Escalofrío
Juan
José Prieto Lárez
El escalofrío, dicho
así, a secas, es parte de la cotidianidad. Lo sentimos, lo aclamamos, nos
abruma, nos eriza. Es una consecuencia emotiva que de vez en cuando se
convierte en torbellino de incertidumbre. Son incontables las veces que
sentimos un manto frío congelándonos por dentro, aunque por fuera haga un calor
insoportable, es el avistamiento de que algo anda mal: tanto en lo físico como
en lo etéreo.
La creencia popular aduce
que la visita de una ráfaga repentina de gélida excusa, es una señal inequívoca
de que la muerte ronda muy cerca. Se hace inminente la señal de la Cruz,
porsia. El miedo conspira contra la tranquilidad. Cuando se constata la
desaparición súbita de alguien cercano estalla el dictado de la fortuna por no
ser el escogido, al menos esta vez, una profunda inhalación se vuelve alivio.
Cuando vamos al médico
por una persistente dolencia nos crece una actitud de indefensión por acoso de
temblores con réplicas constantes. Los primeros exámenes desatan una arritmia
corporal, una innovadora relación con lo desconocido trastoca el termostato del
corpus, y el pánico aparece con una fortaleza de un frío injurioso. El capítulo
se prolonga por unos días más, y la boca del estómago pareciera convertirse en
el estrecho de Bering con sus velas blancas congeladas navegando lentamente,
mientras la lectura de los resultados es todo un ceremonial, más bien un
exorcismo, donde acuden todos los santos posibles. Unos pacientes salen
airosos, otros perduran en el asombro.
La guerra fría fue llamada de ese modo por
mantener en un escándalo oculto, una suerte de zozobra apuntalada por las
potencias mundiales, ha sido la guerra más estresante de la humanidad. El fino
hilo de una realidad en vilo era la apuesta de la cordura sobre lo irracional,
tanto que hizo posible un muro en Berlín, convirtiendo un territorio en dos
icebergs que después de veinticinco años se unieron luego de derribar la penosa
división. Un escalofrío recorrió las dos alemanias, hoy tan solo queda el rezago
del vértigo.
Pero el mundo actual se
debate entre una atención secuestrada, no por un muro, sino por kilómetros de
paredes altas y millas y millas de alambres de púas. El mundo está convulso. Hay
un escalofrío perenne porque el peligro anda más veloz que una paz posible. La
descomposición social traducida a nuevos modelos de delincuencia y fanatismo
religioso nos tienen despabilados: el medio oriente, México y otras tantas
regiones del globo esperan del futuro una oportunidad. El escalofrío sigue
anunciando signos pandémicos como una nueva forma de suscribir el terror muy,
muy cerca de todos.
elblogdepey.blogspot.com
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