Cuando la ausencia golpea
Juan José Prieto Lárez
Atrás quedan
los días de abrazos y saludos efusivos, los apretones de mano, la sonrisa de
los niños corriendo por todo lo largo del bulevard. La Asunción se vistió de
fiesta como siempre, como todos los años en los días santos.
Cada
procesión dejó un rastro de fe en los fieles asiduos a su recorrido emblemático
de acompañar al hijo de Dios en cada paso, en cada crepitar del redoblante
marcando el camino de la crucifixión, lento el andar, rostro tranquilo, el
pueblo con sus manos juntas pronunció un ave María. Los cargadores como
gladiadores incansables se alimentaron de la brisa de los faldones tocando su
frente como retribución al peso de la muerte por nosotros.
Apenas
transcurren los días de pascuas las flores van perdiendo sus efluvios sagrados,
también se alistan a desaparecer para siempre dejando la Catedral en un crepúsculo
frágil, con apenas el brillo que viene de la plaza y de la calle. La cuaresma
asoma su fin por entre la costumbre de la ausencia de los amigos que regresan a
sus casas, el adiós de la muchacha que nos cautivó con su belleza, el hasta
luego de la antigua novia y el te quiero apretado entre los labios. Cuando nos
damos cuenta estamos nutridos de nostalgia, azuzados por un extraño
desprendimiento que no podemos explicar porque sería contar un secreto, por eso
lo guardamos para sí. Esa ausencia nos golpea.
Luego del
domingo de resurrección la vida sigue como si nada. Cada quien vuelve a su modo
de vivir la Ciudad ,
sentimos que valió la pena esa exaltación al Creador, la señal de la cruz
empuñando la palma real que nos acompañará todos los días siguientes detrás de
la puerta, pero siempre mirando el campanario como señal de existencia de la
oración vigilante de la danza de las tardes, acurrucada en los copos de los
robles como conquistadores de llantos y risas.
En las
calles vuelve a escribirse los olores y sabores venidos de las casas de adobe
pretérito, donde habitan las costumbres amanecidas sin el deslumbramiento del
miedo porque los caminos están adornados de sencillez, y eso somos los
asuntinos; calmos a menos que la tormenta arrecie su cabellera.
Despedimos
los días de cuaresma con el abrazo a los nuevas horas de llovizna, la de mayo
para regar los fondos para las nuevas flores a nuestra Santa Patrona.
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