El club de las chingadas
Juan
José Prieto Lárez *
Primero fue un montón
de muertos apilados, maniatados y la gracia de un tiro en la cabeza, sin chance siquiera a un último pensamiento. Los
puentes fueron convertidos en patíbulo, donde los cuerpos parecen flotar con el
cuello quebradizo, y el grito ahogado por un mecate ajustado a la garganta. Son
sombras solitarias con la muerte haciéndoles estremecer los pies descalzos. Al
clarear son una fisura como lenguaje de advertencia.
Más tarde parecieron
furgonetas como habitaciones de latón, herméticas, en rincones inhóspitos de
vecindades aliadas a la indiferencia. Días después, por algún delgado flanco se
escapa la fetidez de los muertos, literalmente arrumados. Cada uno con la
resignación de otro encima. Así se percibe el final de los desaparecidos. En
suelo mexicano pisar en falso es ir a parar a una fosa común, los cuerpos
llevan años esperando el milagro casual del hallazgo y recibir el responso como
Dios manda. Inexplicable ha sido para el gobierno de Peña Nieto dar respuesta a
los padres de los 43 normalistas de
Ayotzinapa, que un día se esfumaron sin magia y nada de arte, sino por complicidad
de la autoridad con el crimen organizado. Las marchas insisten en su aparición,
mientras el gobierno declara el caso cerrado.
El mejor vocablo para
definir la situación es la chingada desgracia, signada en cada mexicano sin
importar su modo de vida. La muerte interpela cada ciudadano y súbitamente
llega la sed de sangre. El miedo vaga en la mirada que no mira para no ser
apuntada de morir solo por existir en el territorio equivocado. Rogelio Contreras
músico del grupo Los Kumbiamberos fue secuestrado en plena actuación y media hora
después fue asesinado. Como acto premonitorio se encontraba en el bar La
eternidad en Monterrey, tenía veinte años. Pareciera que morir tan
violentamente es una buena costumbre en ese país. Una sociedad quebrantable,
dinamitada por la corrupción, fracasada en la conjunción de valores humanos
donde la sonrisa socarrona de los líderes políticos se vuelve insolente ante el
dolor que azota como un desastre siniestro sembrado por sus cuatro costados.
No hay un modo que
agite la conciencia colectiva, que no sea la muerte. Lo intrincado del vicio
gubernamental hace incapaz cualquier forma de gobierno, expuesto a las mejores
intenciones de cambio en las estructuras sociales. Todo parece estar podrido,
sin manera posible de castración al germen delictual. Visto de afuera, México muere
lentamente, el mexicano de a pie, el que luminosamente Benito Juárez pronunció
como hombre libre, con manos amigas para los amigos. Pero ahí está de chingada
en chingada, sobreviviendo.
*Periodista
elblogdepey.blogspot.com
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