Futuro perdido
Juan
José Prieto Lárez
Entre padres es un
obligatorio ritual comparar el antes y después de nuestros hijos. Un rito que
cada día se repite con incesante ofuscamiento. En un ejercicio de enseñanza
tropezamos con el molde personal de nuestros padres. Fueron seres luminosos
infundiendo con su personalidad el respeto conciliable con el gesto simple para
una lección inolvidable. Uno sabía traducir la mudez con solo mirarlos a los
ojos. Una mueca determinaba la conducta a seguir en determinadas situaciones. Pronto
uno aprendía el lenguaje corporal para determinar la actuación. La ejecución
física era el extremo pero sirvió para no olvidar jamás el reparo al error
consumado.
Las heridas del hogar
eran otras, depositadas en una sociedad apocada en los detalles fastuosos, y
eso había de canalizarse bajo la reserva del respeto y la ética que si tenían
nuestros padres. Pobres pero honrados, a decir de los abuelos. Un lema que
pareciera lanzado al olvido de un puntapié que rompe los esquemas universales
de la humildad. El abrazo a los hijos se volvió impuro, ahora crecen sin la
moldura eficaz de la rectitud, se desvía el tronco hacia el lado oscuro, la
catástrofe se hace colectiva, se derrumba lo aprendido y el dominio cae en
manos de lo foráneo. Los padres se tornaron frágiles en el bosque que plantaron
con tanto esmero. Los muchachos de ahora, el futuro, han encausado la pérdida
de códigos magistrales para derivar en raíces incapaces de soportar el soplo
extraño que contiene la perdición de valores. Ahora el gesto no surte efecto,
dio paso al irrespeto por encima de la fiebre de la unión familiar. Ha surgido
el alimento corruptible por la violencia como elixir trasegando torbellinos que
devoran el resto que va quedando de aquella casta comedida.
Vampíricas propuestas
están dispuestas a corromper la doméstica erudición de trasmisión espiritual.
Las emboscadas calzan aureolas engañosas, espantosas, haciendo irrespirable está
contaminada existencia, ebria de golpes bajos, ternura desterrada donde hondea
la bandera del miedo por ver decapitada la justicia. Tanto cariño huérfano,
amontonados en un futuro náufrago, extraviado de la inmensidad del afecto.
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