Crisis calibre
22
Juan
José Prieto Lárez
El disparo de una
pistola calibre 22 ha estallado en el parietal derecho del fiscal Alberto
Nisman y el corazón institucional de la Argentina. Cómo pensar que escasos
milímetros de plomo pudieran hacer tanto daño. Desde el pasado 18 de enero los
cimientos del gobierno liderado por Cristina Fernández de Kirchner se tambalean
como un castillo de naipes. Lo cierto hasta ahora es que el atentado a la
Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994, sigue cobrando víctimas.
Alberto Nisman debía presentar una denuncia ante el Congreso de la
participación de la Presidenta Cristina en una suerte de encubrimiento a los
iraníes que participaron en el atentado terrorista más sangriento de ese país.
Designado como fiscal
especial para investigar el caso Amia por el fallecido Nestor Kirchner, Nisman
se dedicó por entero a palpar una trama llena de conspiraciones, complicidades,
muertes, misterios, muchos intocables. Luego de diez años de arduo ofrecimiento,
el Fiscal llega a un triste final, a sabiendas de que su vida también pudiera
correr la misma suerte. Su valentía lo empuja a intentar contener un inmenso
muro institucional que se le vendría encima tarde o temprano. Estaba en la mira
de una silenciosa confabulación, que ha decir de entendidos analistas, jamás se
sabrá por el peligro que acarrea abrir la boca en una sórdida jaula plagada de
víboras. Nisman llevó sobre sus hombros el entierro de una democracia de apenas
treinta años. Estaba asomado a la agonía de una libertad donde los tambores de
la guerra solo aquietaron los cueros, que al parecer vuelven a sonar con más
estruendo ante el bramido de justicia en una Plaza de Mayo confundida bajo el
arcano de la indefensión.
Bien, Alberto Nisman ya
no está para contarlo, su grito ha sido sepultado dejando una helada estela de
interrogantes con visos de una gigantesca sed de respuestas por parte de
quienes ostentan el poder, quienes son repudiados en cada plaza y en la arteria
más larga y transitada: la Avenida de Mayo. El rescate a lo dicho por Nisman
cuatro días antes de aparecer muerto ha pasado a otras manos para proseguir
curso, y la primera instantánea ha sido la imputación de la Presidenta y los
más allegados a su toma de decisiones. Arden los bordes de Casa Rosada y muchas
manos se estrujan arrugando el sudario de una derrota moral ante la insepulta
indignación de quienes dudan la inesperada partida de quien deja un país roto,
entre el antes y el después de un suicidio afilado persiguiendo sombras ocultas
en el ocaso precoz del kirchnerismo de Cristina.
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