El gesto
inconcebible
Juan
José Prieto Lárez
Con apenas quince años
Alejo Negrón fue un contacto infalible entre los barbudos de Sierra Maestra y
anónimos revolucionarios habaneros, que a oscuras preparaban el triunfo de la
revolución. Alejo iba y venía, de un lado a otro del malecón escuchando lo que
algunos batisteros proclamaban del dictador. Los acechos militares a los insurgentes,
el florecimiento de negocios turbios entre mafiosos criollos y gringos con
importantes inversiones en juegos y otras perversiones.
Cuando Fidel y el
puñado de compañeros entraron a La Habana en el cincuenta y nueve, Alejo
cumplía los diecisiete. La euforia juvenil y el sentirse partícipe de la liberación
dictatorial le hacía presumir de subversivo, aunque lampiño y sin haber pisado
la sierra el afectivo saludo camarada lo enorgullecía. Pronto le fue reconocido
su gesto de compatriota y héroe anónimo recóndito. En la tarima donde Fidel
habló al pueblo cubano en donde ahora es la Plaza de la Revolución, allí estaba
Alejo, sudando a cántaros, a su lado Camilo Cienfuegos. Luego de los avatares
primerizos de acomodamiento revolucionario estuvo por primera vez frente al
comandante Fidel Castro, mirándole a los ojos tras los lentes de pasta negros.
Un apretón de manos y luego un abrazo fueron el marco al grito escuchado por
primera vez: ¡Patria o muerte venceremos!
Para su primer empleo
fue ubicado en la oficina contable del Banco Central. El primer día de labores
conoció a Ernesto Guevara, el Ché, ahora regiría de la economía cubana. Era un
trabajo arduo, duro por recomponer las precarias finanzas de un país saqueado
por los llamados gusanos que prefirieron mudarse noventa millas más allá.
Cuando el Che decide marcharse a Bolivia, donde muere, comienzan a moverse
piezas en el banco. Ahora Alejo tendría un nuevo jefe. Para su sorpresa era un
tipo cuarentón que no levantaba la mirada más arriba del piso, como si la pena
le pesara en los párpados. Al verlo lo recordó, era de los que se la pasaba en
el malecón haciendo planes injuriosos para seguir pisoteando al pueblo. A
partir de ese momento comenzó un periplo por muchas dependencias hasta que
finalmente decide buscar otros derroteros, pero en Cuba, su tierra, el país que
amaba.
No en pocas ocasiones
se encontró con similares situaciones donde personajes sin conducta y moral
revolucionarias ocupaban relevantes cargos, ofuscando a quienes si sabían lo es
un compromiso ideológico y político. Un buen día quiso echarse a la libre. Otro
buen día también decidió arrimarse a las noventa millas que llevaron otros.
Murió hace unos meses repitiendo que la decepción fue la balsa que lo llevó a
morir lejos de Fidel.
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