Escape al infierno
Juan
José Prieto Lárez
El domingo 10 de agosto
del año pasado fue declarado un cese al fuego entre Palestina e Israel. Las
fuerzas monstruosas israelíes silenciaron su incesante bostezo desolador. Ahora
solo se escudaban llantos rebotando por entre un mapa de escombros que iba
delimitando la tierra palestina. Gaza, derruida, con un atroz velo gris
cubriendo su cielo y su suelo. Un hedor a carne insepulta envolvía el respiro
de alivio, aunque por pocas horas, para escarbar hasta encontrar restos de
cuerpos irreconocibles. Es el horror del infierno.
A propósito de este
hipócrita alto a tanto crimen liderado desde la tierra prometida, en Gaza la
esperanza se inquietaba por levantarse aun con los ardores de la rozadura del
fuego incrustado en las paredes de las viviendas. A través de las troneras se
podía absorber una luz opaca por la humareda, mientras el viento trataba de
espantarla llevándose páginas dolientes, recuerdos sufridos.
El lunes Ayman Qandil
busca convencer a su padre para que lo lleve a la universidad, padre buscó
respirar profundo pero le fue imposible porque el polvo entraba sin vacilar
hasta los pulmones. Toda la casa era una réplica de la destrucción conmocionada
de toda la franja. El dolor estaba apilado en demolidos retratos del resto de
la familia. Era un concierto mudo de ausencia acechando a los únicos
sobrevivientes. Una tos seca precipitó la decisión de llevarlo, la duda rondaba
su instinto por vivir.
Finalmente, accediendo
al llamado esperanzador de Ayman embarcaron en el viejo cacharro, una versión
sin talante alguno de aquella Rusia de antes de la guerra fría, pero con
ingeniosos remiendos mecánicos no se resistía a seguir rodando.
Los escombros ocupaban
las calles, los vericuetos eran la vía expedita para alcanzar el destino de
aquel viaje temerario. Todo patrimonio de vida lleva a su lado la muerte como
una sombra queriendo emular un holocausto penitente de lamentos con infinitas
heridas lamidas de pólvora. Pero la gracia guerrera asustada por siglos en la
bitácora de la supervivencia les permitía desenfundar el espíritu noble de
historial glorioso para seguir avanzando, a pesar de ser los elegidos. Los
elegidos a morir.
Bordearon la ciudad
entre escaramuzas y rápidas evasiones. A metros de alcanzar la entrada un
convoy de soldados irrumpen a su paso, uno de ellos baja del vehículo y sin
esgrimir palabras disparó a la cabeza de padre. A Ayman le salpicó la sangre en
el rostro. Juró que jamás lloraría, que ese tiempo le serviría para vengar a su
padre. Por algún lado de la franja acecha a los verdugos de su padre y su
pueblo.
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