domingo, 25 de enero de 2015

EL VUELO DEL BÚHO - El gesto inconcebible.

El gesto inconcebible

Juan José Prieto Lárez


Con apenas quince años Alejo Negrón fue un contacto infalible entre los barbudos de Sierra Maestra y anónimos revolucionarios habaneros, que a oscuras preparaban el triunfo de la revolución. Alejo iba y venía, de un lado a otro del malecón escuchando lo que algunos batisteros proclamaban del dictador. Los acechos militares a los insurgentes, el florecimiento de negocios turbios entre mafiosos criollos y gringos con importantes inversiones en juegos y otras perversiones.


Cuando Fidel y el puñado de compañeros entraron a La Habana en el cincuenta y nueve, Alejo cumplía los diecisiete. La euforia juvenil y el sentirse partícipe de la liberación dictatorial le hacía presumir de subversivo, aunque lampiño y sin haber pisado la sierra el afectivo saludo camarada lo enorgullecía. Pronto le fue reconocido su gesto de compatriota y héroe anónimo recóndito. En la tarima donde Fidel habló al pueblo cubano en donde ahora es la Plaza de la Revolución, allí estaba Alejo, sudando a cántaros, a su lado Camilo Cienfuegos. Luego de los avatares primerizos de acomodamiento revolucionario estuvo por primera vez frente al comandante Fidel Castro, mirándole a los ojos tras los lentes de pasta negros. Un apretón de manos y luego un abrazo fueron el marco al grito escuchado por primera vez: ¡Patria o muerte venceremos!


Para su primer empleo fue ubicado en la oficina contable del Banco Central. El primer día de labores conoció a Ernesto Guevara, el Ché, ahora regiría de la economía cubana. Era un trabajo arduo, duro por recomponer las precarias finanzas de un país saqueado por los llamados gusanos que prefirieron mudarse noventa millas más allá. Cuando el Che decide marcharse a Bolivia, donde muere, comienzan a moverse piezas en el banco. Ahora Alejo tendría un nuevo jefe. Para su sorpresa era un tipo cuarentón que no levantaba la mirada más arriba del piso, como si la pena le pesara en los párpados. Al verlo lo recordó, era de los que se la pasaba en el malecón haciendo planes injuriosos para seguir pisoteando al pueblo. A partir de ese momento comenzó un periplo por muchas dependencias hasta que finalmente decide buscar otros derroteros, pero en Cuba, su tierra, el país que amaba.


No en pocas ocasiones se encontró con similares situaciones donde personajes sin conducta y moral revolucionarias ocupaban relevantes cargos, ofuscando a quienes si sabían lo es un compromiso ideológico y político. Un buen día quiso echarse a la libre. Otro buen día también decidió arrimarse a las noventa millas que llevaron otros. Murió hace unos meses repitiendo que la decepción fue la balsa que lo llevó a morir lejos de Fidel.




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