El miserable
Juan
José Prieto Lárez
El miserable es
miserable por que se atosiga de la solemnidad de sus semejantes. Luego vomita
la vasca revuelta en malcriadeces, porque el miserable es el hachazo que lleva
a cuestas la humanidad. El miserable apabulla con o sin razón, desgranando
improperios que resbalan por una prepotente alcurnia, acunada en la insolencia.
Caminan por el filo de la acera, porque hasta eso saben hacer, caminar por el
filo de todo, como unánime acuerdo con un delirio enmascarado, olvidando que la
hoguera existe, el fuego. Son lobos oteando la mordida perfecta al cuello de
los ingenuos. El miserable sabe camuflarse.
El refugio del
miserable es la hirviente sanguaza de la hipocresía. Eso le permite arrastrarse
hasta la desvergüenza, por eso se hace inmune a su propia miseria. Por eso le
sobra egoísmo, esa hoja negra que lleva en la voz y la pupila. Entre tanto, los
burlados miraremos estallar su garganta por la furia que es su sueño desde la
niñez. Lo peor es que nadie moverá un dedo por su liberación, los miserables no
se lo merecen. El miserable es feroz.
Llenó de inmundicia y lo suficientemente bárbaro para acusar la humildad
y engrandecerse con su golosina predilecta: el poderío.
El miserable es el
genuino mentiroso. Como su as en el mazo de cartas marcadas repartiéndolo para
sí, para alimentar su devoción por la trampa
y lo mal habido. El pecado es su altar, donde el rezo socarrón se vuelve
petulancia no en plegaria. En el
poniente de la cruz su mano duda perenne por cubrirlo. Confieso mi tristeza por
personas de esta conducta falaz, prefiero la herida de la nada, aunque se torne
pavesa, porque no lacera al prójimo, sino que más bien es una llave que se
cuelga en el espíritu límpido, separado de la pestilencia desprendida del
miserable, ese designio equivocado escogido como modo de vida.
Esa amorfa conducta la
preciso en el plano de la estupidez, como sucio gesto, deleznable. Humillando la
real dimensión humana, aserrando la delicada obra de la razón universal. Azota
lo que esconden sus huesos. En cambio el ave amontona y construye su mundo,
haciendo descender el trino sobre las llagas que muchos llevan hasta hacerlas
semilla que se rastrille, y germinen mejores raíces entre marañas de criaturas
que somos.
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