Fachada de siglos bajo la sombre de la fe.

Autor: Juan José Prieto Larez

El tiempo camina el rostro de los asuntinos.

Autor: Juan José Prieto Lárez

Espacio de los misterios.

Autor: Juan José Prieto Lárez

La promesa.

Autor: Juan José Prieto Lárez.

Toño, de museo.

Autor: Juan José Prieto Lárez

lunes, 27 de octubre de 2014

Postales de una ciudad que se hace vieja.




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Corto Metraje - Cuento

Corto Metraje
(Cuento)


Texto: Juan José Prieto Lárez*


¡Me gusta que huelas a puta!


Fueron las palabras que conmovieron la humanidad de Carolina. Unos temblores la recorrieron de su cabeza a los pies. Jamás, ante hombre alguno, se sintió tan desvalida. No supo qué responder a la mole encima de ella hamaqueándola con un vigor bestial. Creyó tener en su vagina un dragón escupiendo candela. Todo le gustó. Acabó. Fantaseando un volcán en plena erupción su incandescente lava recorriendo su entrañable geografía. Cesaron los jadeos. Sin mirar a los ojos, a quien dominó su vergüenza, se quedó dormida, aliviada. Después de vivir impetuosos instintos descuartizando sus carnes. No importó la duración de la posesión que le pareció siglos. Le apeteció la exploración por toda su caverna y el coro de lamentaciones placenteras resplandeciendo perdones reconciliables, y una razón apasionada descubierta inmolando lo perplejo.


Encogió las piernas, resguardó entre ellas sus brazos extenuados. Se sentía arrollada por una locomotora vertiginosa que nunca se detuvo en su arremetida sobre los rieles que la llevaron hasta un final intenso, sin ninguna estación donde desocupar las ansias y renovar los bríos que igualmente se harían añicos. La ventana de la habitación permanecía abierta, dejando escapar el fogaje y quejidos y lamentos. Las aspas ruinosas de un destartalado ventilador en el techo, giraban a intermitente velocidad. Esparcía el rancio perfume de unas rosas sumergidas en una jarra plástica, transparente con agua amarillenta. Donde zigzagueaban larvas entre tallos gangrenados, faltos de atención. Su trémula apariencia describía una convicción aniquilada, solapada por la ralea benefactora fungiendo de escudo a su arrebato, proveniente de una conspiración intrínseca, más que de un invento falaz. Era su obra enloquecida, la recreación de su propia conminación.


Desnuda fue al retrete. Atravesó el cuarto, dio una palmada al mal sintonizado radio, instalado sobre una mugrienta y gastada consola de fórmica, quedó mudo, en vez de pronunciar voces coincidentes para acompañarla. A un lado, el universal retrato de la diosa María Lionza. Al otro lado un vaso de vidrio empañado de innumerables huellas dactilares luciendo en el fondo una cucaracha tiesa patas arriba. Meó sin sentarse en la poceta rosada con agua marrón, poca, pero marrón al fin. Había una ponchera blanca de peltre con hojitas verdes pintadas en todo el borde, con otro poco de agua, antes, tal vez fue más cristalina. Como pudo miró estiró sus arrugas mirándose en el fondo del recipiente que guardaba tantos secretos, el agua mate sirvió para humedecer un tanto más su intimidad. No tuvo con que secarse la pepita.


La moribunda luz del crepúsculo golpeó sus ojos, al dejar la pieza, avivando confusión en el seño. Caminaba por el único y largo pasillo fingiendo buscar las llaves del vehículo en el bolso, solo por llevar la cabeza gacha. Esa acción ponía en evidencia el temor a ser vista en ese paupérrimo antro escogido como refugio a sus cogederas. Unas gafas oscuras la hacían configurar un hecho de presunción, una explicación inacabada envuelta en el hartazgo desdoblado muy de sí. Era súbita su seducción patentada con una autonomía mordaz sobrellevada por los rasgos pervertidos de la desolación. Respiró profundo detrás del volante. Miró por el retrovisor, a la vez que emprendía fugaz partida, dejando atrás el último hálito de su ofuscamiento. Desapareció en el asfalto que comenzaba a reposar la ardentía. Cuidadosamente el pertinaz vientillo fue desabozando todo indicio de su presencia. No quedaron huellas de su hermoseada figura en el chamizo, donde van las muñecas a desteñirse y declararse apreciadas sin vacilación, porque al estar allí corren desinhibidas con el riesgo del olvido de los hombres.


Como ejercicio cinematográfico, conducía auscultando cada instante sucedido en el lúgubre lugar donde recién colmó su apetencia carnal. Entró al pent-house, donde cenaría a las ocho en punto con su marido. Importante ejecutivo de una empresa petrolera. Plácidamente en la tina, espaciosa y confortable de su sala de baño, se dejó caer sorbiendo una Martini doble, con mucho hielo, servido y llevado por el mayordomo. Allí recordó los músculos que la prensaron atajándoles el aliento, como trampa enloquecedora.


El agua tibia, no lograba relajarla  como realmente quería, sintiendo convertirse el cansancio en deseo por resucitar al brioso tipo, rudo que copiosamente hartó su coitiva sed. Se acariciaba los erguidos pezones. Su cosa comenzó a incendiarse nuevamente. Inhaló intensamente para aliviar el tormentoso arrebato que acosaba su sensual hermosura. La voz de Roberto, en medio del vapor fluido de los grifos se le calvó en las sienes advirtiéndole estar en casa.


La esférica mesa estuvo dispuesta como de costumbre. Él la abrumaba de números, cifras bursátiles, sobre todo del gris panorama provocado por la crisis económica mundial en pleno desarrollo. Mientras, ella  acariciaba las piernas de él. Estrujaba el bulto debajo de la bragueta. Se cimbró en ambos un acto amoroso, esperado desde hacía mucho. Un suculento beso de lengua trasegaba jugosas mordeduras, aromadas de finas especies. Despertando ansias de coitar allí mismo, en la mesa, donde sus paladares se ahogaban en delicateses. Luego, delicado, escrupuloso, abrió la sedosa como sensible bata, perfilándose deseoso, embrollado en el ardor que produce el deseo desenfrenado por desbordar su delirante simiente en la oscura parte de ella. La hembra musitó estar lista para la entrega, sin pantaletas, muy mojada, con un supuesto exceso de afán por ser encajada y horadada. Él la penetró, fogoso, sin querer perderse nada como querellante de aquella consumación. Siguiendo el rastro a los olores expedidos por la presa febril susurraba a sus oídos destinatarios una frase desvanecida: ¡olerte me recuerda los viajes a París!



*Periodista
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Esquina Asuntina





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Y sucedió que...en mis días como reportero.

Y sucedió que...en mis días como reportero: tuve una conversa con Fabrizzia Mariani-Directora de la Galería Galpón (Foto: Arcadio Millán).




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EL VUELO DEL BÚHO - Caminar

Caminar
Juan José Prieto Lárez*

Caminar es compartir cada espacio con cada uno de nuestros pies, que son nuestros pasos. Debajo yacen diminutas y disformes piedras, granos insignificantes de polvo, de tierra arrastrada buscan asilo, pero la brisa que lame los suelos la levanta, la empuja y vuelve a posarse sin encontrar refugio. Caminar es encontrar todo por mirar, hojas secas, verdes, casas, caras de gente, el día, la noche.

El rumbo está en algún lado asintiendo que espera hasta el final, cada tramo de la escalera se ha vuelto incierto porque esconde mentiras cayendo de bocas impuras, como un chaparrón que no moja, pero duele cuando se incrustan en uno de nuestros costados. Nos sucede que nos encontramos con el rancio ser indeseable, ese perdurable mal agobiante, que nos hace desviar el paso para no tenerlo de frente porque apesta. Al menos yo, prefiero llevar conmigo el malestar incognito, lo que pudiera suceder de un momento a otro. Mi vida me la juego al caminar por ahí por allá. Hay que decir de las satisfacciones. Uno percibe visiones y olores que agradan, son como la recompensa de haber tomado la decisión de salir al “aire” a caminar, emprender esa aventura diaria para remozar ideas, imaginación, cuerpo. Sabroso cuando el olfato sigue la ruta de un aroma de mujer. Cuando la mirada de detiene frente a un rostro bello. Cuando el gesto de un anciano nos reconoce. El niño cuando, admitiendo su inocencia, nos sonríe luego de una simpática travesura sin argumentaciones dramáticas que nos aflija.

Caminar es admirar una galería de arte. Escudriñamos rincones, los ojos entran a las casas queriendo descubrir obras ocultas. La fachada de las casas adquiere un lenguaje abstracto, aun con sus materiales pobres pero alegóricos a un estado existencial. Uno comprende el desparpajo melodramático del llamado collage, solo que éste es más cercano a lo humano. Caminar aunque no nos demos cuenta, nos hace fuertes ante las expectativas que por lo general nos suelen asombrar. Allí entendemos el poder de la comunicación, la conclusión que nos deja es el conocimiento, afectándonos positivamente, porque nos lleva a aplicar el remedio justo a la calamidad de turno. Entendiéndose lo espiritual y lo físico como el móvil a ser intervenido. Como dije al principio: pensar es la conexión con el movimiento para conjugar la salida idónea y rápida. La cosecha de frutos prudentes no se hará esperar porque estaremos complacidos por la decisión tomada. Caminemos para enunciar una intrínseca relación muy profunda con uno mismo, porque a fin de cuentas miraremos letras y palabras en estado de descomposición, cadavéricas, al no coronar su cometido, por ignorancia, estoy seguro.



*Periodista
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lunes, 20 de octubre de 2014

El Colibrí

Les presento mi reciente trabajo. Se trata del texto del catálogo de la muestra "Coincidimos" del maestro Freddy Villarroel. La misma se inaugura el viernes 24 de octubre en la Galería Bahía, de Puerto la Cruz.


Colibrí, Tucusito, Tocuchita Picaflor, Freddy Villarroel

El maestro asuntino Freddy Villarroel


“…había Chuparrosas. Era la época. Se oía el zumbido de sus alas entre las flores de jazmín que se caía de flores…”.
                                                                                                       Pedro Páramo
                                                                                                Juan Rulfo


   Texto: Juan José Prieto Lárez*

El viento queda burlado sin advertir su sigilo, lo rebasa, lo atenúa y no cesa de estar de un lado a otro con su brilloso plumaje diminuto cuando el sol lo salpica, y lo hace cándido con un zumbido ansioso, con su corazón imparable. Su pico, más bien piquito, largo como alambre animado, hinca el fondo florido donde mana el néctar adulzorado que lo aquieta por instantes. Las flores, que han crecido pendientes de guardarse para ser besadas por los colibríes íngrimos y pequeñitos, también soportan dichosas el estrujamiento para depositar el polen solícito en la superficie de su pechito cual delantal afortunado. El Tucusito será el mensajero vivaz para regarlo en anhelantes orillas donde la magia hace nupcias, preña la tierra, y apronta el nacimiento de la planta nueva. Siguiendo la huella   instintiva el Tucusito, Picaflor o Colibrí anida junto a los charquitos del paisaje, con la mirada atenta y olfato afilado, atisba la floración con el néctar sosegado. Sabe que pronto en una danza de mitos añosos iniciará el trance que la alienta su vida continua, muchas veces inadvertida. Pulsa la savia húmeda destinada a su grandeza cazadora. Pareciera sonreír de consuelo.

No es ahora si no siempre, que ha vivido entre nosotros invocando el sortilegio de la creación, en el eco entusiasta de los niños alentando el gracioso suceso de su cuerpecito como un haz de sueños brotando en fuga de un espejo con la mesura encantada de quien las adorna lustrando su parda o verdinegra vestimenta. El Tocucito, Picaflor o Colibrí anda en manos de la ciencia y lo mienta Trochilinae para sus libros de nombres raros, pero el pueblo que asciende los árboles y abrillanta la niebla lo desmenuza en labios de ternura: tocucitos, picaflores, colibríes. Nacieron frágiles como las flores que se duermen al sopor alocado del verano vasto, seco. Su incesante picar, con gestos inquietos, no soporta, no resiste sorpresas  porque el susto se le afinca en su compleja anatomía. De pronto llega súbita la muerte y lloran sombríos los demás animalitos. Memorias remotas nos traen recuerdos de desafíos confesos, ímpetus irreverentes con halagos airados. Todo revuelto por el reacomodo primigenio, donde el entorno resistía conexiones obstinadas en cuencas espirituales. Se hacen a la luz los dioses. Los dioses habitando el respiro de las rocas, la fiebre de los ríos, la piel del cielo, la altivez del caballo.

La cultura Maya recoge entre sus amenazantes misterios el vuelo ríspero del Colibrí, tallado en piedras de jade a modo de flechas robustas, zafias, pero tan livianas que apenas  al soplo elevan su figura para llevar el rumor de sueños y deseos. Aquellas flechas de pájaro miraban en la calima crepitando el céfiro hasta cruzarse con las hojas de la carne invasora. Bajo esta premisa de convicción por acercar pueblos y hombres, hicieron del  x ts’ unu ´um (Colibrí) una adoración de vida contemplada por los dioses para representar su autoridad. El destino estaba trazado en la mesura de la inefable avecita.  

“El Colibrí es el dardo que viene de las manos que no se ven y relumbra en la luz, como en las miradas de los que desean en la oscuridad; por algo pasa por tu camino, puede ser por mal o puede ser por bien, pero es tu corazón quien debe saberlo. Si te desean un bien o un mal él lo transporta. Por eso cuando lo veas volar cerca de ti, unas veces sentirás tranquilidad, como si te pusieran una flor en el pecho, en este caso, toma lo que te trae y como luz que arde en la luz, piensa en bien para los demás que él llevará tu deseo y luego vendrá a ti desde las almas de los demás”. Así lo contienen las escrituras flanqueando la creencia dispuesta a la eternidad.
  
Por las noches, los colibríes, tucucitos, tocuchitas  y picaflores, como si un mago las arropara con su capa gigante desaparecen en la proeza de alcanzar la rama más alta, hembra y macho cierran su nido con mensajes advertidos en los confines de noches oscuras. No tan lejos aquí mismo, en la isla de Margarita, donde los manteles verdes abundan haciendo las veces de planicie, con montículos alomados donde la caricia de los pajaritos se convierte en poesía voladora, el costumbrista José Joaquín Salazar Franco,  a quien el pueblo bautizo “Cheguaco”, apuntó, con el alma de escritor para siempre, una leyenda tan bonita que todos los niños margariteños aprendieron y aun la cuentan a sus hijos y nietos. “La Tocuchita es la mensajera de la Virgen del Valle y por ser menudita como ella, entra en todas partes y mira y oye todo,  vuela hasta el santuario contándoselo todo. Pobre de aquel que mal le haga, porque la Virgen lo  castiga y padece”. Quizás esta invención de “Cheguaco” esté guardada bajo las llaves de la ternura por conuqueros tacarigüeros que cada vez que aparece una Tocuchita rondando entre el malojo, respiran profundo como si quisieran oler el mar desde tan lejos, entonces piden a la Virgen que su manto los guarezca hasta el último grito de la hoguera que será devorada por los primeros pasos de la confusión entre el día y la noche.

En los nuevos días, irrespirables por el grueso cemento que endurece las estaciones se torna triste la caricia vegetal sin el amparo del alba. El viento torvo se tuerce semejando una bestia de lidia golpeando el burladero sin hallar salida y volverse libre para bordar sin agujas pañuelos de lisura como mantas de algodón, estirando el vaivén de los arbustos apretados en el cuello por el claustro de ofensivos metros cuadrados. Toda esa amargura convive con el desamor, hace ruda la estancia, convierte en infiel la natural filiación del ser y su circunstancia florida. Lo imperfecto provoca un estallido insolente desbordando nuestras mejillas con indicios de llanto. Por eso nos descalabra cuando notamos la ansiedad suicida del Colibrí elevarse tan pisos, como estrellas, y los cristales de ventanas y balcones le suponen compañía, por tan solo alcanzar el corazón de una flor sentenciada a la agonía del abrazo de un matero de otro reino exaltando lo salvaje contra el diamante de la creación.

Con su pecho lustroso soñaron los aztecas de Espíritu Santo llamándolo Huitzilim. Cuando el peligro desmadejaba su existencia, lo invocaban y eran veloces figuras contraponiéndose al ultraje y avaricia del extraño. Sin piedras ni lanzas ni flechas, solo el susurro de su aletear penetró como espina edificando justicia en el alma calcinada de los rufianes, con el riego de polen nuevo los convirtió en los custodios de los antojos de Dios.

La poesía es compañera inseparable del quebranto, del insomnio, lo posible y la imposible, también para mentar devoción, para no esconder la cara y decir amor, dar un beso en el papel para nombrar secretos en gavetas de palabras distintas. La poesía hace hablar al Tocusito, decirle al Picaflor, cantar al Colibrí, rezar la Tocuchita en el acento de Pablo Neruda y un compendio de la tradición oral cubana:

Picaflor

El Colibrí de siete luces,
el Picaflor de siete flores
busca un dedal donde vivir.
Son desgraciados sus amores
sin una casa donde ir
lejos del mundo y de las flores.

Es ilegal su amor, señor,
vuelva otro día y a otra hora
debe casarse el Picaflor
para vivir con picaflora:
yo no le alquilo este dedal
para este tráfico ilegal.

El Picaflor se fue por fin
con sus amores al jardín
y allí llegó un gato feroz
a devorarlos a los dos:
el Picaflor de siete flores
la picaflora de colores:
se los comió el gato infernal
pero su muerte fue legal.

El Colibrí

Creció una flor a orillas de una fuente,
más pura que la flor de la ilusión,
y el huracán tronchola de repente,
cayendo al agua la preciosa flor.

Un Colibrí que en su enramaje estaba
corrió a salvarla solícito y veloz,
y cada vez que con el pico la tocaba,
sumegíase en el agua con la flor.

El colibrí la persiguió constante
sin dejar de buscarla en su aflicción,
y cayendo desmayado en la corriente
corrió la misma suerte que la flor

Así hay en este mundo seres
que la vida cuesta un tesoro.
Yo soy  el Colibrí si tú me quieres,
mi pasión es el torrente y tú la flor.


En nuestra selva, trepando árboles inmortales los yanomamis rasguñan la eternidad con racional aliento de convocatoria a los chamanes de las aguas como sus sabios de la vida y la muerte. Ellos que dicen escuchar el silbido de los tocusitos anunciando el silbido lluvioso que hará crecer los ríos, y habrá flores despertando dioses buenos abrazando lechos con desnudez invisible. Los ojos del colibrí se mojarán de dicha.

Cuando la lluvia se muda a otros extremos, aparecen las avecitas en enjambres empujando alabanzas de buen tiempo de cosecha y pesca, queda la risa crédula meciéndose en los bejucos agitados, alegres por el invierno revelador de que existe el rezo y alguien lo escucha desde la cima de los grandulones. Hablando de selva bosque hay una fábula narrada así:

Había un gran incendio en el bosque, y un colibrí pasó cerca de un león a mucha velocidad. El león asustado preguntó.
_Colibrí a dónde vas con tanta prisa?
Él le respondió.
_Estoy llevando agua para apagar el incendio del bosque.
El León le increpó.
_Pero es poquísima el agua que puedes llevar.
El Colibrí le contestó.
_Yo estoy haciendo mi parte.

                                                  
                                               UN LEÑADOR DE SUEÑOS

 Tomo prestado este retrato de un texto construido por el poeta Luis Alberto Crespo para referirse a Freddy Villarroel, a imagen y semejanza: con su porte de hombre rudo, de leñador, pero sensible, con la franqueza de un niño grande.

Es que todo hace Freddy para que sus amigos también pensemos así de él. Haciendo juego con la imaginería de niño travieso, adentrándose en un bosque de figuritas, que los entendidos llaman símbolos, reunidos con sus manos trepando pinceles descomunales. Freddy descubrió temprano esa luz que se levanta amarillando el tropel de árboles espesos y pájaros inquietos, tejiendo trinos en colores plantados en la paleta sabia de la naturaleza. Esos que curan la soledad, dejando el receso de lo hermoso en los ojos de donde brotan madrigales empapados de misterio, envolviéndolo a uno en la escala de súbditos espectadores.

Freddy saca a relucir la tempestad que lleva por dentro para fecundar en el bosque que lo abraza como su templo, las vestiduras reconocibles de su plástica. Por eso fue que el maestro Efraín Subero manifestó cierta vez:”…porque Freddy Villarroel lo que hace es asumir su responsabilidad profesional enfrentándose a la naturaleza”.

Nosotros, el auditorio, nos enfrentamos a ese texto apetecible colmado de preocupado cromatismo con raíces extraídas del hechizo que linda con el sortilegio. Ese trasiego es el cauce venoso de una aventura realista aguardando aproximarnos, sin prisa, a su cándida niñez de peces verdes, copas intactas sujetas a una mesa desproporcionada. Letras con equis danzando en un alfabeto antiquísimo con arcos guardianes torneados de ancestro. Una luz espiritual que multiplica elementos cotidianos. Tal vez por eso lo sugerente pasa inadvertido.

Esa fuga es el viaje que nos asoma a la manifestación que Freddy grita a las estaciones tropicales, con más ahínco a su tierra isleña, al silencio asuntino aferrado a la quietud del ave. ¡Oh¡ avecillas del pregón, despiertan en las ramas del mango jugoso, la pomalaca formidable, el catuche halado, níspero delirante. Nos devora sublime la contentura del ave, suerte de risa contagiosa, arrimándonos al prodigio de la resurrección frecuente, porque son viajes de embrujo.

En las flores de cayena el pico largo del tucusito escarba la sustancia cristalina, generosa y hace corte a la flor de la reina como una ensenada festiva de orillas rosadas, blancas. Revelamos el Colibrí, Tusito, Tocuchita, Picaflor amigo de los santos por el jardín multicolor que los adorna. Con ellos pasa el día después de las procesiones de Semana Santa, como si fuera una selva descomunal, libando en una quietud monacal, el límpido oasis germinado por el Creador. Seguramente de allí, de esos episodios vividos en La Asunción, son el lienzo de la comunicación muy personal de Freddy con el Colibrí y las réplicas que vienen siendo el mismo animalito. Esta muestra es un homenaje excelso a la niñez recobrada de la memoria adormilada, que ahora se insinúa picaresca en la sonrisa de Valentina encaramándose como Picaflor al regazo del abuelo soñador, tierno, con pinta de rudo leñador.   

Dos decimistas margariteños; Luis Antonio Rodríguez y Ernesto da Silva también se unen a este trabajo del maestro Freddy Villarroel, quien a su vez enaltece a este bello animalito que es el Colibrí…

EL COLIBRÍ
I
Este lindo pajarito
En mi tierra Guaiquerí.
Es llamado el Colibrí.
Tucuchita o Tucusito.
Picaflor que ligerito.
Vuela y de pico alargado.
De verde tornasolado.
Esta bella miniatura
Pa´ mi es la mejor figura.
De las que Freddy ha pintado.

II
Como Freddy Villarroel.
Artista y noble asuntino.
Forja su arte bello y fino.
Sobre el lienzo y el papel.
Porque él le pone la miel.
Con flores de Cundeamor.
Cebando así al Picaflor.
Para dejarlo plasmado.
Por eso tú eres honrado.
Hoy afamado pintor.
                                                    
                                              Para mi hermano, amigo y colega Freddy Villarroel                                                                 
                                                                         Luis Antonio Rodríguez
                                                              “El Pintor maravilloso”

   
“Ese es Freddy Villarroel”

I                                                                             III
El Greco, Miró, Dalí.                                      Miguel Ángel, Munch, Otero.
Picasso, Rivera y Goya.                                  Velásquez,Van Gogh, Cabré.
No igualarán a esta joya.                                Inspiran y brindan fe.
De mi tierra Guaiquerí.                                  A su imponente sendero.
Él toma del Colibrí.                                        Es grande como Botero.
La armonía más pura y fiel.                                       Y Reverón en laurel.
Plasmándola en el papel.                                Corona, fresco y pastel.
Hecho lienzo y acuarela                                 Témpera, tinta y madera.
Orgullo de Venezuela.                                    Gloria mi tierra ñera.
Ese es Freddy Villarroel.                                Ese es Freddy Villarroel.
II                                                                             IV
Él vislumbra sin retardo.                                Alumno de Michelena.
El tiempo sobre el espacio.                                        Cristóbal Rojas y Soto.
De números crea un palacio.                         Cual Manaure es gran devoto.
Como lo hizo Leonardo.                                 De esta Patria pura y buena.
Da Vinci italiano y bardo.                              Igual que Cruz Diez no frena.
Genio de clase y nivel.                                   Creando y deja un vergel.
Mundial sobre su pincel.                                De obras en su cuartel.
Clases tomó sin dudar.                                    De mar como Vásquez Brito.
Nuestro pintor insular.                                    Margariteño infinito.
Ese es Freddy Villarroel.                                Ese es Freddy Villarroel.

   Ernesto Da Silva
   “El Ciclón de Margarita”




*Periodista

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Decanos de la Sociedad Progreso

Decanos de la Sociedad Progreso
Autor: Juan José Prieto Lárez “Pey”




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