo más frío que tuvieran, a esa pregunta respondía una mucha de
unos diez años que estaba del otro lado del mostrador: lo único que hay es
Chinotto y no está muy frío. No importa mija dánoslo así es que hace mucho
calor. A esta queja la muchacha respondió: ¡ay! señor y espere que sea la una
pa’ que sepa lo que es bueno. Todos nos miramos las caras ansiando una
esperanza.
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