domingo, 26 de abril de 2015

LA LENGUA DESNUDA - Las aguas del olvido.

Las aguas del olvido


Juan José Prieto Lárez*


Parecieran ser nubes con las que duerme el cielo. Pero no, el cielo está más arriba, azul. Lo que vemos son sombras de pólvora que sentencia a los hijos de África buscando cómo alzar vuelo entre cuerpos destrozados, los cuerpos de su propia gente, de rojo se tiñe el suelo. A tientas se mueven en los días más oscuros que antes, cuando el sol ardía, plácido, en sus lomos y corrían libres por la llanura, con rastros desnudos remontando arco iris, cuando en las noches se veía la luna.


Ya no es lo mismo, ahora sus oídos son sordos por el trueno de las metrallas, delirantes, impacientes por dibujar agüeros en el corazón. Ahora huyen al mar donde les espera la promesa, y miran la raya aquella que se acuesta inmóvil, que guarda lo incierto. Una incierta fuga los mueve a desafiar el sobresalto de las olas. Huyen vestidos de ilusión color ceniza, sin vino y sin pan, solo llevan amarrado al cinto el querer vivir. Sin escuchar baladas, ni entonar canciones, solo oyen el chapotear del agua contra el costillar de madera afligida de un bote sostenido por el rezo en silencio. No caben en él, son más los que sueñan lo mismo, por eso juntos, parece la misericordia clamada por la vastedad del mediterráneo, un mar con la cortadura inocente de no saber que ellos huyen.


Pasan soles y lunas criando desesperación. La última gota de leche se acabó y murió el niño en los brazos de su madre, con el rostro lustroso por la lluvia de sus ojos, un dolor en el pecho la atraganta, y qué gritar con tanta confusión. Lo envuelve y se lo entrega a las profundidades a jugar en las arenas sosegadas de la eternidad. Otros hijos igualmente condenados, con dientecitos de leche floreciendo duermen con un cuento de caballitos de mar, sin saber qué les depara la siguiente página del destino. Todo se vuelve extravío porque el hambre llega con la suerte alzada en la desdicha, con la mudez asolando las fuerzas, mientras la quebradiza barcaza va dando paso a la desventura como una costumbre escrita en la piel.


Pasa lo inevitable. Los cuerpos flotan en un cielo brioso y salado, aunque no hayan balas hay un agónico final, sus entrañas se ahogan sin alcanzar una orilla de aquella línea que los llamó, ni regresar a la que dejaron atrás. Ya no importan sus cuerpos especulados por cuanto tenían. La vida se les llenó de agua sin tiempo para florecer. Quienes perduran seguirán dibujando a un costado de la encrucijada por donde afianzar refugio, sin el temor a la lava que llevan las armas por dentro. Cuántos adioses aferrados al esplendor de una tierra nueva, sin aullidos de muerte, con solo la victoria de estar vivos.





*Periodista
elblogdepey.blogspot.com
@juancho_pey

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