A madera de
recuerdo
Juan
José Prieto Lárez
En la celebrada
Universidad Central de Venezuela de los 80, el debate nacional vivía una
compleja tirantez política deviniendo en enfrentamientos entre la izquierda
estudiantil y la derecha represora. Por esos días aciagos las clases sufrían un
alto, los semestres desaceleraban su programación y se descomponía el proceso.
La Escuela de Comunicación
Social sigue ubicada unos cincuenta metros a la izquierda del arco que
identifica la entrada a la universidad por Plaza Venezuela, al frente tres
canchas de tenis reúnen a quienes buscan deshacerse del estrés. El pequeño
edificio de tres plantas sirvió, en los años sesenta, de residencias
estudiantiles, ahora acogen, además de los de periodismo, a los alumnos de
Nutrición, Trabajo Social y Sociología. Son tres pisos de historias
universitarias que uno escucha de boca de profesores y empleados a punto de
jubilarse.
Esta me la contó el
poeta y profesor y más amigo Argenis Daza, en el cafetín AVP, siglas de la
Asociación Venezolana de Periodistas, hoy extinta, pero así se sigue llamando.
Fue una tarde cualquiera a eso de las cuatro de la tarde antes de comenzar la
faena a partir de las cinco hasta las diez de la noche: Florencio Arteaga y
Anabel Lozada fueron emboscados el lunes 01 de noviembre de 1969. El domingo 31
de octubre la guardia Nacional de Rafael Caldera obedecía la orden del
mandatario de allanar la UCV.
Con el amorío primerizo
y como todos los días bajaban de Pintosalinas a las primeras horas de la mañana
a desayunar en el comedor universitario, luego se separaban, ella a economía él
a ingeniería. Una estela neblinosa cubría el Jardín Botánico y gran extensión
de la Ciudad Universitaria. Hacía frío, ese frío que anuncia la inminente
llegada decembrina. Todo parecía en calma entre el rocío y la temprana soledad.
El calorcito de sus manos entrejuntas fue secuestrado por el asalto de un grupo
de soldados colocando fusiles en sus cabezas. A empujones los hicieron entrar
hacia el pulmón vegetal, acribillados sus cuerpos, subidos a un jip y lanzados
al Guaire, que pareciera que fueron otros los asesinos, pero siempre hay ojos
amigos encaramados a los árboles cantando la zona.
Un día que tuve clases
con el poeta Daza, me señaló un pupitre enfrente de él, tenía un corazón
tallado a escondidas con la hojilla de un sacapuntas, y dos nombre a su lado
Florencio y Anabel. Y me dijo el poeta, este pupitre lo rescató un amigo de
ingeniería y me lo regaló, aquí lo dejaré como un homenaje de esta casa que
vence las sombras a dos sus hijos.
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