Dolor
Juan José prieto Lárez *
De una carta enviada
por Anna Rostz a su hermana Viam se desprende el drama cuyo final estaba
llegar. Fechada cinco años atrás, aquellas letras aun le hace temblar las manos
y tiritar de soledad, su cuerpo es una torre que se derrumba. Solo el ánimo de
erigirse con el paso del tiempo es el consuelo más íntimo.
Esa primavera
desentrañaba una floresta atetada por recuerdos de infancia Viam y su hermana
Anna reconocían cada árbol tan solo tocarlos con los ojos escondidos detrás de
una túnica violeta, color preferido de ambas. Se divertían convocando las aves
de alas nuevas a comer en sus manos, recogían
el musgo húmedo para abrigar el tallo quebradizo de las pequeñas plantas
con ansias de hacerse fuertes para las estaciones duras. Con sus pies desnudos
propiciaban bailes alegres escenificando torneos del espíritu, dejándose llevar
por las lentas huellas que va dejando el astro. Cuando fueron adultas para
decidir su destino Anna después de un abrazo infinito a hermana Viam, se marchó
a Budapest. Fue un invierno en aquel pueblito francés, cuando el huerto se
volvió silencioso, lucía un dolorido blanco, el crujido del llanto de Viam
impregnó de húmedo halo el cristal revelador del hastío invernal. Sin ira
retornó al llanto infantil tapizando sus ojos azules con una lenta cascada de
rocío convertida en río abrumando su mejilla.
Pasaron muchas
estaciones, las dos con el ruido del desierto en sus almas. Las dos con
acuarelas de recuerdos, con inventos de vivir cada minuto fundidas en las
claridades del verano, único beso adormilado en la cándida piel de las dos.
Viam entregó su tiempo cuidando remolinos cotidianos, descubriendo definiciones
de su vida sola. Anna reconstruía los momentos vencidos para ganarle al olvido.
Acariciaba las horas desde las grutas del anhelo, invadiendo desvelos con
desvaríos embravecidos. Algo se la comía por dentro.
Fue un otoño, cuando se
pueblan los suelos de hojas desahuciadas, cuando los parques, huertos, bosques
y jardines sufren la cautela del abismo. Llega una carta con el dolor en cada
letra escrita con lágrimas. La lectura de Viam era entrecortada, hacía una y
otras pausas para llorar. Anna sufría una enfermedad terminal, tanto así que no
habría tiempo para encontrarse. El final de la epístola decía: pero estaré
bien, siempre a tu lado.
*Periodista
elblogdepey.blogspot.com
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