Cantares de
sangre y plomo
Juan
José Prieto Lárez*
Juanito poema y Juanita
cantares. Juntos fue la pasión viva de vivir la alegría aderezada con música y
cantares. Los dos juntos fueron el capítulo aventurero del corrío mexicano en
tiempos de la declaración revolucionaria. Fueron el extremo entre la simpleza
de la muerte y las profundidades dialécticas. Entre el compromiso de querer
patria y el sentir consecuente de la ideología. Ambos vivieron la audacia
rebelde de fundir versos y el plomo golpeando pechos. Teñir de rojo un tiempo
fatuo, y sobre el mismo rojo crecer la sed nueva al son de un pueblo distinto
con gentes de conciencia nueva. Juanito y Juanita desafiaron la mancha
desoladora que carcomía la vasta geografía del México indomable, pero aun así
espoleado por la traición de manos mordedoras asfixiando el brote libertario.
Ellos cantaban y recitaban y bailaban al son del pueblo concediendo versos
alentadores, pregonando el ladrido de la pólvora.
Cambiaban de aldea
según el curso de la caravana combatiente, con gotas de sudor anegando el
desierto íngrimo, convidando las serpientes a sumarse a la lluvia de la
conciliación por merodear el triunfo. Un bojote de pinches cosas era todo
cuanto poseían, eran fervientes enamorados de las causas justas por los más oprimidos. Eran así de
sucesivos en la práctica humanista, poéticos hasta en el roce social, el canto
poemario como bálsamo al dolor por la ausencia de todo cobijo.
Ellos, Juanito y
Juanita masificaron el discurso llano que dice mucho cuando todos callan. Se
atrevieron conferirle a la palabra
gargantas frescas levantándose como criaturas ecuestres con fuerza para devorar
el derrame de distancias para no sentirla prisionera, sino que más bien fuera
escuchada más allá de la serpentina que bordea y da forma a México en el mapa
extenso de las américas. Poco a poco la
mesura de la ganancia se fue haciendo visible en la radical revuelta campesina contra
Porfirio Díaz, quien va a elecciones en 1910, pero antes hace preso a Francisco
Macedo, candidato solidario con los humildes, quitándole así sus derechos
constitucionales.
La revolución mexicana
comenzó el 5 de octubre de 1910. Con el pregón del Plan de San Luis, Macedo
llama al pueblo a levantarse en armas y para el 20 de noviembre de ese año
declara nulas las elecciones presidenciales. Luego se suceden muchos hechos
arreglados debajo de mesas. Las voces de Emiliano Zapata y Francisco Villa
retumbaron junto a sus figuras fulgurantes para iniciar fecundas incursiones
contra la fealdad gubernamental de esos días de descompostura. Para llevar por
siempre el recuerdo de Juanito y Juanita surgió de la dureza de los cascos
duros y miras de fusiles este corrío revolucionario titulado “La rialera”, que
así dice:
“Yo soy la rialera y tengo mi Juan,
él es mi vida yo soy su querer,
cuando me dicen que ya se va el tren,
adiós mi rielera ya se va tu Juan…”
Ambos murieron
igualitos a la revolución, bajo el fuego que se hizo espejismo, borrada por la
misma arena del desierto inundada una vez con el sudor de las ganas y mirada de
suspenso.
*Periodista
elblogdepey.blogspot.com
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