Fachada de siglos bajo la sombre de la fe.

Autor: Juan José Prieto Larez

El tiempo camina el rostro de los asuntinos.

Autor: Juan José Prieto Lárez

Espacio de los misterios.

Autor: Juan José Prieto Lárez

La promesa.

Autor: Juan José Prieto Lárez.

Toño, de museo.

Autor: Juan José Prieto Lárez

miércoles, 26 de noviembre de 2014

De mi puño y letra - Juan José Prieto Lárez

De mi puño y letra


Totoño
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”


El entusiasmo tiene a veces matices de riesgo. Porque en una mayoría considerable de oportunidades hay quienes  buscan raptarlo y convertirlo en un episodio marginado, una lectura empírica a tal condición humana la describe como vulgar egoísmo. Hoy estamos de fiesta los asuntinos, y es justo un presente que nos concierna tal celebración, aunque premeditado con cierto tiempo de antelación. Se trata de esta muestra fotográfica donde los que habitamos la Ciudad descubrimos en imágenes nuestra idiosincrasia y cotidianidad, vistos por una cámara en el preciso instante de un click. Algunos sonrieron al mirar que los miraba el artefacto, otros no saben que su rostro está hoy aquí, solo se enteraron el último minuto. A todos dedico como muestra de afecto. No están todos cuánto quisiera, pero seguro estoy que vendrán otras oportunidades.


Así mismo quiero exaltar a quienes al partido al infinito. A sus familiares mi respeto y agradecido por acompañarnos hoy. Con este trabajo busco reunir rostros de mi ciudad, de la gente que miré, miro y me miraron pasar en este escenario que es perfecto para recrear una memoria que no existía, ahora se sabe que ando en esto de retratar. Creo estar cumpliendo como periodista, con mi ciudad y los asuntinos. Ojalá la fotografía, poesía y otras tantas letras dedicadas a ella, de mi autoría, puedan ser compiladas junto a otros autores que aman esta Ciudad tanto como yo.


Debo significar palabras de gratitud al ingeniero Rafael Tovar y al Centro Médico La Fe por auspiciar esta faena cultural, poniendo de manifiesto su especial afecto por La Asunción. Agradezco igualmente a mis amigos Tomás Cazorla, Francisco Quijada, Frank Tabasca, Luis Patiño y José Ibrahim Gutiérrez por animarse y animarme para que nos encontráramos hoy, un día tan especial para los que habitamos la Ciudad.


Un abrazo.

Juan José Prieto Lárez
La Asunción, noviembre 2014




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La Asunción quiso ser y fue más - Frank Omar Tabasca

La Asunción quiso ser y fue más


 Angelita Salazar
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”


Cuando se vive o se atraviesa La Asunción, se siente un agradable olor a historia, noticias, quejas, comentarios, rumores y otros desmanes que se transforman en tertulias a veces interminables. En sus calles, bulevares y plazas, se hace cultura al andar, porque el cultivo del espíritu es el compartir con los amigos en una ciudad donde todos se conocen, no hay asuntino que no pase el día sin salud-dar a más de cien personas.


La Asunción es un libro donde sus hojas se van entrelazando entre la claridad del día y sus noches ávidas de versos mundanos que no se cansan de nacer y morir en un vaivén inmortal. Sus vivencias son un poemario a cielo abierto, donde los asuntinos y asuntinas son poetas que le dan música al silencio, escriben en el papel de luz sus alegrías tristes y sus tristes alegrías que se entretejen entre el verde follaje, y cantar cantarín de los pájaros, aullidos, el travesar de sus quebradas y riachuelos, el tráfico y en el intermedio una masa infantil de alegría escolar.


Esta exposición fotográfica que nos da a conocer hoy 27 de noviembre, nuestro amigo Pey, día cuando nuestra querida Asunción cumple 414 años desde que se le otorgará el título de ciudad. Muestra el alma de una ciudad hecha imagen, a través de sus personajes, sus amantes plasmados en su sencillez, su espontaneidad, sus trocitos de felicidad, de angustia, melancolías y su espiritualidad capturados con una cámara meditativa que salió a su encuentro para reencontrarlos hasta siempre. Nuestro amigo conoce muy bien la ciudad y a quienes la habitan, he allí el valor espiritual de estas gráficas.


La Asunción, una ciudad que quiso ser y ha dejado de ser, para ser más.

  
Poema dedicado a La Asunción, ciudad histórica en su cumpleaños:


Sombras
La ciudad es luz, ventisca, sol y penumbra.
Recuerdos que se cuelan por rendijas
de viejas puertas, ventanas y esquinas eternizadas.
Un río que retorna a sus días de alborada gloria,
tibias sus aguas que fluyen entre poemas,
valses, coplas y una copa llena de Semana Santa.
Al finito la noche, evoca sonidos que moran en sombras
esperando su llamada.



                                                                         Frank Omar Tabasca
La Asunción, noviembre 2014




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domingo, 16 de noviembre de 2014

Érase una vez la luz en la oscuridad.

Érase una vez la luz en la oscuridad.


Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”



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Tomás Cazorla.

Tomás Cazorla creyendo que su ombligo también es arte.


Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”



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Toño y su conversa con el maestro Francisco Narváez.

Toño y su conversa con el maestro Francisco Narváez.

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”



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El Vuelo del Búho - Despiertos.

Despiertos
                                                                                                                   
Juan José Prieto Lárez


Un estallido rompió la madrugada, traspasó el silencio, nos mató el sueño.
  

Fue premonitorio de lo que posteriormente se le vino encima a la ciudad. Ahora todas las madrugadas son violadas con ataques incesantes a su reposo, antes, invencible. Ahora la ciudad duerme atacada, despierta atacada. El silencio ya no se escucha como antes, como un laberinto perpetuo, sin fin, donde nada era nunca. Hace mucho tiempo nuestras vidas cambiaron para siempre, un siempre llevado a rastras con un enorme dolor en el ser que fuimos una vez, que ahora pasará mucho tiempo para vuelva a florecer, como antes, cuando éramos regados de silencio.


La ciudad ha sido tomada abruptamente por la fascinación al sufrimiento, mucho más: a la muerte. Aquella quietud inmarcesible ganada con rigor por sus propios habitantes, recibe disparos humillantes, un atentado a la costumbre de una realidad con buena salud emocional. Allí no cundía el pecado, solo el natural por la carne, aunque nadie confesara, aun en el más asfixiante triángulo pasionario. Todo cambió de pronto. La irrupción de una aterradora pesadilla advierte un sometimiento colectivo y la concepción de un miedo terrible.


Desde una perspectiva humana, la indiferencia se convierte en un absceso pecaminoso, porque no se puede hablar siquiera de lo que acontece, mucho menos propiciar alguna quejumbre, proveniente de algún lado, cualquiera puede experimentar una visita inesperada a la hora más inusual dentro de lo que cabe en el estricto rictus de sana urbanidad. Los valores cada vez más se repliegan al pasado. Ahora todo síntoma de calma es una tensa ceremonia por esperar encontrarnos con un rastro de sangre, rezar por el caído.


Ahora se vive con la identidad del perseguido inocente. Los días se han vuelto una crónica negra, la ciudad se siente con una mancha de encrespamiento que poco a poco se torna costumbre. Son retratos que delatan el insistente atentado contra las noches, madrugadas, y el silencio con el que hasta ahora convivimos. Lo cotidiano es el desaliento. Ahora dormimos despiertos esperando un estallido mortal.



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Y sucedió que...en mis días como reportero.

Y sucedió que...en mis días como reportero: tuve una conversa con el profesor universitario e historiador, Agustín Blanco Múñoz.





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Postales de una ciudad que se hace vieja.

Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”




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La Bella de los Jardines - Cuento.

La Bella de los Jardines
(Cuento)



Texto: Juan José Prieto Lárez*


Era la hembra más bella y hermosa de la ciudad. Alta, estilizada, elegante, siempre llamando la atención con accesorios haciendo juego perfecto con sus inigualables atributos naturales. Era una real hermosura moldeada increíblemente con la maestría del mejor de los maestros, traduciendo una obra alucinante imposible de calcar.


Codiciada hasta más no poder, su delicado estereotipo homenajeaba con matices dulces su espectacular puesta en escena. Cada ademán suyo correspondía a un trazo habilidoso en perspectiva fulgurante delineando un rostro impecable, influido solo por la belleza, un pedazo de paraíso expuesto a los ojos insinuantes de los hombres. Cuando digo de todos los hombres me refiero a todos, sin excepción. Era la musa de todas las fantasías humanamente imaginables. Solía proclamar una especie de encantamiento, y ella intuitivamente se ufanaba sonriente de una ingenuidad convincente y angelical. Los cumplidos se hicieron costumbre, armonizaron coros destacando atributos corporales prominentes acogidos en telillas sugerentes y desprejuiciadas, frecuentes guiños picarescos buscando congraciarse con aquel monumento esculpido sin censura, incubando apetitos despabilados, un mecenazgo intranquilo por tan apreciada obra 


-El mundo para ti, mi reina.
-El arrullo de tu voz es cascada de dulzura.
-Solo cuando estás tú, tengo la vida.
-En tus ojos de profundo brillo busco caminos.
-Tus labios como frutas hacen de tu boca una fortuna.
-Al mirarte en las mañanas se desnuda mi alma.


Así todos los días la llaneza consagraba el campechano pregón sembrado a cada milímetro de su cadenciosa semblanza y refinada estampa. La ciudad era la portada de sin nombre del revistero resumiendo en sus páginas el gustazo de contener a sus anchas el retrato de aquella mujer, prólogo antológico de un apasionamiento remitente de una esfera insoslayable y distinguida raigambre por la magnificencia femenina.  


Al pasar el tiempo su corazón se fue conmocionando, atendiendo causas arrogantes  que despertaron propósitos irreconocibles como pronósticos evidentes de sobrevaloración a sí misma, engreída. Descolló, entonces, involucrada en un arrebato insensato de felonía a su natural pose de diva. Sus propias amigas, contrariadas por el repentino cambio de actitud denigraban cada instante sus desaires vueltos inquisidores contra todas y todos quienes le rodeaban, era una función degradante, donde lo extrañamente concluyente era una demencial postura.  La indiferencia fue una meta trazada colectivamente a modo inmediato por deshacerse de insufribles dotes displicentes surgidos de la nada, o de una catapulta donde residían seres endemoniados esperando el momento justo para infligir su incomprensible absurdo. Años más tarde fue presa de la soledad, ahora debía batallar, desamparada o declarar su error para que el perdón la asistiera elogiando su capacidad reflexiva. Quedó sola, sin amigos, sin familia, irremediablemente atormentada. Un día visitó a una de sus amigas solicitándole en préstamo, unas zapatillas, unos zarcillos y un collar. No importó si aquellas prendas combinaran de alguna forma, color o llevara un descriptivo detalle que fuera acorde con su estilo principesco. La sorpresa fue apoteósica. Estaba anonadada por la sórdida solicitud, viniendo de la mujer que debía poseer cualquier cantidad de estos artículos, puesto que la lluvia de regalos recibidos de incontables admiradores resultaba insultante en comparación a sus allegadas que sacrificaban un importante porcentaje de sus salarios para adquirir alguna prensa de vestir.


A pesar del abrumador desconcierto, extrajo de un armario enseres dispuestos al desuso previendo no verlos más. Sin preguntarle nada, hizo un bojotico con lo recolectado y se lo entregó sin mediar palabra más que un beso en la mejilla y un adiós recrudecieron viejos momentos estelares, ahora insólitos, ahora recubren la memoria embargada de un curioso caballete arruinado por la ausente inspiración, en compañía de una paleta lúgubre, incolora, muy lejos  de toda dimensión cromática. La amiga, creyó conveniente dar a conocer al resto de las conocida, la actitud de la antigua compañera, para ello que la mejor manera sería hacer una convocatoria donde estuvieran todas y así brindarles con puntos y señales lo acontecido unos días atrás. Todas accedieron y en una cafetería cercana realizaron el cónclave.


La narración de los hechos fue impecable, tanto, que a ratos su voz se resquebrajaba, obligándola a hacer una pausa para luego continuar con la truculenta experiencia. Abiertamente se pronunciaron casi al unísono, de una posible pérdida de la razón. La expresión en los rostros tradujo loas al desencanto. Concluyeron inmersas en un silencio de siglos, enfrentadas a una dura realidad compitiendo con el vigor influyente de quienes se resisten a entrar en años. Marta nunca se imaginó la pena sufrida por el resto de sus amigas. Pero una de ellas intervino infiriendo haberle ocurrido el mismo episodio, solo que prefirió esperar algo semejante para determinar de grado de desquiciamiento padecido por Ángela. Ahora tales confesiones derivaron a la conclusión inapelable: locura. La aflicción las hizo estallar en un llanto quejoso. Dejó traslucir en dejo de lástima.


No volverían a verla sino mucho después, cuando los muchachos de la cuadra se la pasaban jeringándole la vida a una anciana, cuya manía consistía en escarbar con un palo los jardines de las casas y plazas, los hoyos se incorporaron al paisaje urbano, en franca competición con bachacos. Usaba un andrajoso vestido abocado a una silente cosecha de inmundicia. Pelo desatado, insuflado por bichos ensañados a degradarlo ante la falta mínima de higiene. Endilgaba a sus pies descalzos huellas de confesas rajaduras, su cuerpo encorvado en afinidad a una imagen atrapada en un retrato gris holocausto. Registraba las bolsas de basura procurando algo comestible. En alguna esquina, donde la agarrara la noche, improvisaba un colchón con periódicos y cartón para asirse al sueño. Los vecinos en vista de tal situación denigrante, lograron un cupo en el ancianato de la ciudad. Allí quedó recluida. Todas las mañanas, luego de la revisión médica colectiva y recibir adecuada alimentación, era llevada a un paseo mañanero por larguiruchos pasillos sombreados por trinitarias ceñidas a un cielo de celosías. A viva voz se le escuchaba decir:


llévenme a mi jardín de zapatillas, a mi jardín de aretes, a mi jardín de collares


 *Periodista
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Esquina Asuntina





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domingo, 9 de noviembre de 2014

Y sucedió que...en mis días como reportero.

Y sucedió que...en mis días como reportero: tuve una conversa con el Prof. Pablo Ramírez y el Dr. Luis Longart, después serían miembros del Gabinete del gobierno del Dr. Rafael Tovar.





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EL VUELO DEL BÚHO - Escalofrío

Escalofrío


Juan José Prieto Lárez

El escalofrío, dicho así, a secas, es parte de la cotidianidad. Lo sentimos, lo aclamamos, nos abruma, nos eriza. Es una consecuencia emotiva que de vez en cuando se convierte en torbellino de incertidumbre. Son incontables las veces que sentimos un manto frío congelándonos por dentro, aunque por fuera haga un calor insoportable, es el avistamiento de que algo anda mal: tanto en lo físico como en lo etéreo.

La creencia popular aduce que la visita de una ráfaga repentina de gélida excusa, es una señal inequívoca de que la muerte ronda muy cerca. Se hace inminente la señal de la Cruz, porsia. El miedo conspira contra la tranquilidad. Cuando se constata la desaparición súbita de alguien cercano estalla el dictado de la fortuna por no ser el escogido, al menos esta vez, una profunda inhalación se vuelve alivio.

Cuando vamos al médico por una persistente dolencia nos crece una actitud de indefensión por acoso de temblores con réplicas constantes. Los primeros exámenes desatan una arritmia corporal, una innovadora relación con lo desconocido trastoca el termostato del corpus, y el pánico aparece con una fortaleza de un frío injurioso. El capítulo se prolonga por unos días más, y la boca del estómago pareciera convertirse en el estrecho de Bering con sus velas blancas congeladas navegando lentamente, mientras la lectura de los resultados es todo un ceremonial, más bien un exorcismo, donde acuden todos los santos posibles. Unos pacientes salen airosos, otros perduran en el asombro.

 La guerra fría fue llamada de ese modo por mantener en un escándalo oculto, una suerte de zozobra apuntalada por las potencias mundiales, ha sido la guerra más estresante de la humanidad. El fino hilo de una realidad en vilo era la apuesta de la cordura sobre lo irracional, tanto que hizo posible un muro en Berlín, convirtiendo un territorio en dos icebergs que después de veinticinco años se unieron luego de derribar la penosa división. Un escalofrío recorrió las dos alemanias, hoy tan solo queda el rezago del vértigo.

Pero el mundo actual se debate entre una atención secuestrada, no por un muro, sino por kilómetros de paredes altas y millas y millas de alambres de púas. El mundo está convulso. Hay un escalofrío perenne porque el peligro anda más veloz que una paz posible. La descomposición social traducida a nuevos modelos de delincuencia y fanatismo religioso nos tienen despabilados: el medio oriente, México y otras tantas regiones del globo esperan del futuro una oportunidad. El escalofrío sigue anunciando signos pandémicos como una nueva forma de suscribir el terror muy, muy cerca de todos.



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sábado, 8 de noviembre de 2014

Hijos de la LLuvia - Cuento.

Hijos de la Lluvia
(Cuento)



Texto: juan José Prieto Lárez*

  
Un bulevar bordea la playa. Salpicado del agua fría y salada comprometida con un paisaje que incluye la existencia embrollada de arbustos anímicamente delicados, luciendo penachos que parecieran haber renunciado a su condición de vida hermoseada por la incredulidad terrena de alimentarse de salitre. La arena, aunque gruesa se torna inquieta bajo el permanente asedio ventisco que la obliga a convertirse en pájaro minúsculo deslizándose celosamente en diferentes direcciones, construyendo bancos areniscos que volverán a dispersarse.


El día destacaba propicio para una cita agradable en familia, con amigos. Ese día hizo sospechar que nada cambiaría. Todo estaba atado a una perfecta sincronía y esa prolongación no aceptaba intromisiones irreconocibles que lo amenazaran. Los niños jugueteando en la arena, otros convertían el arenal en mayúsculos castillos, los adolescentes no cesaban de golpear una diminuta pelota, cada uno con una raqueta de madera. En una imaginaria cancha un balón se mueve de un lado a otro mientras es chutado con los desnudos pies. Adultos obsesivos reposaban echados a sillas extensivas para que el sol les achicharrara el pellejo, muy a pesar de la manteca untada para protegerse. Unos pocos sentados a orillas del rompeolas se enfrentaban cual jurado, a las informaciones aparecidas en diarios locales o nacionales, debajo de sombrillas multicolores compendiaban las páginas de un libro ameno como conexión relajante.


Yo caminaba observando aquella pasividad extendida a todo lo largo del bulevar y su paisaje humano y marino. Caras representando diferentes estadios dispuestos a la distracción, logrando disipar abstracciones para concretar una fanática suma de seducciones confesables a los ojos de todos. Las barcazas, deliberadamente florecían y multiplicaban perspectivas perfectas de una ciudadela lúcida, caracterizada en espejos de colores, preferiblemente de todos los colores, aflorando balcones custodios de una muy original motivación coleccionable a toda su luz. Continuos restaurantes se orillan luciendo de filiales a la narración visual, incluyendo sus propietarios, afectivamente complacidos de la asistencia profusa de comensales. Los meseros y sus sonrisas eran el marco de un retrato justificado con atuendos felices, sin la tachadura del desaire. La noción folclórica no requería disfraz alguno, sino más bien el contrapunto de voces infantiles ofertando empanadas. Todo un contenido cultural marcado por la disciplina de manos artísticas haciendo descubrir la orgía gastronómica más popular de esta maravilla de tierra. Con mi cámara fotográfica acusaba estas costumbres inspiradas por el elemento establecido antes los ojos infinitos del universo: el mar. Todo él era el rango de desenvolvimiento de creencias y valores cifrados en la sencillez para encararlas. Más y más fotos me hacían acudir a matices realmente impregnados de una estelar forma de vida.


A las dos y media de la tarde comenzó una llovizna pertinaz. Yo me refugié debajo de una ancha cornisa, pero al poco rato fui invadido por ráfagas de aguaviento, escapando desconcertado hacia un improvisado refugio ofrecido por el levadizo costado de un quiosco de pepsicola. El natural enojo fue tal que me impidió la visión. El cielo fue perdiendo su intencional clarito y fomentó una ilustración opaca. La brisa, aquella de mordidas impetuosas, de atuendos arenosos se tornó indisciplinada. Los bañistas sometidos a una aventura de soberbios latigazos cultivándose un desorden equivalente a estampida. Cada quien buscó ponerse a salvo de esta circunstancia primitiva sin tener certeza del fin, algunas sombrillas fueron arrastradas hasta el mar flotando de barriga, algunas toallas volaban como aves extendiéndose por aquel patrimonio caritativo. Por lo acaecido, así de repente, el éxodo no se hizo esperar, todas las intenciones primeras de recogimiento dominguero se esfumaron ante la fenomenal visión, todo parecía estar dentro de una funda agrisada sin posibilidad lumínica a corto plazo. 


El bulevar cedió a las fuerzas del mar de leva,  dejando a su merced el entramado esqueleto de cabillas y la mezcolanza de concreto y piedras. Los truenos y relámpagos  terminaron de empastelar la confusión de la proverbial arrogancia telúrica. Desvié mis pasos para enfilarme por el centro del bulevar bajo el torrencial aguacero, pero no había nadie, ni sombras desentendidas moviéndose hacia alguna trinchera. En un dos por tres todo se apaciguó, el ambiente se hizo explícito, el parentesco fantasmal cambió de parecer permitiendo que la historia volviera a su curso, quedó íngrimo. Vista la situación busqué acomodo, aun con previsión, primero en el amplio porche de un restaurante, y mi sorpresa fue mayor cuando noté que no había un alma allí, las comidas servidas humeaban ante sillas vacías, los vasos resumían su gélido contenido. En el espaldar de las sillas descansaban las toallas húmedas de agua salada y de lluvia. No obstante, frente a la inmensa interrogante que se cernía sobre mí, tuve la osadía de hacer algunas fotos explorando el enigma representado por la desaparición de toda propuesta humana, excepto yo. No sé por cuál razón.


Confieso que estaba estupefacto, atemorizado quizás sea la palabra indicada. De existir alguna definición a tal espectáculo se quedaría corta, no había manera de convencerme a mí mismo la superación de este trauma buñuelesco. Salí del sitio con toda la prisa que mis pies pudieran proporcionarme, sentía el corazón en la garganta abriendo paso para salirse. Entré a una casa cuya familia me era conocida, solo en busca de alguien con quien conversar todo aquello, yo estaba empapado hasta el tuétano, mi cuerpo mismo era un río, solo la cámara estaba a buen resguardo por su impermeable estuche. En la vivienda sucedía lo mismo que en el restaurante. Exactamente igual. Sentí mi estómago achicarse reconociendo el socavamiento que produce el miedo. Hice otras fotos.


Recuerdo que caminé bastante hasta hallar un libre que me llevara hasta mi casa. Me di cuenta a lo largo del trayecto que el pavimento estaba seco, sin señal de haber recibido una gota de agua. Luego de haberle dicho al chofer hacia dónde dirigirse entré en un aletargamiento inusual tal vez producto del cansancio. Una vez enfrente de mi casa me despertaron los ladridos perrunos, cosa que sucede cuando algún vehículo se estaciona justo allí. Cuando busqué el dinero para cancelar mi ropa se había escurrido sin dejar rastros del remojón. Mi expectación era inocultable en un torbellino de implacable misterio.


 Fui de inmediato a mi estudio, sugerí el protocolo tecnológico entre mi ordenador y la cámara fotográfica, toda una metodología práctica y muy rápida, a mí me pareció un siglo que aquella empatía técnica se cumpliera a cabalidad, la ansiedad censuró cualquier relación con mi entorno familiar entregado al dominio televisivo. Solo estábamos yo y mis sudores asombrosamente implicados en una sugestiva espera digital. En las fotos aparecía el aquietado mar azul en compañía de barcos pintorescos, un indistinto bulevar colmado de transeúntes inmóvil. En las tomas del restaurante y la vivienda cada cual en su puesto, cada quien haciendo lo propio. Nadie miró a la cámara.



*Periodista
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