¡Oh! Lorca
Juan
José Prieto Lárez*
En un patio de Fuente
Vaqueros, en Granada muriendo el siglo XIX nace Federico García Lorca, quien se
hizo grande y testarudo, perteneciendo a la generación del 27, sello sagrado de
hombres dedicados al espíritu, como luciérnagas en medio de la oscura España,
con la turbulencia de un ofuscado panorama político. Lorca sería simplemente
Federico, el los versos con símbolos de vida y muerte: la espiga, el agua, la
sangre, el caballo, el toro, los metales, las hierbas.
Amó hasta su fin la
palabra, hecha luminosa desde sus manos flotando en el papel, como una lucha
fermentando junto a un desfile de ideas en las esquinas inertes, muertas de sed
a libertad. Federico fue Lorca, quien liberó sus sentimientos oprimidos amando
al hombre en una confesión dedicada en cada letra que desbordaba su angustia de
ser extrañado por su desvío descubierto muy temprano. Seguirá siendo Federico
García Lorca, aun escondido su cuerpo bajo el manto rojo de la sangre descendida
de su cuerpo agujereado por un pelotón franquista de ocho, o quince hombres más
una madrugada fría. Empujado de su casa con apenas su piyama hasta el pie de un
olivo, único testigo que sintió su vértigo al caer enrojecido. Corrían los
dieciocho días primeros de agosto de 1936.
“El más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza
perdida”, dijo una vez.
El ejército franquista
cumplió el cometido de hacerlo invisible para siempre en una fosa, con otros,
que al igual que él querían otra España que los amantara, y no la del terror de
la guerra civil donde todos eran menos que nada. Sabían a quién habían matado y
sabían el nombre de sus asesinos, pero éstos no figuran en las papeletas de
defunción, demasiados son los cómplices, solo la del poeta muerto a balazos por
ser poeta. “Poesía es la unión de dos
palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como
un misterio”.
Cito uno de sus extraordinarios poemas:
Si mis poemas
“Si mis poemas todos se perdiesen
la pequeña verdad que en ellos
brilla
permanecería igual en una piedra
gris
junto al agua o en una verde yerba.
Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin
fin
limpios de toda escoria, y la
eterna poesía
volvería bramando, otra vez con las
albas”.
*Periodista
elblogdepey.blogspot.com
@juancho_pey
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