domingo, 12 de abril de 2015

EL VUELO DEL BÚHO - Apropósito de su adiós.

Apropósito de su adiós


 La contentura de Gustavo con las Guarichas de Punda el 15 de agosto de 2014.
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”



Juan José Prieto Lárez


Llegué un viernes en la madrugada a Ciudad Bolívar, hace treinta años. La intención era visitar a mi hermano José Grabiel, quien desde hace rato vive por esos lares y echó raíces formando su bonita familia. Cansón el viaje. Pero como suele suceder uno sale a respirar aires nuevos, mirar nuevas caras, conocer sitios. La tarde del viernes fui a conocer el Paseo Orinoco, una orilla del Orinoco hermoseada donde se acude para relajarse mirando la inmensidad de nuestro río emblemático.


Cayendo la tarde, entre la multitud que va desalojando el arbolado bulevar distingo una figura conocida por su modo de andar, ese es Gustavo Núñez, me dije. Apuré el paso hasta lograr tocarlo por el hombre antes que se adentrara sobre el asfalto hasta alcanzar la otra acera. Muchacho! Qué haces tú porai? Conversamos unos minutos hasta despedirnos, no sin antes invitarme para el domingo a dar una vuelta por esos parajes históricos, así lo acordamos. Ese domingo cerca de las diez de la mañana Gustavo pasó buscándome, y nos largamos.


Como lo dicta la costumbre asuntina, pero me imagino que es normal en todo paisano, comenzamos a hablar de la gente de La Asunción, este, aquel, aquella, esa, siempre Gustavo con sus divertidos comentarios, sus cuentos de muchacho en El Mamey, su paso por el hospital de la localidad. Así fuimos haciendo un recorrido rápido, porque la intención era la de irnos al otro lado del río, a Soledad, a tomarnos unas cervezas en un balneario en una vertiente que alimenta al gran afluente. Cuando íbamos por la mitad del Puente angostura me dijo bájate rápido para que sientas la fuerza del río. No lo creía. Pero lo hice. Abrí la puerta del carro y me paré en medio de esa mole y confieso que de verdad es una experiencia inolvidable: aquel piso tejido de acero temblaba bajo mis pies y un ruido descomunal parecía el ronquido abrupto de un gigante dormido. Me asustó la vaina, y le grité, arranca que esto se puedo caer.


El resto de la tarde fue reírnos de mi cara sorprendida. Así era Gustavo afable, siempre con el humor en sus recetas médicas, reír en altas dosis era la indicación que tenía a mano para cualquiera que se le acercara por alguna dolencia. Esa sonrisa nos la dejó estos días cuando nos dijo adiós.






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@juancho_pey


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