domingo, 8 de marzo de 2015

EL VUELO DEL BÚHO - Mientras perdure la noche.

Mientras perdure la noche


Juan José Prieto Lárez*


Cuando se hizo el milagro de la luz eléctrica en Margarita, un respiro de consuelo recorrió el más humilde de los rincones. Una contentura colectiva que duraba pocas horas, mientras algunos quehaceres domésticos eran posibles gracias al dinamismo que viajaba por aquellos finos hilos, que parecían más bien venas en las paredes de bahareque enmudecidas en blanco de cal. Algunos postes sembrados en la tierra cobriza desplegaban desde su altura el halo amarillento que envolvía el tizne de las nuevas noches, las mismas calles con tunales en franca guardia contra cualquier intruso que quisiera tantear en patio ajeno.


Había tanto silencio en la Margarita de entonces que solo se escuchaba el gorgoreo de otoñales plantas que daban origen al resuello brillantino. En La Asunción, Basilio Hernández tenía el poderío de iluminar, de rociar con soberbio brillo la incauta oscuridad. La contemplación luminosa fue una tregua que pronto se amoldaría a noches y madrugadas angustiosas. Por aquellos días de penurias los cuentos de aparecidos invadía la paz interior, apretando el pánico contra las ganas de sueño. Azuzaba los sentidos, agitando el cuerpo en las protuberancias de las pesadillas, el zumbido del miedo, las llagas del muerto recién. Las horas eran un látigo inconforme, en el friso de los párpados, convertidos en testarudos carcelarios con espinas en los pies entumecidos.


Todo sucedía cuando el corazón de aquellos monstruos alimentados con gasoil dejaba de latir. La Asunción se convertía en una vasija desenterrada de siglos corroídos por almas en pena. Todo ruido era algo. Cada sombra alguien. La luna siempre lucía un rostro mancillado, como un trazo olvidado en un lienzo. Así se fueron fraguando cuentos como el del cura sin cabeza que salía en callejón de Franzo Aguilera con un cabodevela entre sus manos. La chinigua dominando su territorio desde el Otro del río hasta Cocheima. El guerrero gigantón que bajaba por Cantarrana en su caballo más grande aun arrastrando pesadas cadenas, decían que era el tirano Aguirre buscando matar, jamás dejó un rastro. En El Copey la llorona con su llanto desconsolado por su muchachito muerto. Pero el más original de los espantos fue el encapotao, que abandonaba su hogar para hundirse en la cama vecina hasta los primeros efluvios del alba. A pocos meses nacía un niño o niña sin conocerse su legal concepción. Los vientres sin marido eran comunes en tiempos de oscurana. Cuando la electricidad se hizo costumbre se acabó la sinvergüenzura, en conclusión, todo fue un invento para que nadie dejara sus casas y así la infidelidad daba rienda suelta a cuernos con amores clandestinos.




*Periodista
elblogdepey.blogspot.com

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