ESCRIBIR
Juan José Prieto Lárez
La escritura son las
alas del pensamiento. Escribir es la certidumbre de que se vive, aunque en ella
se delate el sufrimiento del oficio en soledad, aunque sea una verdad dura. Un
golpe que se lleva, que hace hablar el silencio más esencial. Esa soledad, a
pesar de todo cuanto ella encierra, aunada a la escritura, salva. Nos salva de
llevar encajado el rostro de la locura, también el odio mísero.
Pobre de quien no
escriba por liberar su espíritu al espinazo de su yo inseparable. Cuando la
amada desentraña la sombra sembrada en el blancor devoto del papel, descubre el
amor hecho letras, un abrazo con bendito acento, el dulce amor en el punto y
seguido. El semblante del beso, como ofrenda, es el punto y aparte. Un adiós
sollozante reclama una contestación. A lo largo de la historia de enamorados,
escribir ha sido el vínculo comedido, resoluto, por amainar remordimientos ante
la distancia lacerante. No sé cuánto hay de cierto en lo que siente el corazón,
pero sí el desespero del sentimiento explícito en el papiro llegado desde la
soledad.
El mundo gira en torno
a lo que se escribe. Versos, párrafos, canciones, manifiestos, tocando a las
puertas de la sensibilidad como un quebranto, súplica, trozos bíblicos
enrumbando el destino humano. Tengo que hablar del poeta; quién más escribe
entre las luces de la metáfora, alimento en cada despertar. Esos seres, muchas
veces bajo el anonimato pendiendo del exilio, haciendo de lo cotidiano una
promesa exigua como eterno juramento. El hombre y la mujer reúnen sus sentidos
que poco a poco van germinando en letras con vida intrínseca, abrigadas ante
una lluvia de imágenes empapando el papel de una luz infinita. Puede ser un
murmullo en medio de la tragedia o una alegría enclaustrada, en todo caso, es
el sinónimo nombrado de liberación, desprendimiento de lo que ofusca.
Entonces cuando la voz
se esconde en las cúspides del silencio, brota del manantial confiable el
líquido teñido para servir de riego misericordioso a las páginas que llevan un
mensaje a la inmensidad, son barcos llamados libros. Escribir es la magia que
acompaña la razón y ésta el texto del alma. Siempre será fiel la palabra
escrita cuando el fundamento es atinado y puro, de lo contrario se convierte en
púa embarazada de injuria, otras veces es una granada con fragmentos hirientes
y venenosos.
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