Jim de jungla
asuntina
Juan
José Prieto Lárez
Sus andanzas de
muchacho son famosas en La Asunción, Ismael se llamó, vivió hasta ya un hombre
en el Otro lado del río. Las carreras de caballos fueron su pasión y modo de
vida. Virtuoso de las modalidades de entonces en materia hípica y todos los
jugadores pendientes de las dupletas. Él en sí era un portentoso referente
lúdico.
Otro escenario para
demostrar habilidades de hombre de río, era la de sacar camarones arrastrados
por fuertes lluvias desde la montaña. Montaba una cacería descomunal que
consistía en una larga vara de caña brava filosa para ensartar de un envión el
suculento bocados de agua dulce. Subía como nadie en las matas de coco o de
mango que tanto abundan a orillas del río. Sus hazañas fueron demostración de
permanente oralidad en las reuniones de quienes estudiaban en Caracas, los
escuchas querían conocer algún día a Jim, el rey de la jungla asuntina.
Dejando la adolescencia
era buscado afanosamente para que resolviera el sancocho del día con una
picatierra (gallina) y claro está la verdura que por lo general hurgaba en
sembradíos de Cocheima, más criollo imposible. Lo espirituoso corría por cuenta
del resto de los comensales. Con participación de veinticuatro horas antes le
era posible aplicar la técnica del azufre, consistente en quemar a altas horas
de la noche debajo de la mata donde pernoctaban las gallináceas, el polvillo de
azufrado para que estas gotearan víctimas de un sueño irremediable, así las
reservaba para el día siguiente.
Pero Jim fue mejorando la técnica a tal punto de complacer la exigencia
del solicitante. En cierta ocasión grupo de muchachos caraqueños vinieron a La
Asunción y fueron conducido a los predios de Jim quien era seguro estaba en
alguna tarea de extracción agrícola. Los novatos exploradores miraban a las
copas de los árboles creyéndolo un tarzán de guayuco y todo, en eso apareció el
personaje y fue presentado. De seguidas le manifestaron que estaban deseosos de
un sancocho y necesitarían unas
gallinas. A lo que Jim interrogó: las quieren muertas o desmayadas. La
carcajada no se hizo esperar, ripostando que les explicara cómo era eso y Jim
les respondió:
-Para matarlas utilizo
estas pichas (metras) y para desmayarlas utilizo limones pequeños.
Quedaron pasmados por tanta sabiduría. Desde
ese día fue bautizado como Jimgallina.
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