martes, 22 de julio de 2014

EL VUELO DEL BÚHO - Mientras llega la hora


Juan José Prieto Lárez

   La Asunción se hundía en la profundidad absoluta de aquella noche del 14 de agosto de 1950. En el silencio de la víspera del día de Nuestra Señora de La asunción. La fraternidad entre la oscurana y el sosiego se alzó un friso tenue que aumentaba la ansiedad de los murciélagos a descargar un arsenal de cautaros en cada súbita pirueta. Parecían carceleros de nieve. Solo se sentía el golpeteo de la fruta gomosa cuando se despaturraba contra el piso de cemento pulido. Madre luchaba en la cama con inventar una coartada para deshacerse del recado afrentoso dejado por el astro del día que comprometía el descanso de su cuerpo. Padre despachaba en cada ronquido la exuberancia roncera, montado en una hamaca guajira que su hermano Alejandro le trajo de Maracaibo. El abordaje del nuevo lecho lo condujo por un sueño oceánico.

   El centinela del tiempo, apostado en la cúspide de la Catedral, marcaba las once y media de la noche, dos toques lo anunciaron, y el eco se dejaba oír hasta consumirse tal como la vela de un centavo que alumbraba al Corazón de Jesús en un rinconcito de la cocina. Las matas de mango, castaña y jobo ni se movían, los flecos de las hojas de plátano tremulaban para reflejar apariciones fantasmagóricas como un abanico de susto. Madre, sintió tocar la puerta, pero se quedó inmóvil esperando no fuera una jugarreta del delirio desvelado. Otra vez tres golpes cautos resonaron en sus oídos. Padre, mascullaba palabras incomprensibles entre dientes y lengua torpe. Madre se persignó invocando un escudo protector de lo desconocido, caminó descalza hasta la puerta y con sus labios a ras de la madera fría dejó surgir un: quién es. Soy yo Elba, Clemencia, qué hora es? le contestaron a través.

   Madre, envuelta de incertidumbre, secuestró un temor que le hizo engarruñar la piel, casi coronaba con el miedo. La voz detrás de la puerta le sonó quejumbrosa, provista de una zozobra que se derramaba encima de cada palabra. Madre, abrigó el aliento inflamado de pánico ante la inesperada presencia que no veía. Mujer, para qué quieres saber la hora? Elba es que me voy para el otro mundo. En ese instante los ojos se le aguaron a Madre, más sin embargo ripostó que se asomara a la esquina y viera el reloj de la Catedral. No escuchó nada más.

   El sueño se despidió dejando dicho que no volvería por el resto de la noche ni la madrugada. Madre tomó su rosario y cuenta a cuenta contó las horas interminables hasta que huyeron los murciélagos, el día estaba por aparecer. A las cinco de la mañana Rafaela tocó la puerta con los nudillos potentes que hasta Padre despertó. Madre, presurosa abrió una hoja y escucho el fatídico anuncio: Elba, Clemencia acaba de morir. Corrió Madre presurosa a despertar a Padre. Juancito párate que se murió Clemencia. ¡Carajo! yo creí haber escuchado su voz a media noche. Comenzaron a escucharse los primeros cohetes del 15 de agosto.


elblogdepey.blogspot.com


NOTA: QUEDA PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN PARCIAL O COMPLETA DE ESTE MATERIAL, SIN CONSENTIMIENTO DEL AUTOR.

0 comentarios:

Publicar un comentario