Les presento mi reciente trabajo. Se trata del texto del
catálogo de la muestra "Coincidimos" del maestro Freddy Villarroel.
La misma se inaugura el viernes 24 de octubre en la Galería Bahía, de Puerto la
Cruz.
Colibrí, Tucusito, Tocuchita
Picaflor, Freddy Villarroel
El
maestro asuntino Freddy Villarroel
“…había Chuparrosas. Era la
época. Se oía el zumbido de sus alas entre las flores de jazmín que se caía de
flores…”.
Pedro Páramo
Juan Rulfo
Texto:
Juan José Prieto Lárez*
El viento queda burlado sin advertir su sigilo, lo rebasa, lo atenúa y
no cesa de estar de un lado a otro con su brilloso plumaje diminuto cuando el
sol lo salpica, y lo hace cándido con un zumbido ansioso, con su corazón
imparable. Su pico, más bien piquito, largo como alambre animado, hinca el
fondo florido donde mana el néctar adulzorado que lo aquieta por instantes. Las
flores, que han crecido pendientes de guardarse para ser besadas por los
colibríes íngrimos y pequeñitos, también soportan dichosas el estrujamiento
para depositar el polen solícito en la superficie de su pechito cual delantal
afortunado. El Tucusito será el mensajero vivaz para regarlo en anhelantes
orillas donde la magia hace nupcias, preña la tierra, y apronta el nacimiento
de la planta nueva. Siguiendo la huella
instintiva el Tucusito, Picaflor o Colibrí anida junto a los charquitos
del paisaje, con la mirada atenta y olfato afilado, atisba la floración con el
néctar sosegado. Sabe que pronto en una danza de mitos añosos iniciará el
trance que la alienta su vida continua, muchas veces inadvertida. Pulsa la
savia húmeda destinada a su grandeza cazadora. Pareciera sonreír de consuelo.
No es ahora si no siempre, que ha vivido entre nosotros invocando el
sortilegio de la creación, en el eco entusiasta de los niños alentando el
gracioso suceso de su cuerpecito como un haz de sueños brotando en fuga de un
espejo con la mesura encantada de quien las adorna lustrando su parda o
verdinegra vestimenta. El Tocucito, Picaflor o Colibrí anda en manos de la
ciencia y lo mienta Trochilinae para sus libros de nombres raros, pero el
pueblo que asciende los árboles y abrillanta la niebla lo desmenuza en labios
de ternura: tocucitos, picaflores, colibríes. Nacieron frágiles como las flores
que se duermen al sopor alocado del verano vasto, seco. Su incesante picar, con
gestos inquietos, no soporta, no resiste sorpresas porque el susto se le afinca en su compleja
anatomía. De pronto llega súbita la muerte y lloran sombríos los demás animalitos.
Memorias remotas nos traen recuerdos de desafíos confesos, ímpetus irreverentes
con halagos airados. Todo revuelto por el reacomodo primigenio, donde el
entorno resistía conexiones obstinadas en cuencas espirituales. Se hacen a la
luz los dioses. Los dioses habitando el respiro de las rocas, la fiebre de los
ríos, la piel del cielo, la altivez del caballo.
La cultura Maya recoge entre sus amenazantes misterios el vuelo ríspero
del Colibrí, tallado en piedras de jade a modo de flechas robustas, zafias,
pero tan livianas que apenas al soplo
elevan su figura para llevar el rumor de sueños y deseos. Aquellas flechas de
pájaro miraban en la calima crepitando el céfiro hasta cruzarse con las hojas
de la carne invasora. Bajo esta premisa de convicción por acercar pueblos y
hombres, hicieron del x ts’ unu ´um
(Colibrí) una adoración de vida contemplada por los dioses para representar su
autoridad. El destino estaba trazado en la mesura de la inefable avecita.
“El Colibrí es el dardo que
viene de las manos que no se ven y relumbra en la luz, como en las miradas de
los que desean en la oscuridad; por algo pasa por tu camino, puede ser por mal
o puede ser por bien, pero es tu corazón quien debe saberlo. Si te desean un
bien o un mal él lo transporta. Por eso cuando lo veas volar cerca de ti, unas
veces sentirás tranquilidad, como si te pusieran una flor en el pecho, en este
caso, toma lo que te trae y como luz que arde en la luz, piensa en bien para
los demás que él llevará tu deseo y luego vendrá a ti desde las almas de los
demás”. Así lo contienen
las escrituras flanqueando la creencia dispuesta a la eternidad.
Por las noches, los colibríes, tucucitos, tocuchitas y picaflores, como si un mago las arropara
con su capa gigante desaparecen en la proeza de alcanzar la rama más alta,
hembra y macho cierran su nido con mensajes advertidos en los confines de
noches oscuras. No tan lejos aquí mismo, en la isla de Margarita, donde los
manteles verdes abundan haciendo las veces de planicie, con montículos alomados
donde la caricia de los pajaritos se convierte en poesía voladora, el costumbrista
José Joaquín Salazar Franco, a quien el
pueblo bautizo “Cheguaco”, apuntó, con el alma de escritor para siempre, una
leyenda tan bonita que todos los niños margariteños aprendieron y aun la
cuentan a sus hijos y nietos. “La
Tocuchita es la mensajera de la Virgen del Valle y por ser menudita como ella,
entra en todas partes y mira y oye todo,
vuela hasta el santuario contándoselo todo. Pobre de aquel que mal le
haga, porque la Virgen lo castiga y
padece”. Quizás esta invención de “Cheguaco” esté guardada bajo las llaves
de la ternura por conuqueros tacarigüeros que cada vez que aparece una
Tocuchita rondando entre el malojo, respiran profundo como si quisieran oler el
mar desde tan lejos, entonces piden a la Virgen que su manto los guarezca hasta
el último grito de la hoguera que será devorada por los primeros pasos de la
confusión entre el día y la noche.
En los nuevos días, irrespirables por el grueso cemento que endurece las
estaciones se torna triste la caricia vegetal sin el amparo del alba. El viento
torvo se tuerce semejando una bestia de lidia golpeando el burladero sin hallar
salida y volverse libre para bordar sin agujas pañuelos de lisura como mantas
de algodón, estirando el vaivén de los arbustos apretados en el cuello por el
claustro de ofensivos metros cuadrados. Toda esa amargura convive con el
desamor, hace ruda la estancia, convierte en infiel la natural filiación del
ser y su circunstancia florida. Lo imperfecto provoca un estallido insolente
desbordando nuestras mejillas con indicios de llanto. Por eso nos descalabra
cuando notamos la ansiedad suicida del Colibrí elevarse tan pisos, como estrellas,
y los cristales de ventanas y balcones le suponen compañía, por tan solo
alcanzar el corazón de una flor sentenciada a la agonía del abrazo de un matero
de otro reino exaltando lo salvaje contra el diamante de la creación.
Con su pecho lustroso soñaron los aztecas de Espíritu Santo llamándolo Huitzilim. Cuando el peligro desmadejaba
su existencia, lo invocaban y eran veloces figuras contraponiéndose al ultraje
y avaricia del extraño. Sin piedras ni lanzas ni flechas, solo el susurro de su
aletear penetró como espina edificando justicia en el alma calcinada de los
rufianes, con el riego de polen nuevo los convirtió en los custodios de los
antojos de Dios.
La poesía es compañera inseparable del quebranto, del insomnio, lo
posible y la imposible, también para mentar devoción, para no esconder la cara
y decir amor, dar un beso en el papel para nombrar secretos en gavetas de
palabras distintas. La poesía hace hablar al Tocusito, decirle al Picaflor,
cantar al Colibrí, rezar la Tocuchita en el acento de Pablo Neruda y un
compendio de la tradición oral cubana:
Picaflor
El Colibrí de siete luces,
el Picaflor de siete flores
busca un dedal donde vivir.
Son desgraciados sus amores
sin una casa donde ir
lejos del mundo y de las flores.
Es ilegal su amor, señor,
vuelva otro día y a otra hora
debe casarse el Picaflor
para vivir con picaflora:
yo no le alquilo este dedal
para este tráfico ilegal.
El Picaflor se fue por fin
con sus amores al jardín
y allí llegó un gato feroz
a devorarlos a los dos:
el Picaflor de siete flores
la picaflora de colores:
se los comió el gato infernal
pero su muerte fue legal.
El Colibrí
Creció una flor a orillas de una fuente,
más pura que la flor de la ilusión,
y el huracán tronchola de repente,
cayendo al agua la preciosa flor.
Un Colibrí que en su enramaje estaba
corrió a salvarla solícito y veloz,
y cada vez que con el pico la tocaba,
sumegíase en el agua con la flor.
El colibrí la persiguió constante
sin dejar de buscarla en su aflicción,
y cayendo desmayado en la corriente
corrió la misma suerte que la flor
Así hay en este mundo seres
que la vida cuesta un tesoro.
Yo soy el
Colibrí si tú me quieres,
mi pasión es el torrente y tú la flor.
En nuestra selva, trepando
árboles inmortales los yanomamis rasguñan la eternidad con racional aliento de
convocatoria a los chamanes de las aguas como sus sabios de la vida y la
muerte. Ellos que dicen escuchar el silbido de los tocusitos anunciando el
silbido lluvioso que hará crecer los ríos, y habrá flores despertando dioses
buenos abrazando lechos con desnudez invisible. Los ojos del colibrí se mojarán
de dicha.
Cuando la lluvia se muda a
otros extremos, aparecen las avecitas en enjambres empujando alabanzas de buen
tiempo de cosecha y pesca, queda la risa crédula meciéndose en los bejucos
agitados, alegres por el invierno revelador de que existe el rezo y alguien lo
escucha desde la cima de los grandulones. Hablando de selva bosque hay una
fábula narrada así:
Había un gran incendio en el bosque, y un colibrí pasó cerca de un león
a mucha velocidad. El león asustado preguntó.
_Colibrí
a dónde vas con tanta prisa?
Él
le respondió.
_Estoy
llevando agua para apagar el incendio del bosque.
El
León le increpó.
_Pero
es poquísima el agua que puedes llevar.
El
Colibrí le contestó.
_Yo
estoy haciendo mi parte.
UN LEÑADOR
DE SUEÑOS
Tomo prestado este retrato de un texto construido por
el poeta Luis Alberto Crespo para referirse a Freddy Villarroel, a imagen y
semejanza: con su porte de hombre rudo,
de leñador, pero sensible, con la franqueza de un niño grande.
Es que todo hace Freddy para
que sus amigos también pensemos así de él. Haciendo juego con la imaginería de
niño travieso, adentrándose en un bosque de figuritas, que los entendidos
llaman símbolos, reunidos con sus manos trepando pinceles descomunales. Freddy
descubrió temprano esa luz que se levanta amarillando el tropel de árboles
espesos y pájaros inquietos, tejiendo trinos en colores plantados en la paleta
sabia de la naturaleza. Esos que curan la soledad, dejando el receso de lo
hermoso en los ojos de donde brotan madrigales empapados de misterio,
envolviéndolo a uno en la escala de súbditos espectadores.
Freddy saca a relucir la
tempestad que lleva por dentro para fecundar en el bosque que lo abraza como su
templo, las vestiduras reconocibles de su plástica. Por eso fue que el maestro
Efraín Subero manifestó cierta vez:”…porque
Freddy Villarroel lo que hace es asumir su responsabilidad profesional
enfrentándose a la naturaleza”.
Nosotros, el auditorio, nos
enfrentamos a ese texto apetecible colmado de preocupado cromatismo con raíces
extraídas del hechizo que linda con el sortilegio. Ese trasiego es el cauce
venoso de una aventura realista aguardando aproximarnos, sin prisa, a su
cándida niñez de peces verdes, copas intactas sujetas a una mesa
desproporcionada. Letras con equis danzando en un alfabeto antiquísimo con
arcos guardianes torneados de ancestro. Una luz espiritual que multiplica
elementos cotidianos. Tal vez por eso lo sugerente pasa inadvertido.
Esa fuga es el viaje que nos
asoma a la manifestación que Freddy grita a las estaciones tropicales, con más
ahínco a su tierra isleña, al silencio asuntino aferrado a la quietud del ave.
¡Oh¡ avecillas del pregón, despiertan en las ramas del mango jugoso, la
pomalaca formidable, el catuche halado, níspero delirante. Nos devora sublime
la contentura del ave, suerte de risa contagiosa, arrimándonos al prodigio de
la resurrección frecuente, porque son viajes de embrujo.
En las flores de cayena el
pico largo del tucusito escarba la sustancia cristalina, generosa y hace corte
a la flor de la reina como una ensenada festiva de orillas rosadas, blancas.
Revelamos el Colibrí, Tusito, Tocuchita, Picaflor amigo de los santos por el
jardín multicolor que los adorna. Con ellos pasa el día después de las
procesiones de Semana Santa, como si fuera una selva descomunal, libando en una
quietud monacal, el límpido oasis germinado por el Creador. Seguramente de
allí, de esos episodios vividos en La Asunción, son el lienzo de la comunicación
muy personal de Freddy con el Colibrí y las réplicas que vienen siendo el mismo
animalito. Esta muestra es un homenaje excelso a la niñez recobrada de la
memoria adormilada, que ahora se insinúa picaresca en la sonrisa de Valentina
encaramándose como Picaflor al regazo del abuelo soñador, tierno, con pinta de
rudo leñador.
Dos decimistas margariteños; Luis Antonio Rodríguez y
Ernesto da Silva también se unen a este trabajo del maestro Freddy Villarroel,
quien a su vez enaltece a este bello animalito que es el Colibrí…
EL COLIBRÍ
I
Este lindo pajarito
En mi tierra Guaiquerí.
Es llamado el Colibrí.
Tucuchita o Tucusito.
Picaflor que ligerito.
Vuela y de pico alargado.
De verde tornasolado.
Esta bella miniatura
Pa´ mi es la mejor figura.
De las que Freddy ha pintado.
II
Como Freddy Villarroel.
Artista y noble asuntino.
Forja su arte bello y fino.
Sobre el lienzo y el papel.
Porque él le pone la miel.
Con flores de Cundeamor.
Cebando así al Picaflor.
Para dejarlo plasmado.
Por eso tú eres honrado.
Hoy afamado pintor.
Para mi hermano, amigo y colega Freddy Villarroel
Luis Antonio Rodríguez
“El Pintor
maravilloso”
“Ese es Freddy Villarroel”
I III
El Greco, Miró, Dalí. Miguel Ángel, Munch, Otero.
Picasso, Rivera y Goya. Velásquez,Van Gogh, Cabré.
No igualarán a esta joya. Inspiran y brindan fe.
De mi tierra Guaiquerí. A su imponente
sendero.
Él toma del Colibrí. Es grande como
Botero.
La armonía más pura y fiel. Y Reverón en laurel.
Plasmándola en el papel. Corona, fresco y pastel.
Hecho lienzo y acuarela Témpera, tinta y madera.
Orgullo de Venezuela. Gloria mi tierra ñera.
Ese es Freddy Villarroel. Ese es Freddy Villarroel.
II
IV
Él vislumbra sin retardo. Alumno de Michelena.
El tiempo sobre el espacio. Cristóbal Rojas y Soto.
De números crea un palacio. Cual Manaure es gran devoto.
Como lo hizo Leonardo. De esta Patria pura y buena.
Da Vinci italiano y bardo. Igual que Cruz Diez no frena.
Genio de clase y nivel. Creando y deja un vergel.
Mundial sobre su pincel. De obras en su cuartel.
Clases tomó sin dudar. De
mar como Vásquez Brito.
Nuestro pintor insular. Margariteño infinito.
Ese es Freddy Villarroel. Ese es Freddy Villarroel.
Ernesto
Da Silva
“El Ciclón de Margarita”
*Periodista
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