La Asunción
en salsa de futuro (III)
Juan José Prieto Lárez
Hace unos días apenas, estuvo en la Plaza de Luisa Cáceres en La Asunción un artista
japonés de renombre universal: Bokuden Matsuda vino en representación de su
país en un proyecto denominado El
Puente, también con artistas italianos, del Instituto de Cultura del Estado.
Venía de exponer en la ciudad de New York, maestro de la caligrafía y con
ochenta años encima, pero con los milenarios conocimientos de la cultura
japonesa. Hice un ejercicio en retrospectiva de lo que hemos sido y somos, al
menos los asuntinos. El resultado fue de desaliento. Fue como mirar un espejo y
en sí mismo perderse tanto tiempo, diluirse entre la esplendidez de nuestra
razón de ser, nuestra propia alternativa de adentrarnos en una onda de
modernidad, sin perder la esencia misma de uno mismo. Somos culpables de la
indiferencia al no percibir que el mundo cambiaría, que está cambiando.
Seguimos mirando el espejo.
Matsuda dibujó en una tela de doce metros algo que
quedará impreso por años, diremos sencillamente que fue un japonés que alguna
vez estuvo por estas tierras. El arte es la huella que el hombre quiere dejarle
al mundo a su paso por éste. Si nos atrevemos a hacer un inventario de las
posibilidades artísticas que hay en La Asunción nos daremos cuenta que somos
inmensamente privilegiados, cada día surgen más creadores. De imaginarnos otro
espejo nos daremos cuenta que esta ciudad pudiera llegar a ser la ciudad donde
se realice un turismo cultural de primer orden. No sé si la gente que gerencia
la cultura ha tenido una conversación íntima consigo en la que pretenda asirse
de una proyección agresiva, si cabe el término, para la adecuación de nuestros
espacios para crear y recrear a los que nos visitan. Partiendo de la premisa
acaso playa y trapos son la única actividad turística que podemos brindar? Me
parece que no.
Lo más placentero vendrá después, cuando veamos a una
gran cantidad de artistas de muchas partes del mundo llegar hasta aquí porque
le han dicho que en La
Asunción se cura el alma con rezos de hospitalidad, con
plegarias de bondad, con las manos juntas por ser auténticos y cargados de los
más altos valores de humanidad, donde detestamos las bombas, los niños son
amados, y hacemos el bien sin mirar a quién.
Hay otro espejo esperando qué reflejar en él, tal vez
sea el sueño narrado, tal nunca sea nada y el mismo espejo se encandile sin que
nadie haya sido capaz de elevar a quién sea la mejor de las posibilidades de
calidad de vida que una ciudad como La Asunción se merece.
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