Juan José Prieto Lárez
El algodón
seduce. Quién no se ha dejado cautivar por esos copos blancos aflorados entre
verdes capullos, verlos perderse a lo lejos en praderas alfombradas de botones
blancos. A diario vemos cómo le rinden culto a la tersura del algodón en
incontables espacios publicitarios, allí comparan la sutileza de mejillas
infantiles y la piel delicada de una toalla algodonada, entre otros productos
para deleitar el tocamiento. Se inicia el cortejo adquisitivo. Las marcas son
incontables.
Antes de
terminar el año, fuimos convocados por un canal de televisión que trasmitiría
un desfile con las modelos más sensuales del catálogo mundial de la moda. Todas
lucieron el último grito en ropa interior para ellas. Todas las prendas
llevaban el cuño de Victoria‘s Secret. Sin temor a algún reclamo matrimonial
confieso que me sentí atraído por tan sugerente ropaje, diminuto, colorido,
alocado, realmente sensuales maniquíes con sus cuerpos de alambre.
Días
después, hurgando notas curiosas en medios internacionales, me atrajo una. Una
niña de trece años llamada Clarisse Kambire veía como despertaba el día en ese
lugar remoto de África Occidental. Un hombre alto, de piel oscura, forzudo
comenzó a azotarla para que trabajara en la primera recolección de esa
temporada. Ese hombre se convirtió en su pesadilla. La primera vez que trabajo
en el campo abrió más de quinientos surcos para preparar el terreno para la
siembra, también era azotada, esa vez lo hacía una mujer de nombre Kamboule.
La niña vive
a un costado del algodonal, en una choza con techo de plástico, duerme
acurrucada con tres hermanitos menores en una consumida colchoneta,
deshilachada y sin almohada, siempre su cabecita al ras del suelo, siempre
cerca de la tierra. Como si no existiera nada más encima.
Resulta que
allí hay programa denominado Burkina Faso, encargada de manejar el algodón
certificado, el mismo recolectado por Clarisse. Posteriormente por una
carretera estrecha e interminable carretera, cubierta de granzón, inmensos
camiones se llevan el producto del rendimiento humano, que más tarde partirá a
India y Sri Lanka donde se creó la afamada firma Victoria ‘s Secret. Es casi
seguro que quienes usan estas pantaletas y sostenes en las pasarelas de
Londres, París, Roma y otros importantes centros de la moda, y las damas que
desean llevar en su interior la finura del algodón ignoran las calamidades de
Clarisse Kambire, quien a costa de su vida hace posible lucirlas.
A estas
alturas hay algunas instituciones que se han rebelado ante el trabajo infantil,
sobre todo en estas plantaciones donde las mejillas de esta y otras niñas nunca
serán tomadas en cuenta para un comercial de televisión. Es bueno saber de
dónde y cómo nos vienen las cosas “buenas” de la industria transnacional
textil, y aquí nos apertrechamos de candorosos prototipos de la mujer moderna.
Aunque nada es contra ellas, deben conocer el origen de lo que llevan encima.
Ahora, gracias a la información global, podemos decir: dime qué vistes y te
diré de donde viene.
elblogdepey.blogspot.com
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