domingo, 15 de marzo de 2015

EL VUELO DEL BÚHO - Margariteños de Felito.

Margariteños de Felito



Juan José Prieto Lárez


A dos años de su partida aún queda el vacío. Y quién sabe por cuantos años más. Hace dos años Felito quiso despedirse para estar siempre a nuestro lado, con más ahínco, con más verbo. Con su poesía abriendo surcos en la mar que era lo primero que sus ojos miraban al despuntar por entre el costillar de los botes la figura de la luz, atraída por el espejo marino deslumbrante. Debo gratitud a su palabra de amigo, maestro más bien, floreciendo como espiga en el encuentro de la palabra con los sueños ascendentes explorando el bautizo de los tiempos.


Fui afortunado por descubrir a Felito. Por tenerlo cerca, unidos en la poesía, en los cuentos, en la jodedera, en conocer nuestra talla de margariteño. En saber también de los miserables de espíritu tendidos en el fango del egoísmo construyendo propelías. Pero su facha de hombre sabio contagió al ilustrar que hay un sentimiento más hermoso rebosando los fondos retorcidos de la saña que se desvive en descalificar, ese es el mundo de los mediocres. Felito, con su clima de paz, su regazo de padre, con su alegría de pastor supo amansar la furia haciéndola vulgar bagazo.


Nos dejó todo su pensamiento, lecciones, y no angustia de la nada. Nos dijo como andar las leguas de caminos desviando los acantilados de la impostura. Supo decirnos de la aventura, de escribir que viene siendo la memoria. La ribera de una historia excelsa de heroísmo, no el atajo revulsivo de gritos y antorchas de lágrimas. Felito también conoció los monstruos apertrechados de malicia, él con su ingenio, miraba por las tardes el ocaso de costumbre y escribía incansable de nuestros héroes, su dignidad y el curtido abrigo que tanto salvó a la Patria.


Felito ya no está. Nuestro mayor homenaje a su testarudo empeño por enseñarnos es seguir siendo impetuosos con la palabra buena, como candela, osada como el vientre de la playa que vierte en su marea el despacho encandilado de profundo arraigo, como si fuera la firma de Dios sobre nosotros, los margariteños encantados por esta tierra.





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